Un amor feliz. ¿Es normal,
serio, útil?
¿Qué saca el mundo de dos personas
que no ven el mundo?
Un amor feliz. Wislawa Symborska.
El rayo del amor
no sé de qué hablamos
cuando hablamos de amor.
The Shining of the Sun. Fito Páez.
Es posible enamorarse de una ciudad y descubrir cómo las emociones marcan pauta en su espacio, en su abismo. La ciudad es un patio donde el amor ocurre y es ese punto de partida el que la convierte en algo más, una emoción. Así se transforma en un lugar en el que es imposible escapar del otro, quién además, se convierte en un puente para converger, fracturar, para trascendernos. El tiempo, como las ciudades, es indetenible. Los fragmentos, se encuentran para alternar su rumbo.
“El tiempo es un animal cansado.
Un viejo truco de Dios
para creerse inmortal”
El tiempo. Métodos de la lluvia.
“El silencio debe callar” dice un verso de Menester. Para hablar de la voz poética de Leonardo Padrón, parece una obviedad iniciar con la clara invitación al verbo. Pero ésta es suya. La fascinación por el instante en que apacible, debemos comunicar nuestra semejanza. Leonardo escribe sobre personas que se buscan. Más allá del giro de la confluencia, el frenesí entre espasmos, su escritura no sabe contener su mirada, resuelta, inquieta, adicta. Me urge hablar de dónde ocurre esa mirada.
Tanto El amor tóxico como Métodos de la lluvia están situados bajo el registro de un pulso infatigable. Un espacio roto que es mucho más que la suma de sus ruinas o la vocación de sus huellas. Una ciudad que no se asfixia en los cables del tendido eléctrico, ni en los ojos que se pierden en ella y la ven por última vez. Esa ciudad inagotable, violenta, seductora, es Caracas. Abordarla, devolver sus arañazos, tenderla como una ráfaga que se siente, hacerla apunte, es uno de los principales aciertos de la poética de Padrón.
“Caracas arde
sin las conjeturas del sol.
Y el día es un alazán desconcertado.”
Última hora. El amor tóxico.
La urbe cede ante sí misma, ante lo que la solía componer. Está hecha un pedazo. Un espejo, un reloj, un abandono. “Toda ciudad es un vicio solitario” nos dice en Zona peatonal. Esta voz es la de un hombre confundido que vuelve a amar y hace de ese fenómeno un ritmo vital. Del asfalto un oficio.
Nadie quiere saber dónde está cuando está enamorado. Padrón hace del sentimiento, sitio. De la pasión, un territorio. Rastrea todos los destellos, todas las inminentes casualidades que llevan un cuerpo al otro. El sujeto que ama, combate. Parece que la congestión y el ruido existieran para confabular un nombre. La ciudad de esta voz es la ciudad de un hombre que ama y acalla el silencio para vencerlo, derrama en la página su intención fascinada, curiosa. Tóxico y feliz. El amor, como
todas las costumbres, teme al destino. Es una silueta que no sabe sino temblar.
“Y yo lavo sus labios con los míos
rio su risa
me muslo en su muslo
me caballo en su pasto
me mordisco en su jadeo
soy noviembre en su virgo
amanezco en sus pulmones”
La casa. El amor tóxico.
La experiencia del amor en estos textos ocurre como una amenaza. Parco es por naturaleza el despojo turbio, la puerta que franquea la posibilidad de un cambio. En ese rincón de lo inaudito, reposa y se festeja el hambre incansable ante la metáfora de esa sensación, ese reducto de libertad que nos somete a él, un amor que por ser celebrado, no resulta menos confuso o efímero.
El amor que nos ofrecen estas páginas rasga la textura que tierno, concibe. La atmósfera de Padrón es la del cautivo. El hombre que acude al verbo tras su impresión. El tiempo exacto en que sabemos que desde entonces, nuestra vida no es del todo nuestra. El amor como la ciudad, puede convertirse en un castillo de balas. Padrón nos la ofrece como una extensión de los amantes, estridente, un patio que grita y que nunca logramos entender.
La escritura de El amor tóxico y Métodos de la lluvia es esa evidencia. El trazo de una gota que suma otras en el torrente, una copa que brinda por el azar de los distraídos que hacen posible el amor. Los conjuga. La línea más alta del cerro Ávila está en las manos de quien la ve. Así los amantes.
Caracas, como el olvido, insiste. Es un asalto que acierta en cada duda. La ciudad, como los amantes, permite la ruina, para volver a empezar. Es un hábito y lo sabemos. Se despide siempre. Desde el escándalo de los balcones, insiste en la punta de la lengua. Sucia. Sacra. Enferma. Vivaz. La ciudad como los amantes, ocurre adentro. Busca, como diría Padrón, el sol de los sótanos. Vuelca y emerge los materiales humanos.