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Lupe Gehrenbeck
viceversa magazine

Lo Familiar Perdido

DUBLÍN: Los números no mienten, saqué la cuenta: mas de 9 horas de espera en un aeropuerto de no más de 10 tiendas es más de lo que cualquier iphone puede entretener. Cuando descubrí que había wifi gratis y potente, me tranquilicé. Busqué el confort de la mejor silla posible y el más amplio formato de mi laptop. Una vez conectada sentí la tranquilidad de vuelta a casa. Pero fue breve. Pronto apareció la alarma de batería baja y descubrí que los enchufes en Irlanda no son como los europeos mucho menos como los americanos, y por supuesto, ¿por qué habría de tener un adaptador si Dublín no era mas que una escala?

Eran las seis de la mañana aunque para mí seguía siendo la medianoche después de siete horas de vuelo. Las tiendas estaban abiertas. 10 tiendas arriba y las mismas 10 tiendas abajo, hasta que me entretengo en las cremas para la eterna juventud y finalmente me decido por el perfume que promete jazmines sin impuestos. Pago sintiéndome segura de mi escogencia aunque inmediatamente después creo darme cuenta de que lo único que quería era salir airosa de la confusión de tanto oler papelitos impregnados de fragancias que llegaron a volverse indistintas…

Lo demás eran restaurantes o cafeterías o… ¿cómo llamar a esos comederos de aeropuerto, de menús tan amplios como sospechosos? Mal podría tener apetito a la una de la mañana, de todas formas. Y todos los bancos tenían brazos cada metro, de manera que ni que hubiera superado la vergüenza que me da dormitar en un aeropuerto ante la mirada curiosa de cualquiera, yo desprevenida, no había dónde extenderse y hacer siesta.

Recordé el consejo de poner el reloj en la hora de destino aunque la hora de origen la llevemos en el cuerpo. También ayuda mirar el sol y mantenerse despierta aunque tu comprensión y tu inconsciente estén necesitando sueños… Cualquier cosa por hacerme amanecer, por superar este ritmo de zombie trasnochado. Un té, ¡un buen English Breakfast! Y en ese restaurante hay ¡enchufes europeos! Se acerca un mesonero que definitivamente no parece inglés y con un trapo y bastante pulmón empieza a limpiar el centro de la mesa de taburetes donde se agrupaban varias botellas en exhibición. Le llamé la atención por pedirle el té que acabaría con mi ensoñación, y pude leer Hernán en el letrero sobre la solapa de su chaleco. Hernán… Hernán si no Cortéz, es de la Florida para abajo. Le pregunté que si hablaba español, que sí, se me calentó el corazón; y que de dónde era -entiéndase que ya yo tenía mas de seis horas que no hablaba-, me dijo que era de Venezuela, y sentí una agitación como si hubiera encontrado a un familiar perdido. Su tono de piel, su manera de llevar el cabello bien cortado a la moda, su sonrisa sin tapujos, su verbo arrojado y sus adjetivos sin medida, me eran familiares… perdidos. Hernán no quería seguir viviendo una vida que no era vida. Le duele mucho no ver a su mamá. Para obtener ese trabajo en el restaurante del aeropuerto, se había aprendido de memoria las respuestas en inglés de las posibles preguntas típicas en una entrevista de trabajo para un mesonero de restaurante de aeropuerto. Y así pasó y consiguió el trabajo, dice con orgullo. Y ahora sí está aprendiendo a hablar inglés porque tiene con qué pagarse el curso. Cada día habla mejor y para Hernán todos los trabajos son buenos si te permiten vivir una vida sin miedo a que te maten.

Su vida en dos platos y de vuelta al trabajo, se fue Hernán con el encargo de mi té y todos mis buenos deseos. El té lo trajo otro mesonero aunque por cuenta de Hernán. No me dejó pagar ni dejar una propina siquiera. Yo me sentí muy conmovida, hubiera querido, no sé… pero Hernán había desaparecido. Pensé que para siempre. Pero no, tres semanas mas tarde volvería a pasar por Dublín de regreso, y tendría oportunidad de agradecerle a Hernán mucho mas que el té, el aliento de su sonrisa.

