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Leopoldo Brizuela: una poética musical

Leopoldo Brizuela (La Plata, 1963-Bs. As., 2019) irrumpió en el campo intelectual argentino de modo precoz, obteniendo el Primer Premio Fortabat de novela 1985 por su obra Tejiendo agua (1986). Esta circunstancia ya nos habla de una personalidad literaria que tempranamente se desplaza entre signos con la elegancia grácil de los talentos, a diferencia de otras que se ven obligadas a recorrer un camino dilatado hasta encontrar una voz. Conjeturo que Leopoldo Brizuela con esta “narración de comienzos” ya había sentado las bases de una poética que no se plegaría al mercado ni lo cortejaría sino que sería a la inversa. Esto es: tuvo una carrera exitosa pero su trayectoria fue siempre impecable. Su poética no trastabilla jamás con fines comerciales ni golpes de efecto. Brizuela no es jamás oportunista. Sino que es de tal excepcional calidad su poética, que no puede ser desconocida por la gran literatura del mundo.

Recibió una enorme cantidad de premios y menciones, entre los cuales se pueden citar el Primer Premio Edelap de cuento (1996), Clarín de novela (1999), por su novela Inglaterra. Una fábula, el Premio Alfaguara de novela (España) en 2012 por Una misma noche. Con su novela Lisboa. Un melodrama, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. También obtuvo las siguientes distinciones: Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires (bienio 1999-2000), Beca de la Fundación Calouste Gulbekian de Lisboa (2001), Beca de la Fundación Antorchas (2002), Beca del Banff Center of the Arts (Canadá, 2002), Premio Konex (2004 Diploma al Mérito en la categoría Cuento, quinquenio 1999-2003) y Premio Konex (2014 Diploma al Mérito en la categoría novela, Período 2011-2013). Ya vemos, una carrera consagratoria por las instituciones dadoras de devoción cultural meteórica pero fundada sobre bases sólidas. Con formación, una infrecuente capacidad de trabajo y destreza en el oficio que estaba en directa relación con su talento.

Sus comienzos también están vinculados a la música y a la musicología. En efecto, siendo muy joven se acerca a Leda Valladares y María Elena Walsh, forjando una estrecha relación que lo familiarizará con la música folklórica naturalmente de índole popular y, me atrevería a decir, ancestral. Surge entonces en Leopoldo Brizuela esta inquietud por las cantoras, como Gerónima Sequeida, Mercedes Sosa y la citada Leda Valladares, a quienes entrevista en sendos libros. En efecto, da a conocer Cantoras (1987) y, más tarde, Cantar la vida (1992). Esta será la primera doble apuesta de Leopoldo Brizuela: a la categoría del género (sexual) y al universo musical en estrecha relación con la escritura. Por supuesto, otra apuesta: a la escucha de voces acalladas. Habrá otras, como veremos.

Publica una novela a mi juicio de genio, la citada Inglaterra. Una fábula (1995). Procesa allí mediante operaciones complejas la tradición literaria de ese país. Y, por otro lado, de modo desafiante se planta frente a dos líneas: la estética, esto es, la tradición fuertemente canónica de las poéticas inglesas (una nación letrada potente, gobernada y liderada por Shakespeare, el patriarca de los escritores y escritoras: su fantasma). Mediante la traducción cultural, los intertextos y toda una serie de intervenciones sobre ese corpus internacional que evidentemente él manejaba a la perfección, se planta frente al poder estableciendo una lectura específicamente latinoamericana y más concretamente argentina de la literatura inglesa. Su labor aquí resulta triunfal. Por otro lado, frente a una nación históricamente de naturaleza colonialista e imperialista, un latinoamericano desembarcará en sus costas literarias y de modo desafiante disputa un poder a la sede del canon que a todas luces resulta asombroso. No obstante, tal como lo adelanté, no se trata de una operación simplista, de una discurso ensayístico fuerte o de tesis. Sino a la tensión que un argentino establece con el legado de generaciones de grandes íconos letrados que son configuradores en buena medida de los géneros, así como de los contenidos acerca de los cuales debía tratar la literatura narrativa, en su caso. Pero más ampliamente poética. Como para cerrar este capítulo, diría que, si Borges había participado de una particular sensibilidad hacia esta literatura, realizando también operaciones estratégicas con ella, Brizuela entonces también contiende con el clásico por excelencia de su país en lo que hace a un “gusto” y al canon que éste pretende imponer en nuestro país. Brizuela cifrará la lectura del canon inglés según otros términos, muy diferentes de los de Borges. No permanecerá ajeno entonces a esta otra figura agigantada por el paso del tiempo, que también se convierte en una sombra peligrosa para el trabajo de los escritores y escritoras que vienen por detrás.

