Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El Libro de las semejanzas

 

Edmond Jabès (Alfaguara, 1984)

El libro que se lee, que se ha leído, es el comienzo inmodificable de uno que no se ha leído: parece ser la conclusión a la que avoca la lectura del libro de Edmond Jabès, El Cairo, (1912). Y si la literatura, parece, no es más que la refle­xión sobre ella misma, la reflexividad ininterrumpida, en relación con lo incierto, con la validez o inutilidad que tiene, con lo que resuelve o lo que es inalcanzable, con el problema de si dice o hace silencio, con el hecho de que si podemos confiar o no en ella, en su porvenir, en su necesidad de respuesta; queda entonces, como única posibilidad, como única salida, la de no escribir más, la de volver a la inscripción como una forma de hacer silencio. Una experiencia de orden apocalíptico, por no decir más; en constante vinculación con el pesimismo insoportable, el del cínico. Ya sobre este mismo fenómeno se han escrito numerosas apreciaciones, se han realizado numerosos intentos de aproximación, como los de Maurice Blanchot, el mismo que reconoció la importancia del libro de Jabès, “EL LIBRO DE LAS PREGUNTAS”. Una escritura que aplaza, que neutraliza el sentido, que se preocupa más por la esencia de la palabra, que por hallar en la inspiración lo que la resuelva es la que se propone en el libro de Jabès.

Para Jabès la reflexión es sobre el libro, el libro como libro, el tiempo, la lectura, el lector, la muerte, la historia, la palabra, la persecución, la soledad y el silencio; le remiten a presentar siempre una extremada reflexión, para situarla; pero es en ella, en la intención, en la que queda extraviado, confundido, como perdido o desaparecido, al no poder encontrar el impulso que le permita salir del ámbito de lo meramente reflexivo. Pensar no es reflexionar. El pensar hace más relación con la meditación: la meditación en sí misma no piensa. La lectura de si mismo puede conducir inevitablemente al masoquismo, o, a convertirse en la expiación de una culpa. “Leer lo que huye de la lectura”; “Escribir es, quizá re­velar a sí mismo la palabra, en el umbral de la muerte” o cuando alude a que la palabra “habla en nombre del silencio al cual aspira”. Yo me leo a mí mismo para conocerme, no para perderme. Y si nada es comunicable, entonces nada es real: la palabra no escapa a su dominio, porque es lo que se piensa no debe escapar.

Por momentos el libro, por la presencia indefinida, como de apariciones, de Sara y Yukel, por la modificación que ellos intentan introducir para ofrecerle al lector una instancia nueva, por su especie de prueba, que llevan a cabo, por fuera y por dentro del libro, hace posible al lector avanzar en el “círculo vicioso”, en el cual el autor le involucra. Con ellos dos no podremos continuar mirando, pensando o colonizando al autor, sino que él los propone, para hacernos entrar en otra dimensión, aquella en la que él ha desparecido para darles pa­so. Yo, es otro como decía Rimbaud, pero aquí es el mismo autor, porque no puede escapar a la fascinación que despierta en él la palabra. No palabra divina, porque ella es parte de un ritual, una clase de exorcismo más que de expiación o de culpa. No puede haber en el libro nada que no sea “trascendente como Dios”, para la reflexión.

No ocurre lo mismo en la reflexión de un Ramses Yunán o G. Henein, que se liberan de ella, de su oscuridad, de su perversa opacidad, liberándose a sí mismos, con la risa, lo lúdico, el humor o la ironía. “Hay que creer en el libro para escribirlo. El tiempo de la escritura es el tiempo de esta creencia”. El que contempla no necesita creer o no en el libro que escribe, porque el libro siempre corresponde o responde a lo incumplido. El libro es una señal. Un libro que se va escribiendo de parte de la escritura -lentamente-, sin que lo inhiba el propósito último de la publicación, sin que lo presione esa obsesión: un libro para sí que adquiere en ese “estado”, su auténtica realidad. Un libro que se cierra para abrirse en el que “vendrá”. Un libro para leer, en brillante traducción del poeta Saúl Yurkievich.

Hey you,
¿nos brindas un café?