Hasta esa noche fui virgen, esa fue mi primera vez, primera ofensa en mi México lindo y querido, país que me dio el nombre, gracias a las borracheras rancheras de mi padre. Yo pensé que era un juego inocente, como tantos otros. Ocurrió en un restaurante de ambiente familiar, donde la música se articulaba según las demandas de los comensales, y yo, paloma en mano, -el trago, por curarme en salud de los malos pensamientos devenidos de otras acepciones de la paloma-, Paloma enfrente, también me sentí con derecho. Las dos güeritas de la mesa 10, mandamos un papelito pidiendo un par de canciones: “4 Velas”, una ranchera, y “Pedro Navaja” de Rubén Blades.
No entiendo qué sucede con las “4 velas” de mi infancia al son de mi padre, que ni en la plaza Garibaldi logré encontrar alguno que se la supiera hace unos años. Yo recuerdo cada estrofa, cuatro velas me esperan contigo,
Después que tendido, me encuentre a tus pies, cuatro velas, después del martirio de sentirme herido de tu amor tan cruel… de Antonio Aguilar, nada más y nada menos que “El Charro de México”, un hombre de 120 películas, 150 discos, con 25 millones de copias vendidas de estatura.
Pero los músicos encargados de animar la velada en cuestión, tampoco se sabían las “4 Velas”. Los Innombrables, literalmente innombrables, y no por mala intención de mi parte sino porque es el nombre que escogieron los innombrables para llamar a su banda, constaban de un tecladista de masa corporal enorme y suficientes años como para saber de 4 velas, que sin expresión facial que revelara el más mínimo esfuerzo ni emoción, fabricaba los sonidos de una orquesta apenas moviendo los dedos; un cantante guapetón de pelito largo, quien tocaba la guitarra con afinado furor; una cantante de baja estatura para su peso, con el agravante de escogencias vestimentarias nada favorecedoras, que era poseedora de una hermosa voz, aunque débiles finales; un engreído solista de cuerpo redondo de estilo tan previsible como su cara de cantante; y un baterista sentado atrás, en actitud de eminencia gris del tinglado. El papelito con nuestras solicitudes recorrió toda la tarima, y ninguno de ellos supo qué era aquello de las 4 velas ni al corriente de Pedro Navaja. Es de resaltar que ya los Innombrables habían tocado baladas, salsa, reggaetón, merengue y rancheras, pop norteamericano y demás…
Aun sin frustración alguna que nos hurtara la simpatía del momento, ensayamos enviar un segundo papelito. Esta vez estábamos seguras que sí se iban a saber las canciones: “Atrévete”, de Calle 13, y la bachata “Burbujas de Amor” de Juan Luis Guerra, par de clásicos, dos tiros al piso pues. Por las dudas, pusimos a los autores al lado de los títulos de las canciones, Calle 13 y Juan Luis Guerra, por si acaso.
Para nuestra absoluta sorpresa, el papelito volvió a circular entre los músicos que ponían cara de no tener ni idea. Tocaron entonces alguna otra solicitud del público. Ya entonces el asunto se empezaba a convertir en un reto lograr que nos complacieran con una cancioncita. Tampoco es que somos tan distintos en el pop en español que consumimos masivamente venezolanos y mexicanos… Así que insistimos con una próxima servilleta, donde escribimos una lista de cinco canciones, seguras de que esta vez sí tendríamos más suerte: “Labios Rotos” de Zoe, mexicanos para el mundo, “Rata de Dos Patas” de Paquita la del Barrio, “Like a Virgin” de Madonna, y “El Rey”, que es como el “Alma Llanera”, después de unos tequilas. Ya esta escogencia era imbatible, alguna se tenían que saber.
Pues “Like a Virgin” después de su primera vez quedé yo cuando empezaron las burlas con apariencia de chiste inofensivo que nos llegaron directas desde el escenario. Me sentí violada en mi inocencia de querer establecer un dialogo lúdico y sincero, desde mis preferencias musicales, con una cultura que adoro y siempre he sentido como parte de mi ADN… Que si ahora nos mandaron una lista de Spotify, con burla y desdén… el cantante entonó unos compases de una cancioncita infantil que hablaba de un rey de chocolate… hasta que nos lanzaron los primeros compases de “El Rey…” el de verdad. Me sentí contenta y decidí que aquello del rey de chocolate no había sido burla sino una jugarreta inofensiva, que yo me tomé a mal, tal vez ya cansada a esas horas… Pero la pequeña cantante aclaró mis dudas: vamos a ver si esta podemos hacerla… vamos a hacer lo posible… y empezó a cantar. Llegado el coro, conminó al público a acompañarla, ya con evidente cinismo, por si alguno se sabe esta canción… con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero…
No entendí lo que estaba pasando. ¿Sería que no les gustó que le pidiéramos una de Madonna? … A poco y los mexicanos no cantan Madonna… a ver quién se la sabe y me acompaña… rodar y rodar, se burlaba, rodar y rodar… Tomé mi cartera y salí del lugar aireada en franca molestia. No era para menos, nunca se habían burlado de mí en México. Acababa de perder la virginidad y eso no es cualquier cosa, sobre todo cuando no estoy dispuesta a poner mi profundo amor por México, en riesgo ni en juego. No soy mexicana, pero México es mío con el derecho que me otorga desde el origen de los tiempos humanos, hacer mía la tierra donde escoja quedarme. Y no es porque me quedo sino porque lo quiero a México todo… sin nombrar a los innombrables ahora reducidos a la oscuridad de mi lista de innombrables.