En su poemario Fado 1995) ya se inicia el segundo movimiento (como una pieza musical) hacia lo que sería el juego nuevamente tonal que asocia escritura con partitura. En efecto, Leopoldo Brizuela esboza aquí su poética, pero mediante una notación que se aproxima fuertemente a una melodía, cuya coronación sería su siguiente novela, Lisboa. Un melodrama (2010), una experiencia magnífica que viene a confirmar este trabajo musical que articula de modo permanente, en una operación de una congruencia notable (pero también de contrapunto) entre lo literario con los géneros de la canción popular de distintos países (empezando por su patria, desplazándose luego al mundo). En efecto, la escritura de Leopoldo Brizuela siempre es transparente, no tiene florituras ni adornos, pero por detrás de esa aparente simplicidad se agazapa una meticulosa labor que está atenta, en primer lugar, a las armonías.

Y en esa trilogía, digamos, de naturaleza nacional, se cierra el ciclo, a modo de despedida triunfal, con su novela Ensenada. Una memoria (2018), donde aborda el derrocamiento de Perón en 1955, pero también se trata de una novela fuertemente complicada con su identidad, en una ciudad en la que existe tanto una sensación de arraigo como la presencia de la cizaña. Diría que entre estos dominios se juega la novela, con matices, naturalmente.

Compiló notables antologías, El taller del escritor (1992, 2 volúmenes), Instrucciones secretas. Guía para empezar a escribir (1998), en los cuales ya nos encontramos frente a alguien preocupado por problematizar el instrumento con el que ejecuta la invención: la escritura, sus procesos, su génesis, sus estímulos, a través de testimonios autorizados de figuras que son referentes o bien célebres o bien de naturaleza más velada y menos pública. En particular con acento en la narrativa. Se trata de esfuerzos dignos de destacar porque hay en ocasiones declaraciones de escritores y escritoras cuya selección corre por su cuenta. Lo que importa es que se trata de una investigación creativa que indudablemente lo sumerge en el escrutinio en el marco de una profusa bibliografía para poder realizar las ya citadas compilaciones. De modo que entre la reflexión y el pujante estilo, la producción literaria se plantea como un tema a debatir. No a naturalizar. A debatir para el escritor o la escritora mismos a la hora de producir sus textos, a debatirse entre ellos mismos y las sucesivas versiones de sus textos. Pero para dispararlas con el objeto de no ser un ingenuo.

De 2000 data una antología valiente, Historia de un deseo. El erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos, con su Selección y Prólogo. Esta cartografía de un mapa que había permanecido acallado, siempre en una suerte de “estante escondido”, según sus palabras, irrumpe en la esfera pública seguramente sacudiendo los tabús de todos conocidos e instalando voces, poéticas, poniéndolo todo en cuestión y proponiendo en cambio “un murmullo, un rumor”, en palabras de Brizuela. Leopoldo Brizuela menciona en su Prólogo a la figura precursora de Oscar Wilde (quien, citado por Borges en un Prólogo a su obra crítica, habría querido conocer “el otro lado del jardín”, en una declaración a André Gide). Y también esta antología consiste en una suerte “de secretos y presunciones, de susurros de espaldas al poder”. Una vez más Leopoldo Brizuela, de modo desafiante frente al estado de cosas y una cultura heteronormativa hegemónica hacía salir de ese silencio histórico a poéticas riquísimas que por discriminación, estigmatización o persecución implícita o explícita no reconocían una sistematización como la que él realiza y afronta sin rodeos, sino más bien de modo sistematizado (como de hecho está organizado el libro, como un mapa original). Pero me gustaría destacar un punto crucial en esta antología. Y es que la identidad de género de los autores y autoras no es en todos los casos homosexual. De modo que Leopoldo Brizuela postula esta distinción entre el sujeto autoral y voz del texto o sus contenidos. Ya no se trata de una ecuación simplista según la cual un homosexual escribe literatura de ese corte y un heterosexual no puede hacer lo contrario. Esta vez el texto y sus voces se independizan por completo de la identidad de género en el marco de una biografía.

