Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Francisco Martínez Pocaterra

Llamando al diablo

No tiene fuerza la oposición venezolana que negocia en México, como lo plantea el director de Datanálisis, Luis Vicente León. Tampoco tiene mucho tiempo, como lo sugieren el sociólogo Tulio Hernández y el director de «El Nacional», Miguel Henrique Otero. No lo tienen ni la oposición (todas las facciones opositoras democráticas y, especialmente, el llamado G4) ni Maduro y su entorno. Sin necesidad de acudir a encuestas, el hartazgo es notorio y ciertamente explosivo.

Tiene razón León al asegurar que resulta muy difícil un cambio de «gobierno» sin fuerza ni recursos. Sin embargo, para la ciudadanía resultará muy frustrante aceptar como un logro la reestructuración del liderazgo opositor en unas elecciones regionales y locales, como lo propone el director de Datanálisis. Es obvio que el fracaso de las negociaciones – y un arreglo que verse sobre elecciones regionales y huela a componenda entre el gobierno y el G4 – podría decepcionar aún más a la ciudadanía y, por ello, volcarse hacia facciones más radicales. El hartazgo popular bien puede representar una bomba de tiempo para la oposición (el G4), pero también para el régimen revolucionario.

Contrario a lo planteado por el director de la encuestadora más notoria del país, unas elecciones de noviembre poco podrían favorecer a crear un ambiente político propicio para un diálogo más contundente. No basta construir unos liderazgos regionales (que asemejan más a la preservación de empleos para algunos funcionarios que la construcción de espacios para una verdadera lucha para la reconstrucción nacional), porque una solución política no es posible en un orden anti-político (razón por la cual las negociaciones no lucen prometedoras, por ahora).

Maduro detenta el poder, sí. No obstante, su fortaleza ha mermado. No son solo los líos legales derivados de las sanciones, sino, y a mi juicio más importante, la fragmentación del poder real lo que le ha debilitado. No es un secreto que la autoridad constituida no ejerce su poder en ciertas áreas, como lo era hasta recién en la Cota 905 o lo es en el Arco Minero o las cárceles. Por otra parte, no es un secreto la enorme fractura en el seno del Psuv, cada vez más evidente y, sobre todo, peligroso para la estabilidad del régimen revolucionario. La tensión entre Maduro y Diosdado crece, aunque se necesiten el uno al otro para sobrevivir políticamente. Y, según lo afirma Sebastiana Barráez, en los cuarteles, Vladimir Padrino pierde influencia. Varias patas de la mesa están carcomidas. Uno más dos es tres…

Es por ello que el fracaso de las negociaciones, lo cual es muy probable, termine por decantar la ciudadanía hacia las facciones más radicales, y, por qué dudarlo, expresiones mucho más violentas (e indeseables). Maduro podrá no advertir el riesgo, así como el G4 y sus analistas (León entre ellos), pero obvian unos y otros que no son ellos los únicos jugadores, y que otros actores también participan en el proscenio, como, por ejemplo, Raúl Baduel o Rodríguez Torres (gente que bien sabemos, ya conspiraron antes y no luce descabellado suponer que lo hacen de nuevo).

Sé que para Luis Vicente León y un grupo de analistas (cuyas opiniones, en muchos casos, no valen más que las suyas o las mías), así como buena parte del liderazgo, «la solución puede prolongarse», pero obvian que la ciudadanía está desesperada y que bien puede llamar nuevamente al diablo… y se sabe, no es lo mismo llamarlo que verlo llegar.

Hey you,
¿nos brindas un café?