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Adrian Ferrero

Liliana Bodoc: elegir el camino más difícil

Con motivo de cumplirse los tres años del fallecimiento de la escritora Liliana Bodoc (Argentina, 1958-6 de febrero de 2018), reflexioné y a continuación supe dónde quería estar y dónde no quería como escritor y estudioso de la literatura. Sonará extraño, pero me refiero al espacio en la literatura, en el campo intelectual, que es en el que me toca moverme (o elegí hacerlo), desplazarme en ocasiones incómodamente desde hace exactamente 32 años.

Yo venía realizando trabajos desde hace ya muchos años sobre su poética. La entrevisté para una revista académica de EE.UU., de la Universidad de Maryland más precisamente, Hispamérica, escribí reseñas de sus novedades bibliográficas a medida que iban saliendo también en revistas académicas de EE.UU. y luego, reproduje esa entrevista en uno de mis libros que salió para ser exactos el 27 de diciembre de 2017. Esa entrevista fue muy especial para mí. Del mismo modo en que lo fue todo nuestro fugaz pero precioso intercambio. Fue cordial, amable, sensible, simpática, pero también elocuente. Se mostró comprometida con una serie de principios relativos a la causa americana, a temas de género vinculados a la mujer, a una noción de ética en sentido amplio que denotaba su intransigencia por toda forma de permisividad con la transgresión moral con la cual ella no estaba dispuesta a negociar bajo ningún punto de vista. Me habló de su infancia solitaria jugando en una fábrica abandonada. Pero también me habló de sus lecturas: J. R. R. Tolkien (que no había sido de los primeros autores, como es obvio), Lewis Carroll, Borges…en fin, autores y autoras que tuvieran que ver con la magia, lo prodigioso, lo maravilloso y, naturalmente, a cierta altura de su vida, lo épico. Me explicó cómo había realizado esquemas para organizar las tramas en cuadernos para no extraviarse en la maraña de La saga de los confines, su trilogía de épica fantástica. Y me habló de los sucesivos conflictos por los que había atravesado con la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (Argentina), donde había cursado sus estudios en Letras. Liliana Bodoc era todo menos una ingenua. En todo caso era una soñadora, en todos los planos de las causas humanas. A Tolkien, por citar solo un ejemplo paradigmático, le objetaba el ser de identidad eurocéntrica y patriarcal. No cualquiera se atreve a perder la fascinación por un modelo a quien toma como un referente pero, a partir de una reformulación de su poética, reconfigurar ese mismo referente imaginario al que esa ficción alude bajo la noción de cosmogonías. De recreación o creación de universos alternativos por dentro de los cuales el universo pasa a ser complemente otro pero mantiene metafóricamente lazos de parentesco. La guerra es la guerra siempre. Lo ha sido y lo seguirá siendo desde tiempo inmemoriales.

Por supuesto que los antepasados de Liliana Bodoc no fueron bien vistos por los académicos argentinos, quienes solamente apreciaron en Tolkien un universo de épica en el que, por ejemplo, si uno no profundiza (como bien debería hacerlo), guarda mucho de los mitos, tanto de las epopeyas griegas como de los relatos bíblicos. O bien de los mitos anglosajones, con la misma carga electrizante de la guerra o de lo belicoso que antecede a las temporadas que más luego traerán momentos de fraternidad y paz, en los mejores casos. O dejarán arrasadas la tierra y las poblaciones. Plagadas de muerte y asoladas por las heridas.

La sanación llegaría cuando el mal fuera finalmente derrotado. O, por el contrario, podía ocurrir todo lo contrario: que triunfara parcialmente en algunos momentos en que pudiera llegar a dañar seriamente la dignidad de los seres humanos o quienes protagonizaran sus libros así como su integridad. Porque los personajes en la poética de Bodoc responden a valores que a su vez remiten a un universo éticamente marcado. Así, ninguna guerra es solamente una guerra. Sino consiste en una disyuntiva del bien contra el mal o a la inversa. Esto es: una guerra que defiende lo legítimo por dentro de lo cual dos o más bandos se disputan el poder por justicia o por avasallamiento de distintos campos (tanto geográficos como asociados a poderes sobrenaturales). Y lo hacen por codicia, por ambición o por soberbia. En otros, para neutralizar a estos personajes de naturaleza intrigante.

