Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Lo que dice el nombre (Breve atisbo a una próxima mudanza)

El nombre es apenas una señal del cambio, perceptible al que lee la tilde, al que la echa en falta. En cierto momento pensamos que podíamos conservar el nombre, tercos, inocentes. Entonces vimos el error: en lugar de un par de aes con tilde: ?♦, dos símbolos impronunciables que interfieren. Una interrogación como signo de la duda y un rombo para prolongarla. ¿Qué es lo que sigue, la ilegibilidad, devenir signo oscuro, imposible de interpretar? ¿Y qué pasa con los documentos que nos representan? ¿Siguen haciéndolo?

El nombre es solo un indicio de lo por venir, el primero palpable, concreto, ahora rastreado en el creciente número de mensajes que cambian de lengua, aún a tientas, analizando la frase, espiando la sintaxis. La escritura nos señala —quizás— cómo será la andadura: un poco más lenta, dubitativa a veces, con lapsus, con giros innecesarios… como una frase o una palabra puesta en suspenso hasta nuevo aviso.

Leemos signos indescifrables para repensar el nombre que nos constituye, para pensarlo tal vez como una evolución, como un momento en medio de un proceso. Hasta ahora, una marca estable, pero poco a poco, tras revisarlo y pronunciarlo en otra lengua, empieza a asumir otro color.

¿Cuánta sombra hay en una lengua que recién nos prestan y con la que participamos en la vida social? Tal vez ese aturdimiento primero es el que mejor nos representa. Nos movemos dando tumbos porque con esa otra lengua aún no atinamos a decir cuanto queremos o necesitamos, como una vuelta a la primera infancia. La lengua nos excede, nos sobrepasa; quizás sea por esto que al principio el nombre suene extraño; más aún, ajeno. Lo que pensamos que era un medio para comunicarnos pasa a ser un obstáculo, pura interferencia. La lengua nos impone callar (hasta nuevo aviso). Solo podemos balbucir.

Así, en medio de esa andadura a tientas y errática, buscamos zonas de apoyo, piedras para asirnos que permitan reordenar ese caos, reestructurar los sentidos del cuerpo y de la lengua. Entonces recuerdo al amigo que me sugirió ocultarme en mi propio nombre. Me llamo Miguel, pero no el mismo, es otro Miguel. Me llamo Miguel aunque Miguel me llame. / Miguel es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame. El nombre se funda en historias, va construyendo su propia narrativa, toma prestadas las vidas de otros para asentarse, en eso consiste esa intermitencia de muestra y ocultamiento; es un movimiento siempre en proceso, siempre sucediendo, sobre todo en el contexto de un nombre que parece desdibujarse, que cambia la grafía. El texto alterado nos informa del sentido removido o postergado. Luego, hemos de leer en la materia los movimientos subyacentes, en el nombre, las capas geológicas, una legión.

Hey you,
¿nos brindas un café?