«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita», así comienza la polémica y maravillosa novela de Vladimir Nabokov, cuyo guión e historia se llevaron al cine (2 horas, 33 minutos) en 1962, bajo la dirección de Stanley Kubrick. La selección de los protagonistas que tardó en definirse a lo largo de dos años no podía ser mejor: en el papel de Humbert Humbert, estaría el actor inglés James Mason (después de haber descartado para el papel a Errol Flynn -en este caso porque murió-, a Cary Grant, Charles Boyer, Laurence Olivier, Peter Ustinov y David Niven); como Lolita (al cabo de 800 entrevistas hechas a jovencitas), la bella desconocida de 14 años Sue Lyon; como su madre, la actriz Shelley Winters, y como el misterioso Clare Quilty, Peter Sellers.
Cuando me enteré que el 26 de diciembre Sue Lyon había muerto en Los Ángeles a los 73 años, exactamente a mi edad, me embargó una nostalgia indescriptible. Lolita fue la primera película que vi para adultos a los 16 años. A pesar de que estaba prohibida por la Legión de la Decencia de Estados Unidos para menores de 18 años, en Montreal, Canadá, donde me encontraba estudiando, no me pidieron ninguna identificación para entrar al cine. Recuerdo que al salir de la función, me sentí particularmente perturbada: por un lado, admiraba la libertad y el descaro de la protagonista y, por el otro, me parecía de una precocidad inaudita. En cuanto a Humbert Humbert, lo odié, pero al mismo tiempo me atrajo el James Mason cuya voz y acento inglés resultan envolventes. En el fondo, en esa época yo me sentía una «Lolita», o intentaba serlo, es decir una adolescente que podía despertar el interés de un adulto. Durante muchos años, el tema me daba vueltas en la cabeza (juré que mi primera hija se llamaría Lolita), de allí que hubiera seguido muy de cerca la vida de Sue Lyon. Fue así que me enteré que se había casado con un fotógrafo afroamericano y que tuvo una hija mulata; después se casó con un presidiario en la prisión; dos años después se divorció y andando el tiempo, se unió en matrimonio dos veces más: en total fueron cinco matrimonios y en ninguno de ellos fue feliz. Sue Lyon padeció de bipolaridad; murió sola, enojada con el mundo y olvidada, incluso por sus «fans». Nunca pudo quitarse de encima el estigma de haber sido la «Lolita» original. Nona, su hija, vive en el absoluto anonimato, sin haber tenido nunca el amor y el cuidado de unos padres.
En cambio Stanley Kubrick y Vladimir Nabokov murieron considerados como genios. El primero, como uno de los directores de cine más importantes y difíciles del siglo XX. Después de haber filmado otras grandes películas como Espartaco, Lolita lo hizo aún más famoso y reconocido.
Hablar de Nabokov es hablar de uno de los mejores escritores del siglo pasado. Su novela Lolita, publicada en Estados Unidos en 1955, fue un éxito rotundo. Durante las primeras semanas se vendieron 300 mil ejemplares. Era su primera obra escrita no en su lengua materna, ruso, sino en inglés. Es cierto que con esta publicación se dieron muchos actos de censura, tanto en Alemania como en Inglaterra.
Nabokov no daba crédito de la polémica que había causado su «Lolita». Entonces era un escritor perteneciente a la aristocracia de San Petersburgo cuidado por institutrices inglesas y francesas, había huido con su esposa judía, Vera Slónim, a varias partes de Europa, hasta llegar a Estados Unidos en 1940 y obtener la ciudadanía de ese país. Su padre había sido asesinado en 1922 por la extrema derecha y su hermano, años después, había muerto en un campo de concentración alemán.
Nabokov, gran jugador de ajedrez y coleccionista de mariposas, no sabía hacer otra cosa en la vida más que escribir y hacer poemas, por eso la familia pasó hambre y muchas vicisitudes, antes de convertirse en el gran maestro de literatura, pero sobre todo, en el enorme autor de decenas de obras traducidas a varios idiomas.
Ahora, los protagonistas, director y escritor de Lolita han muerto, mas la espléndida obra, de Nabokov y la de Kubrick, están más vivas que nunca.