Y así fue, tres semanas después toqué tierra en Dublín, justo el día de descanso de Hernán. Cómo adivinarlo… le pregunté al dulce mesonero hindú que me atendía en el mismo restaurante, si no trabajaba con él un venezolano. Me dijo que sí. Le pedí que lo llamara. Al minuto se apareció un joven desconocido con cara de felicidad incurable. No era Hernán, era Williams. Aunque su letrerito en el chaleco decía William, no se equivocó su papá ni el empleado en la oficina de registro en Maracaibo, sino los ingleses del restaurante que le escribieron el nombre mal: William en vez de Williams. Me vine porque allá no se puede, de una, ¡es demasiado ya! A mi mamá la asaltaron dos veces este mes, y a mi hermano le dieron unos cachazos para robarle lo que llevaba en el carro. Hay bastantes venezolanos aquí y ahora está mas difícil la cosa. Aunque el que no consigue trabajo es porque no busca. Yo vivo con otro venezolano que todavía no ha conseguido trabajo pero yo no lo veo que busca. El dice que sale todos los días pero yo lo veo siempre ahí. Y mi novia que no consigue porque le da pena. Porque para las muchachas es mas fácil. Yo quiero meterla a “oper”, porque ella entiende bastante. Imagínate que el otro día iba en un taxi y como estaba tomando, de repente la cabeza se me fue, y no le hice caso a lo que me estaba diciendo el chofer, y fue ella que me dijo que el chofer me estaba preguntando qué era lo que hacía mi papá en Venezuela. Ella no le respondió pero me dijo qué era lo que él estaba preguntando. Lo que pasa es que le da pena hablar. Pero si no fuera porque estoy con ella, yo no estaría aquí tan contento sino que andaría gris. Yo le dije que se viniera conmigo. Porque yo había terminado con mi ex y me empaté con ella y al mes me vine y ella me dijo que sí, y se vino conmigo porque quería una relación estable, pues. Vivimos juntos y eso, y nos vinimos juntos y nos va bien. Yo lo que quiero, ahora que estoy ganando plata, es comprarme una piscina, porque aquí te vas a coger sol a la playa pero te congela la brisa. Prefiero coger sol en mi casa que tiene un jardinzote. Pero para atrás no me devuelvo ni de vaina. Ni porque aquí la gente es seca, no son como nosotros. Cuando dicen un chiste uno ni los entiende, porque son unos chistes, ¿cómo te digo?… sin chiste. Pero cuando se arriman a uno que es latino, se ponen mejor, mas simpáticos. Y uno puede andar con su celular tranquilo, porque todos tienen celular y hasta mejor que el tuyo y nadie está pendiente. No como allá que uno tiene que andar con un perolito, y el bueno lo cargas encaletado para que no te lo quiten. Con su peinado de revista, la sonrisa de mi tierra, el humor al dedillo, Williams no duda. Está seguro de que las cosas son como él las ve y las piensa. Hecho de buenas intenciones, vive con ganas de reírse, no importa que llueva un día tras otro. Me ablando, me encuentro tan igualita a mi gente. Le dejé mis saludos a Hernán.

Era mediodía, aun tenía que cruzar los mares, me podía permitir el aliciente de un postre, aquella galleta de avena con cerezas que había visto en el viaje de venida, tal vez. Como me conocía el aeropuerto de memoria, llegué al kiosco de los dulces sin titubeos. A 2 horas de mi próximo vuelo podía explorar sin vergüenza ni apuro todas las delicias de chocolate expuestas en la vitrina… hasta que una voz joven en perfecto inglés me pregunta qué deseo. Quiero saber si la galleta de la derecha es de avena. Me dice que sí. Levanto la mirada ya decidida a comerme la galleta mas grande de todas cuando descubro con sorpresa, de nuevo el gentilicio colgado en un bolsillo, Vargas, escrito en una plaquita. Le pregunto si habla español, me dice que sí, me pregunta de dónde soy, le digo venezolana, él también, y nos sucede una alegría compartida, el asalto de una euforia en medio de la nada de ese aeropuerto, que enlaza nuestras miradas cómplices en lo conocido. No importa que su compañera rubia se atraviese con mala cara, por alcanzar la caja registradora: ya nada puede detener la evocación coterránea… Yo me vine a hacer un curso con mi hermanita que lo que tiene son 18 años, ella es chiquita. Y de repente, cuando apenas teníamos dos meses aquí, empezó a pasar eso de los estudiantes y que no hay harina Pan y mi familia me llamó y me dijo que me quedara. Yo estaba viviendo en Londres pero era por seis meses. Si era para quedarme tenía que ser en un lugar mas fácil, mas barato. Por eso me vine a Irlanda y conseguí este trabajo. Aquí es mas fácil, la visa la compras por 300 euros y ya, de estudiante o lo que sea. Aunque últimamente está mas difícil la cosa porque ya somos bastantes. Es un cambio grande pero por lo menos uno puede vivir tranquilo. Y eso que nosotros teníamos un negocio allá, que nos dejó mi mamá y papá cuando murieron. Pero nos habían amenazado con secuestro y todo, y mis tíos son los que se encargan, que también son socios. Fueron ellos que nos dijeron que mejor nos quedáramos. Que ellos no pueden irse porque tienen hijos y eso pero nosotros, como sólo somos nosotros dos, mi hermana y yo, no tenemos a mas nadie, nos podemos ir a buscar un futuro, una vida mejor en otra parte… Y los tíos se quedaron con el negocio, pienso yo a quemarropa. Pero Vargas, con su mirada limpia y confiada, se queda con su vida, que vale mucho más.

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