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Lo veremos volver

Genio. No existe otra palabra para definir a Gustavo Cerati. Sin embargo, en sus funerales, el Maestro Charly García se atrevió a definirlo como “arquitecto”. Y es que Cerati armaba sus discos como quien arma un lego. No fui su amigo, no lo conocí siquiera, pero bebí de su obra desde adolescente. Músico como soy, entiendo cómo el hombre “bocanada” actuaba como la pasión, por reflejo: de uno a dos, de dos a tres.

Cuando falleció, no llegaba a los 60 años de edad, pero le alcanzó la vida para hacer discos tan dispares como Signos y Amor Amarillo, Ocio (Medida Universal) o una obra cumbre –totalmente insólita- como Dynamo. Su rango es bestialmente abarcador, lo mismo que era la potencia de su cuerda, una voz aritméticamente afinada, que tomaba ribetes infernales cuando cantaba a las balas perdidas, a los lobos, a la Luna.

Sus letras eran de una sencillez abismal, pero eran capaces de empaquetar en una idea verdades colosales. Frases como “mi amor es real, me vuelvo a quedar a merced” son balazos de amor amarillo, disparados con la transparencia de palabra de la que tanto habló Platón, pero que también eran capaces de movilizar multitudes enteras, que iban tras los labios de Cerati, como quien se agarra de una última tabla de salvación.

¿Profeta? ¿Iluminado? “Pavadas”, dirían en Argentina. Se me antoja que la cabeza visible de esa máquina de hacer dinero que fue Soda Stereo, era una persona sencilla, valiente y abierta. Pero lo que la historia tendrá que reconocer por la calle del medio es esto: genio. Cerati era un genio total. A la par de Chopin, pero con las máquinas que no tuvo Chopin. A la par de Chopin, pero con el coraje de producir un tema de la Shaki.

Podría escribir folios incontables sobre Cerati. Pero te escribo largo, porque no tengo tiempo de escribirte corto. A ver, pensar en discos como Doble Vida, llegar a Canción Animal, desembocar en ese milagro llamado Dynamo, para pensar que todavía le alcanzó el tiempo de hacer Siempre es hoy, Bocanada, Ahí vamos… sería nada… le dio tiempo de despedirse con Fuerza Natural. Amazing.

Cuando digo que era un genio total, no es porque me provoque, ni porque me cayera muy bien. A los hechos me remito. Ahí está su obra. Elocuente, colosal, grandiosa; un puñado de materiales registrados en Sadaic, que componen el corpus creativo de ese “arquitecto” que elogió García en su partida. Con Charly y Pedro Aznar comparte la autoría de “No te mueras en mi casa”, con un riff típicamente Soda Stereo. 

Ante la memoria de Cerati sólo cabe decir una cosa: GRACIAS TOTALES. No sé si creía en Dios; de creer, lo consideraba bipolar. Yo sí creo en Dios, creo en Cristo, y creo que, como dice Páez, si te fijas bien “todo desaparecerá”. Es decir, creo que Cristo vendrá en una segunda ocasión, y Cerati volverá con Él. Ojo. No me volví loco a mitad de la nota. Sólo creo que Cerati era un alma noble, digno de toda resurrección.

No. Que no. Que Cerati era un campeón de los opiáceos. Bah. Sería lo de menos. Hay que embriagarse, aunque sea de virtud, como decía Baudelaire. Todo genio de alto vuelo tiene una adicción al menos. En realidad, todos tenemos al menos una adicción. El que no es adicto a la yerba, es adicto a las telenovelas, a los Mercedes Benz, a la Coca Cola, al chisme, qué se yo, a las pedicuras.

Para lo que estamos: si Cerati deterioró su organismo por abusar de sus límites, no es cosa de nadie juzgarlo. No está bien. Hasta ahí. Todos quisiéramos estar ahora mismo esperando su próximo disco. No lo habrá. Pero cada quien escoge cómo vive, y también cómo muere. Dios no obliga a nadie a nada. Cada quien hace de su camisa un saco, y se mete adentro. Para lo que estamos: la obra de Cerati. Esto es todo lo que hoy importa.

Pude verlo en el estacionamiento del Poliedro de Caracas, no recuerdo exactamente en qué año, pero fue en la gira de El Último Concierto. Fue un show brutal, as usual. No podía quitar los ojos de encima a aquel guitarrista ya entrado años, quien, viéndolo bien, parecía una especie de payaso diabólico; Cerati hacía gala de una imagen demoledora, incontestable, había una plástica asombrosa en él.

Sus primeros discos con Soda Stereo nunca me atraparon. Pero cuando escuché esa danza malandra que se llama Canción Animal me quedé con la boca abierta. Y desde allí nunca pude parar de escuchar su música. Nunca le perdí el rastro. Hasta el día de hoy –y se me ha olvidado mencionar el Unplugged MTV- su música es la banda sonora de mis días, junto a Charlie Parker, Buddha Bar, Lavoe, Portishead o Kravitz.

Decía el profeta Isaías, que si algo vamos a tener en el Reino de los Cielos, es buen vino. Así que a esforzarse por entrar a través de la puerta estrecha, mis queridos. Allá tendremos a Cerati en un show pequeño, pero eterno, disco eterno. La copa que nunca bebí con él (la vida nunca me dio ese lindo regalo) estoy seguro que la beberemos junto a Dios. Que a nadie le quepa la menor duda: LO VEREMOS VOLVER.

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