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El llamado de la naturaleza

Termina la tarde, tarde en el norte. Empiezan a desaparecer los colores como por arte de magia, tan poco a poco, que te acostumbras al cambio y es así como de pronto descubres que te has instalado en los misterios de las siluetas sin pistas del detalle de lo que contienen. La brisa hace tintinear las hojas con un sonido dulce, aunque cargado de una suerte de verdad desconocida. Como si todos los árboles se hubieran puesto de acuerdo, en volverse bosque, unidad compacta, consenso telúrico, en la antesala de la noche. Apenas unos minutos antes, creí descubrir retoños cuando en realidad era el atardecer que se colaba por las rendijas del follaje, manchando caprichosamente sólo algunas hojas de amarillo incandescente. Amarillo luz, la luz es color, el color es luz… el sonido del silencio, con algunos pájaros cómplices, se empezó a instalar como una masa que lo cubría todo… y sentí miedo. Sin herramientas para dejarme llevar, para acceder a lo que parecía el llamado de la naturaleza, de la que era parte, todos somos parte. ¿Indefensa ante lo que soy?

Debo decir que a estas alturas del partido, ando por la vida ya desprovista de cualquier incentivo de cosmogonía hippie ni milito en ninguna fe naturalista. Sin embargo, sentí esa fuerza que me llamaba a ser parte, a conciliar con mi fuero. Pero es tanto el tiempo invertido en vivir lejos de los árboles y sus misterios, que sentí la necesidad contraria de huir, correr a la casa, protegerme. Hay insectos que no conozco, osos que comen niños, garrapatas de las que transmiten el tan temido “lime disease”… pensé para justificarme. Pero el corazón no miente, su inquietud me mostraba claramente lo lejos que estamos viviendo de la naturaleza. Sobre todo porque me sentía en riesgo aun cuando la circunstancia era dulce, como el bosque en el norte, sin la amenaza de la inexpugnable maravilla de nuestros insectos de exotismo tropical y mala conducta, sin el temor a que puedan llegar unos malandros a quitarnos todo y más, mejor nos vamos que ya está anocheciendo

Y ese sentimiento me reportó el verdadero calibre de nuestra manera de vivir tan negadora de lo que somos, tan llena de artificios distractivos como lo peor de la campaña de Trump, y que de tanto circo pues… terminaremos por desaparecer. Ese peligro es mucho mayor que el del bosque que anochece, pero pareciéramos soslayarlo con la falsa creencia de que estamos conscientes, de que entendemos y no nos dejamos, vivimos en el engaño de que estamos en control. Por eso no hacemos nada por liberarnos de la esclavitud de los aparatos y el ficticio confort, y peor aun, la aparente conexión que nos brindan. Porque no es verdad que estamos acompañados en la soledad de nuestras casas frente al computador, fisgoneando la vida ajena. Si no estamos solos es porque somos parte de la familia, el vecindario, pertenecemos a una cultura y un país, si se quiere. Pero sobre todo, no estamos solos porque somos naturaleza, como el hombre de las cavernas, arte y parte, vida y pulsiones que reubicadas en la esencia de su verdad, nos dimensionan de una manera que ahora nos es desconocida. Y ese desconocimiento, esa herida que nos separa de lo que originalmente somos, tiene que ver de manera fundamental con el drama de las tristezas que nos afectan en el mundo de hoy.

No es este un llamado a la vuelta a la naturaleza en términos nudistas. Se parece más a la necesidad de Thoreau cuando vuelve a la naturaleza por imbuirse de su contundente verdad en la búsqueda de una nueva manera de entender y por consiguiente de nombrar, desde América, un mundo que era nuevo, el Nuevo Mundo que no podía explicarse en términos europeos.

La invitación a que nos confrontemos con lo que está pegado de la tierra, con todo eso que nace, crece y muere sin explicación aparente, es porque la frescura de nadar en un lago de aguas profundas, recompone las ideas, porque caminar en el verde dota al alma del espacio que le corresponde en el cuerpo, porque escuchar el bosque, ajusta nuestros pasos y anhelos en relación con el todo. Aunque suene a macrobiótico con zodíaco, hablando en serio, permitirse estar con la naturaleza o en naturaleza, creo que tiene que ver con una plenitud que te ensancha el pecho, te alienta la respiración y te acomoda los gestos acondicionándote el pensamiento, porque te acompasa con la felicidad de vivir.

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