Hay todo un corpus suyo de literatura infantil, originalísimo por cierto. De una lírica mesurada, una poesía que se percibe trabajada, no solo ejercida sino llevada hasta sus últimas consecuencias porque hay deseo de tal perfección, de tal extremo cuidado de la materia de la que está hecho el lenguaje poético, que Bodoc se vuelve literalmente una artesana. Realiza el mejor trabajo con las herramientas mediante las cuales construimos ficción. En esta zona de su producción hay obras para niños muy pequeños, como Un mar para Emilia. Una historia con muy poco texto. Y está su obra de largo aliento, bajo la forma de un díptico Memorias impuras. Los padres y Memorias impuras. Los hijos. Este es un rasgo importante en Bodoc. La capacidad mentalmente organizativa de concebir mapas que construyan universos alternativos pero que consisten en dípticos, trilogías o tetralogías. Estas partes se articulan conformando una totalidad que dice mucho si es leída en cierta clave (y no en otra). Si bien también existen obras de naturaleza única, bajo la forma de unicidades.

Liliana Bodoc vivió solamente sesenta años. Pero le alcanzaron para edificar una de las obras más sólidas, colosales, más íntegras, más complejas y más imaginativas de Argentina y en lengua española. Obtuvo el respeto de Ursula K. Le Guin, “la emperatriz de la ciencia ficción”, como se la supo apodar, con quien por temperamento e ideales no cuesta imaginar tuvieran mucho en común, como de hecho cualquiera que haya leído a ambas detecta de inmediato. Existen coincidencias, puntos de confluencia, las mismas indignaciones pero también los mismos bálsamos a los dramáticos males de los universos que construyen. La imaginación desbordante es uno de esos componentes sanadores porque permite procesar experiencias dañinas, ignominiosas y preocupantes.

El éxito inmediato, la adhesión automática que generó escalonada la Trilogía de los confines con Los días del venado, Los días del fuego y Los días de la sombra dan la pauta de una imaginación salvaje, insurreccional, que no está dispuesta a hacer concesiones ni al poder patriarcal ni al poder totalitario ni al pensamiento unívoco. Sus piezas están precisamente en las antípodas. La expansión de la imaginación que la hace volverse letal contra la mediocridad, la chatura, la falta de ideales o bien el materialismo. Así, la creación ilimitada de mundos alternativos está en estricta correlación con el nuestro pero bajo otras vestiduras de orden épico y prodigioso que analógicamente remiten al orden de lo referencia. El universo de la guerra que, puesto en evidencia en un relato es la cara visible de los bandos que, lo sabemos, en la relación (y en ocasiones dentro de nosotros mismos pueden llegar a darse en opciones dilemáticas), se disputan el poder, las decisiones entre beneficiar al prójimo o destruirlo, dañarlo, directamente o eliminarlo en algunas ocasiones o acaso simplemente confinarlo. También a los seres fabulosos.

Heredera del linaje de Tolkien (de impactante lectura en ella, lo que disparó la máquina de la escritura creativa de la Saga, como explicó), también lo fue el plasma de la ficción de Ursula K. Le Guin y de otros tantos autores que trabajaron la prosa de imaginación de modo desbordante. Y conjeturo que en lo relativo a la literatura infantil fue más el punto en el que ella renovó, concibió de modo inédito por la singularidad de sus proezas. No puedo advertir ninguna clase de modelos en quienes encontrarla. Difícil dar con piezas literarias de semejante excelencia. Y procedimientos o ideas tan infrecuentes. Combinaciones de distintas clases de componentes de la construcción de la ficción que resulta única en su género. Había en ella un talante visionario, precursor en tantas cosas, que asombra su capacidad de trabajo (su corpus es muy profuso) pero al mismo tiempo acompañada esa febril producción de una calma personal que no es la de alguien nervioso dispuesto a sacrificar su vida por su obra. Muy por el contrario, uno que está acostumbrado a encontrarse con personajes ambiciosos en la literatura (mujeres y varones), que sacrifican hasta sus afectos más entrañables por la codicia o bien anhelar el éxito de tal modo que les resulta imposible poner un límite a sus esfuerzos por triufar, hasta el saldo dramático en el que naturalmente suelen caer. Puede que brillen, pero el costo es demasiado alto. Y suelen estar acompañados de un alto nivel de visibilidad pública. Por mi parte, estoy cansado de encontrarme en las redes sociales o en los medios con personas que no muestran sus trabajos, sus artículos o sus estudios, sino que se promocionan con fotografías o con notas que otros les realizan como si lo que hicieran fuera mercancía o bien ellos celebrities. Entre esta posición de la exhibición a la mirada pública Liliana Bodoc opuso la cultura del libro. La producción talentosa de obras literarias que fueron magistrales pero también que no fueron seriales sino respetuosas de la temporalidad que ella aspiraba a darle a una novela o un conjunto de cuentos sin apresurarlos. Llegó a escribir hasta poemas infantiles.