También Leopoldo Brizuela fue traductor y periodista cultural colaborando, con varios medios, como, por ejemplo, el diario El Día, La Nación, La Prensa y en revistas como Lateral (Barcelona) y Le Monde Alfaphétique (Québec), entre muchas otras. Coordinó talleres de escritura en la cárcel de mujeres de Olmos y en la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, circunstancias todas que le valieron un reconocimiento unánime.

Dejo para el final cuatro libros: El placer de la cautiva (2000) y Los que llegamos más lejos (cuentos, 2002). En estos dos libros la dimensión más intensa es la cuestión nacional. Cuentos sobre la tradición de los habitantes de Argentina, del sustrato aborigen en buena medida, y su pasado. En el segundo, El placer de la cautiva elabora un diálogo naturalmente intertextual con la pieza fundacional de la literatura argentina. Un personaje femenino (una vez más) se vuelve deseante luego de una persecución de los aborígenes además de deseada, como si irrumpiera ese deseo traducido en estrategias de seducción tras pasos que la acechan pero que al mismo tiempo ella espera, anhelante. Asimismo, brinda la voz a una mujer (nuevamente), además de el protagonismo que, en un juego de ventriloquía, él hace hablar a través de su escritura. En efecto, la cautiva es hablada para que tenga una voz, así sea narrativa.

Leopoldo Brizuela realizó potentes intervenciones editoriales de la literatura escrita por mujeres. Entre ellas, se pueden citar la narrativa breve de Sara Gallardo y los cuentos de Luisa Mercedes Levinson, de cuya hija, Luisa Valenzuela, fuera amigo entrañable. En ambos casos escribió sendos Prólogos. También escribió una serie de artículos o notas sobre la literatura de mujeres, así como realizó declaraciones públicas en torno del tema de modo tanto elocuente como recurrente. Tempranamente había difundido en los talleres de escritura que coordinó en La Plata a las poéticas de las cuentistas del Sur estadounidense, Clarice Lispector, Carmen Martín Gaite, Eudora Welty, Cristina Peri Rossi, Susan Sontag, Grace Paley y luego, entre muchas otras, a la canadiense Alice Munro. Una vez más detectamos a un Leopoldo Brizuela atento a los silencios de la tradición. Argentina y mundial. En este caso de un canon nacional que había desatendido a una serie de autoras de jerarquía superlativa.

Dejo para el final, sin seguir un movimiento lineal, como se habrá notado, la obra que le valió el Premio Alfaguara de novela: Una misma noche (2012), en la que trabaja con la memoria y una experiencia autobiográfica, lo que no solía ser lo más frecuente en el seno de su ficción. Por el contrario, su literatura se caracterizaba por un pujante poder de la imaginación, si bien también es sabido que se documentaba e investigaba de modo notable antes de sentarse a escribir versiones finales de sus novelas.

Leopoldo Brizuela constituye un hito de la literatura argentina del siglo XX y XXI. A caballo entre dos momentos tan dispares de la Historia del mundo, atravesado por varias crisis tanto en Argentina (con el golpe sanguinario del 1976, el neoliberalismo menemista y luego la crisis institucional de 2002 que afortunadamente fue revertida), su poética fue de naturaleza deslumbrante, con destellos particularmente inspirados. Para la ciudad de La Plata estimo un orgullo que haya pertenecido a nuestra comunidad y elegido residir aquí. Ese sentimiento de arraigo marca también el contrapunto que me gustaría señalar entre lo cosmopolita, lo argentino y lo local que de modo indetenible forjó una poética descollante. Además de una riqueza infinita que no condescendió a marcharse definitivamente de su país sino a gravitar en el extranjero también mediante intervenciones de orden inolvidable para la Historia cultural de todos los tiempos.

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