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Lo mínimo

Desde tiempos remotos hemos tenido la afición por lo magno, lo anchuroso. Las grandes extensiones se han considerado un logro, un derroche de empeño, de técnica, Por otro lado, lo corto, lo pequeño, lo mínimo se ha visto como inacabado, producto de la comodidad, el desinterés o la falta de rigor. Especialmente en el arte, en la literatura, lo fragmentario ha sido desdeñado y hasta despreciado. Sobre él se ha dejado caer un manto de incomodidad o temor. A la página poco poblada de signos, al lienzo despejado o al sonido fugaz rodeado de silencios los encubre un halo de duda, de misterio: horror vacui.

John Cage: "Dramatic fire"
John Cage: «Dramatic fire»

El haiku, la tanka, el aforismo, la minificción, la greguería, el epígrafe, el somari, cierto minimalismo, el arte influenciado por el budismo zen, entre otros, representan un desafío para el autor y para el espectador/auditor/lector. ¿Por qué buscar lo pequeño?, ¿por qué puede surgir el gusto y el afán por miniaturizar? Lo mínimo es más rápido, violento, puede ser relampagueante, puede que no llegue a verse, a distinguirse en medio del blanco; lo mínimo se oculta y así también su sentido, que por ser más reducido en lo físico no es más fácil o más simple. Requiere un cuidado especial, educar la mirada o el oído.

Lo miniaturizado puede ser portátil, como bien lo fabuló Enrique Vila-Matas. Pero igualmente puede llegar a ser inútil, por sus dimensiones, por la volatilidad que porta. Duchamp hizo copias de algunas de sus obras, las redujo y las metió en una maleta, las desnaturalizó, transfigurándolas en pequeños suvenires de un museo a escala, perdiendo así solemnidad, grandilocuencia, ¿seriedad? De esta forma se halla una senda a lo infantil, al ludismo, a lo que no tiene otra función que el juego mismo. Por eso su ineptitud, su aparente incompetencia, por eso su impudicia.

Está claro que no todo lo reducido tiene consecuencias, ni tiene esa combustión. No todo es material sensible. Está la frase hueca, la meramente informativa, está el lugar común, la máxima, el titular de periódico, el esnobismo.  Está, sobre todo, el menosprecio, la desidia, la expresión manida, el apuro por terminar… todo igual de anodino: su anemia es la misma, la misma su mortandad. No todo pequeño ornamento de plástico es un bonsái, así puedan llegar a parecerse.

Lo mínimo no es necesariamente efímero ni precario; en su laconismo puede albergarse una flota de aeronaves, como un portaviones. Si se domina el arte de la miniaturización se pueden crear armas blancas, de hojas finas, brillantes, mortales. Por eso es cortante el trazo violento de Pollock, o una pequeña serie de sonidos al piano imaginados por John Cage, como es incisivo el poema microscópico de Guillevic, o los cuatro trazos, como cuatro pájaros negros que aletean en una página de Pérez Só. Ahí lo mínimo, lo casi imperceptible, el gesto, el instante, como un pasadizo, oculto, que se abre a la refulgencia.

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