Y decía que supe, ahora que se acaba de cumplirse hace poco el 6 de febrero de 2021, el tercer aniversario de su lamentada muerte, en que repasé algunos de sus libros, me puse a leer uno pendiente (que no llegué a completar antes del homenaje pero sí a darme cuenta de forma instantánea de la materia de la que estaba hecho: eso saltaba a la vista). Entendí que un escritor debe estar en sus libros. En sus artículos y en sus estudios: a realizar mi vocación escribiendo, más allá de los resultados, si son o no exitosos. Eso uno lo veía en Bodoc. La iniciativa era genuina. Y si la recepción (como casi siempre) era buena, pues era bienvenida.

Por otra parte, Liliana Bodoc fue una escritora comprometida con muchas causas libertarias. Y a partir de esos puntos de partida con las propias convicciones fue capaz de hacer circular puntos de vista, ideología no como panfleto pero sí como discurso que nace espontáneamente de los principios de los que estaba hecha, empapada. Parto de la base, ya ven, de que hubo en Liliana Bodoc una argamasa hecha de principios firmes, inamovibles sin los cuales una obra coherente resulta imposible sea construida, llevada adelante, elaborada como proyecto. Es más: llevada hasta sus últimas consecuencias, como lo hizo ella. Porque forzó los límites de los géneros al punto de transgredirlos, no solo de construirlos. Y esas causas por la emancipación en todos los planos de la vida que ella mantuvo desde sus comienzos hasta el final las compartí en lo esencial en aquella remota entrevista. Espero verla ahora en la obra de teatro póstuma que escribió con su hijo Galileo Bodoc que acaba de salir porque en una narradora ¿no provoca acaso suspenso curioso el saber cómo se desenvolvió en un territorio tan codificado como lo es la dramaturgia y al mismo tiempo con un colaborador que es nada menos que su propio hijo?

En el medio está esta opción por irse a vivir a cierta altura de su vida con su esposo al pueblo El Trapiche, de San Luis. Apartada del ruido del mundo pero no de eventuales eventos literarios a los cuales era invitada y asistía. Precisamente antes de fallecer había hecho un viaje a Cuba y se había sentido sorprendida por el modo en que era conocida su obra allí. Bodoc no era alguien que se hiciera rogar o que coqueteara con el personalismo carismático que no transige con el sistema pese a que no comulgue con los excesos de narcisismo. Sino que intervenía de modo potente en la esfera pública cuando se le era solicitado pero con la idea de instalar ideología polémica, movilizante. Y visitaba escuelas, centros culturales y ferias del libro tanto dentro del país como por fuera de él. Su hermana me ha referido el modo como contaba en un colegio uno de sus cuentos a grupos de niños y niñas. No era una persona ajena a los contextos. Sino que en virtud de ellos, los hacía ingresar a la ficción bajo otros rostros.

¿Qué opción me deja como escritor Liliana Bodoc, con su magisterio no solo de enorme escritora sino de enorme humanista, de enorme talla ética, indoblegable con el mal? Pues un legado vigoroso como la sangre que nos surca de que corresponde que un hombre y una mujer sean intachables. De que su conducta sea irreprochable. No puede haber retroceso en el avance de ese crecimiento hacia el perfeccionamiento de la personalidad orientado a la virtud. Y del crecimiento hacia la integridad.

El divismo de tantos autores y autoras desentonaba de un modo tan grosero con la humildad de Liliana Bodoc, con unas excepciones que tienen el mismo temperamento, que aquellos otros daban la impresión de hacer francos papelones con el marketing de su vida literaria o de sus libros. Su ambición, por otra parte, los extraviaba en sus propios fracasos, como dije. Liliana Bodoc brillaba como una escritora que era solidaria con sus colegas, tenía conducta cívica, era comprometida con los DDHH y no admitía el atropello hacia la mujer o hacia las niñas, punto este último que acentuó porque le parecía de una criminalidad más inadmisible aún, que resultaba aún más grave, frente a criaturas absolutamente indefensas, episodios que revestían una naturaleza escandalosa.

