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Montserrat Vendrell

Locura con método

La fuerza de los acontecimientos nos lleva a dudar, a desconfiar de las noticias, a estar siempre a la defensiva -los niveles de tolerancia de la ciudadanía están bajo cero- y, en la mayor parte del tiempo, a estar disgustados por falta de comprensión y de liderazgo político y económico. Todo parece improvisado y caótico, pero se podría decir que es un caos bien organizado, una «locura con método» como escribió Shakespeare en su Hamlet.

Las políticas de abordaje del coronavirus posiblemente contienen estrategia, o mejor dicho geoestrategia, aunque nos desconcierten los límites y alcances de los confinamientos perimetrales, la obertura y cierre intermitente de restaurantes y lugares del ocio, el uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas frente a las de tela (cuando muchas pequeñas empresas ahora se dedican a fabricar mascarillas de tela). Todo fluctúa de un día para el otro, y de forma continua, como las mismísimas cargas virales del Covid. Sí, este virus, descrito como un «hombrecito» por un mediático epidemiólogo, puede mutar y hacer fracasar el plan de vacunación actual. Las vacunas actuales, según el mencionado experto, puede arrancarle el brazo a esta personita, pero igual no los pelos, y ya tienes otras variantes. Así han nacido, en medio de la tercera ola, la Nelly británica y las Erik, como se les llama a las cepas sudafricana y brasileña.

Esta didáctica tan básica que nos cuentan los que supone que saben no nos ayudan a aclarar a qué atienden las órdenes y reglamentos, con restaurantes abiertos solo mañana y tarde, gimnasios al aire libre, cines que cierran sus puertas, mientras que otros se reinventan con una audiencia limitada esperando, tal vez, una posible reconversión como salas de videojuegos. Una reorganización del ocio y el entretenimiento, en la era post-epidemia, que ya no es futuro, sino más bien presente.

Esta pandemia, que con suma tristeza se ha llevado muchos muertos, también ha arrastrado consigo derechos y libertades fundamentales, como la libertad de expresión o a la privacidad e intimidad del individuo. En esta red de burbujas interconectadas, con la excusa del virus, el derecho a la privacidad se ha malogrado. Con el argumento, si no tienes nada que ocultar, por qué preocuparte, nos intimidan violando el derecho a nuestra intimidad en el uso de nuestros aparatos electrónicos. Esta supervigilancia tecnológica, hace que uno se sienta violado, observado, censurado. Ni que decir la falta de respeto al derecho a estar bien informado o a la transparencia en la toma de decisiones oficiales.

Parece que este virus no tiene fin, al menos por un tiempo y aún tiene mucho que arrasar, a pesar de las grandes expectativas puestas en los planes de vacunación. Mientras tanto, más farmacéuticas y de todos los lados se suman al festín inmunológico. Como complemento, se enciende un debate superficial sobre temas bioéticos que genera el triaje médicos sobre quiénes y por qué deben ponerse la vacuna primero, un triaje que en el mundo hospitalario ya lleva realizándose desde hace muchos años, debido a la falta de recursos sanitarios.

Por otro lado, los planes de vacunación también han servido para volver a sacar a relucir las desigualdades mundiales. ¿Por qué empezar a vacunar en los países en el norte y no en el sur, que pese a tener menos incidencia, también sufren la pandemia? También la falta de equidad en todas las sociedades, tanto desarrolladas como en vías, con estratos sociales distintos similares al medioevo.

Aún estamos a la espera de los efectos devastadores a gran escala de la debacle económica que se supone está por venir. Viendo la serenidad de los gobiernos, da la sensación que todo está más controlado y programado de lo que parece. No se habla demasiado del nuevo sistema económico que se va a implantar, cuando se produzca el tan anunciado «reseteo» del capitalismo. Tal vez se trate solo de una actualización del actual sistema neoliberal, a favor de los de siempre, con nuevos nichos económicos y sectores sociales donde invertir y, pero puede que sea más igualitario a lo «mundo feliz» de Aldous Huxley.

Hasta el momento, los economistas emiten opiniones, sin destino a un puerto concreto. Está claro que falta liderazgo, aunque la población ya no lo pide, ni parece necesitarlo, por desconfiar de todo y de todos. Con el público narcotizado con el recurso tan usado históricamente del «pan y circo», que data de los romanos, el futuro puede que no sea tan imprevisible. Las asistencias directas o semidirectas a las empresas, junto con el sinfín de organizaciones caritativas que han emergido para atender a los más desprotegidos puede que asienten las bases de un modelo económico centrado en un Estado paternalista con servicios externalizados frente al hasta hace poco Estado del bienestar. Un sistema que se reclinará en el entretenimiento, que empieza ya en las confrontaciones en la arena política para discurrir luego en las redes sociales. A este sin vivir de las pantallas, de momento, se han sumado con garra las plataformas digitales y sus adictivas series. Con tanto ajetreo digital, !quién tiene tiempo para pensar!

En un momento de agitación geopolítica, ya que, aunque no lo parezca los países siguen activos en sus quehaceres para asegurarse los recursos naturales, se ha esfumado el multilateralismo y ha empezado a hacer mella un cierto autarquismo. Lo que no se sabe es si este desglobalismo será temporal y premeditado para impulsar las economías nacionales o si ha venido para quedarse. Desafortunadamente, la única manera de tranquilizar a la población es echarle miedo mediático a todo: lo relacionado, con la salud, la economía, la inmigración masiva, la falta de regulaciones bioéticas, etc. La intención, se supone, es inocular poco a poco el virus del totalitarismo y la intolerancia en mentes ya convulsas.

En este devenir de incertezas, esperamos encontrar pronto la salida. Mientras tanto, nos vienen a la cabeza las palabras del filósofo y matemático francés René Descartes: «Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas».

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