El perro del peregrino naturalmente no le cayó en gracia a muchos que esperaban de una obra literaria más una dimensión laica que una mirada confesional, pero tan distinta en su presentación y el relato presentado por la versión de Liliana Bodoc, de la oficial de la Iglesia que no dejaba de resultar sorprendente. Con la presencia de María de Magdala, de un eunuco con motivo de pretender a una mujer de un harén. Pero también de todo aquello que de fidelidad había en los Evangelios que no eran un mero dogma de fe sino principios de ética incluso pública me atrevería a afirmar. Una ética que confirmaba una cierta clase de rasgos vinculares frente a otros de los que había que prescindir y mantenerse alejados. La narración de la historia por parte del perro que sigue a Jesús, personificado en una voz que refiere los episodios más relevantes de esa trama que también tuvo aventura, Miga de León, a quien Jesús salva de morir ahogado al ser arrojado en una bolsa atada junto a sus hermanos a un lago porque no servía tener tantas bocas que alimentar, tantos cachorros que poblaran la casa, resulta conmovedora. Y en un momento, de los pocos en que aparece su madre, María, afirma a un tercero: “Son muchos los que lo siguen pero pocos los que lo cuidan”. Esa frase resulta paradigmática también de una ética del cuidado según la cual hasta, según las Escrituras, los más poderosos, son vulnerables. La crucifixión está narrada con realismo y los varones realmente hacen un papel vergonzoso frente al de las mujeres que se mantienen junto a él bajo la cruz hasta el último momento. Los chismes que circulan entre la plebe, simultáneamente al momento en que es crucificado, no hacen sino alimentar este sistema de versiones en que consiste la Historia, incluida la bíblica pero de la cual Liliana Bodoc precisamente viene a poner en evidencia en este punto. Los Evangelios son otra clase de relatos. Y hay varios Evangelios ¿a cuál creerle más? ¿son todos veraces? ¿qué sucede con las variaciones? ¿frente a cuál fiarse con total confianza? ¿son los Evangelios falibles? ¿o son ficciones motivo por el cual admiten otra que los condense en una parábola estética o literaria? Y la opción por los pobres y los más denostados por el poder es también clara sin caer por ello en la estereotipia.

No recuerdo a ciencia cierta cuál fue el primer libro que leí de Liliana Bodoc. Sí sé que la he estado releyendo desde 2002 de modo incesante, y escribiendo sobre ella, trabajando su enigma, procurando descifrar su secreto. Sé que en ella existe una clave literaria pero además existe otra: imaginativa. Y existe una clave que va más allá de una opción por la ética de un rostro limpio, al que a las personas que hemos sido educadas en los buenos modales y en los principios nos gustaría aspirar. Me gustaría llevar adelante un camino como el que llevó ella pero no en un sentido ingenuo sino de realización a través de un ideal virtuoso. No el de la conveniencia, no el de la publicidad, no el de la autopromoción. No el de autores y autoras por lo general bastante frívolos atentos a la fama, en los casos más groseros a la publicidad o, en otros, a la aprobación académica. Pues Liliana Bodoc no adoptó ninguna de estas posiciones a la hora de escribir. No hizo lo que se esperaba de ella para triunfar. Y por eso triunfó. Escribió lo que sintió que tenía que escribir. Escribió, quizás, simplemente lo que su consciencia (y su deseo), le dictaban escribir.

Sumo a ello que había un compromiso americano, que por estas orillas uno suele encontrarse más que con compromisos europeos (en su doble acepción de adhesión y de captura de citas obligatorias). No una literatura tampoco que se olvide de despegar de este mundo para sumergirse en otros, inescrutables, de difícil discernimiento para lo racional pero sí para el orden de lo imaginario.

Lo imaginario es la clave en Bodoc. No existe libro de ella que carezca de esa ¿virtud podríamos llamarle? Indudablemente, porque nos hace de una vez por todas pegar el salto del realismo más previsible y más lleno de convenciones, codificado de este mundo, de las prácticas sociales del sentido común y nos hace entrar en un mundo en el cual la vida se torna completamente inextinguible por efecto de la expansión de sus sentidos. Una antorcha lo ilumina todo. Esa hoguera es el fuego de la fantasía que mediante la imaginación creativa queda fuera de control. Y por analogía también lo hacen nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras proyecciones. Nuestro futuro. Comenzamos a ver el futuro bajo otra luz en función de que la imaginación es la materia plástica que permite moldear objetivos más ambiciosos en el mejor sentido de la palabra, más exigentes, más arriesgados. Bodoc proponía el riesgo. Cada libro suyo se lanza de modo desafiante hacia la llegada a un nuevo territorio. A conquistar un nuevo campo antes inexplorado. Por eso todos sus libros son tan distintos.

La poesía en Bodoc ha sido señalada. Yo la he señalado en muchos trabajos. La poesía en la prosa quiero decir. La prosa cuidada, trabajada, lenta, urdida amorosamente con suma exactitud para que no diga ni más ni menos de lo que debe decir. Y ser connotativa además de denotativa. O serlo, mejor, en un sentido débil, esto es, según un referente imaginario que no aluda a componentes del universo así llamado real según así lo asigna la convención. Sus dragones y sus bestias salvajes. Sus ejércitos enfrentados en combates inmemoriales son ocasión de revisar, una vez más, la ética. Y de cómo se resuelven esos conflictos. Si lo hacen desde la cara limpia y el obstinado encarnizamiento. Morir, parece querer decirnos Liliana Bodoc, se puede de muchas formas ¿cómo elegiremos hacerlo? ¿cómo elegiremos que otros lo hagan con nosotros? ¿presentaremos batalla o buscaremos la causa de la paz? ¿seremos cobardes? ¿dejaremos morir primero a los más débiles o afrontaremos ese choque de fuerza de modo frontal desde el comienzo?

Y por estos días en que he revisado sus libros, para recordarla, en que he evocado los trabajos que previamente había escrito, en los que precisamente había hecho hincapié en el modo de vivir de Bodoc que está tan entramado con su modo de sentir y, por sobre todo, con el modo sin dobleces de actuar, que nos sitúa frente a una mujer quien, sin dilemas, elige siempre no lo que le conviene sino lo que sabe debe asumir como responsabilidad o, escribiendo, como fehaciente belleza sin pensar en lo que le traiga de rédito o de conveniencia o de repudio. Aunque eso caiga mal o no la beneficie en términos pecuniarios. Bodoc hizo con su literatura literalmente lo que quiso. Ni más ni menos. Hizo lo que se le antojó porque no estuvo pendiente de la aprobación de nadie: ni del mercado, ni de la academia, ni del poder, ni estuvo desesperada por acumular lectores y lectoras acudiendo a fórmulas simplistas. Eligió el camino más difícil.

Y si bien trafica en sus libros con la magia, con la hechicería, las profecías, los dragones, los alquimistas, está todo el tiempo hablándonos de este mundo. Eso queda claro. Un mundo que ella sabe que ha perdido la cordura. Y que con su antídoto de seres y universos fabulosos acerca a quienes estén dispuestos a sanar las heridas por falta de vuelo o lastimaduras. Por incapacidad de pensar en mundos tan alternativos al nuestro que nos hielan la respiración por su descomunal belleza, en otro mundo posible, gracias a su estímulo, que se verá beneficiados con sus creaciones. Porque la literatura ha llegado para desordenarlo todo, para ponerlo todo patas arriba (mucho más si contiene dragones y hechicerías) y volverlo a ordenar según su acepción de mayor riqueza. Para poner en su lugar lo que ha sido desplazado. Gracias a las artes de los magos. De las profecías que auguran la llegada de un elegido que puede ser un alquimista en tiempos en el que los dragones son perseguidos por un bando en tanto el otro procura velar por su integridad. Tal como sucede en Tiempo de dragones. La profecía imperfecta.

Este es el mundo de Bodoc. El de la confrontación y los enfrentamientos entre dos arquetipos que de modo inmemorial han estado siempre y no han estado en paz jamás. Porque uno no respeta los principios según los cuales se rige el otro o debería hacerlo según una ética que contemplara al otro como a un semejante. Se trata de un bando (en un caso) que se maneja según la conveniencia. Y el otro lo único que hace es atenerse, sin concesiones pero también sin dar un paso atrás a defender sin miedos sus principios de la canalla. En el caso de uno y otro bando, sabemos perfectamente de cuál está Bodoc. Ella teje y desteje los hilos de esos aguerridos encuentros. Digita los enfrentamientos. Pero se encuentra enrolada hace ya tiempo en uno de esos bandos y realiza por dentro de sí una síntesis perfecta, a partir de la cual es capaz de crear y de creer. Indefinidamente.

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