El mundo es una representación: siendo más precisos, un universo de representaciones, desde la perspectiva de Platón: un «mundo de ideas». El lenguaje es el medio a través del cual recreamos este universo de representaciones, o situaciones ideales. Es lógico entonces que a través del tiempo personajes como Ferdinand de Saussure se abocaran a estructurar los hechos sociales basados en arquetipos lingüísticos.
Sin embargo, es necesario comprender que pese a la naturaleza lingüística de los fenómenos para su explicación, el lenguaje se adscribe en un universo material: su construcción deriva de elementos contextuales, de las relaciones que se establecen entre individuos. De esta manera, aunque las necesidades humanas sean universales y por tanto susceptibles de traducción en muy diversos idiomas, existen estructuras de sentido que carecen de significado si no se toma en cuenta todo un proceso de conceptualización material.
Hoy en día, con los cambios tecnológicos y la evolución lingüística que de ellos deriva, podría parecer que el lenguaje se reduce, la interacción lingüística se minimiza y para quienes ven todo de forma más apocalíptica que las redes electrónicas conducen lentamente a la pérdida del lenguaje humano como lo entendemos hasta estos días. Mas, olvidamos tres situaciones importantes: la primera es que desde el inicio de los tiempos, el lenguaje ha evolucionado, prueba de ellos es la existencia de cientos de idiomas distintos; la segunda es que la evolución que está ocurriendo en las redes electrónicas bien podría ser catalogada como evolución visual y no lingüística pues es necesario, en la mayoría de los casos, estar frente al mensaje visual para comprenderlo; y la tercera es que el lenguaje es abstracto: nunca decimos lo que realmente pensamos y a su vez quien nos escucha difícilmente entenderá lo que nosotros visualizamos al montar nuestro mensaje. Nuestro proceso de hipotiposis siempre ha sido limitado.
Esta situación se debe a que el habla está determinada por las relaciones materiales establecidas a través del campo abstracto del lenguaje. Y esa característica impide que las interacciones lingüísticas sean siempre exitosas, independientemente del uso de la tecnología. Incluso mientras realizamos el análisis cotidiano de un fenómeno, nuestra postura ya se encuentra delimitada por las estructuras precedentes en nuestro cerebro: nuestras conclusiones y reacciones estarán determinadas por cada partícula de información comprendida y organizada de forma previa.
¿Cómo puede entonces un emisor transmitir un mensaje de forma clara si el receptor no cuenta con los mismos parámetros que él posee? ¿qué ocurre cuando no se trata de un solo receptor sino de una pluralidad de receptores? Los mensajes nunca serán comprendidos de forma total. Si bien somos capaces de elaborar mensajes completos, éstos no se convierten en tales sino hasta el momento en que interactúan con el campo de comprensión de quienes los reciben, o como diría Pierre Bordieu «la determinación completa de la significación del discurso se produce en relación con un mercado».
Podemos pues escuchar una canción, e incluso repetirla sin que sepamos en realidad qué dice. No solamente hablando de una canción en un idioma disímil al nuestro, también en el idioma propio. Podemos también responder a una conversación conociendo de forma parcial la información que se nos transmite. El sentido de cada mensaje estará dado por nuestra capacidad de descifrarlo, se trate de una canción, un discurso político e incluso de una conversación cotidiana. Visto desde esta perspectiva, las redes electrónicas no son un inconveniente práctico que esté haciendo colapsar la maquinaria comunicativa social, destruyendo el lenguaje; simplemente evidencian un fenómeno que se encontraba presente desde tiempos inmemoriales, pero que difícilmente se hacía visible puesto que no existía forma de conocerlo en nivel macro: hablamos sin decir algo y además no escuchamos.
Nuestra percepción selectiva se encarga de elegir qué partes de un mensaje decidimos escuchar, la exégesis se transforma en un medio conveniente de comunicación parcial. Toda interpretación discursiva contiene dos partes que combinadas nos acercan a la significación del mensaje: los elementos estables, conocidos por cada miembro de una sociedad determinada; y las experiencias particulares, que nos forman como individuos. No es extraño entonces que nos enamoremos de entes inexistentes, que adulemos a personajes ficticios o que seamos seducidos por políticos creados en nuestro campo onírico, pues nuestras experiencias y limitado poder de comprensión nos obligan a crear personajes, surgidos de discursos a medio interpretar que rellenamos en pos de conseguir figuras completas. Lo que es importante recalcar es que esta situación ya tenía lugar antes de la aparición de cualquier mundo virtual. O que quizá siempre habitamos en un mundo virtual y lo que conocemos hoy sea mejor entendido como «mundo virtual electrónico».
Es así que la tecnología a la que tenemos acceso ha facilitado el camino de la recepción de mensajes, gracias a que nos permite complementar los medios lingüísticos ya disponibles con los audiovisuales. Ahora el problema que enfrentamos es aprender a discriminar el cúmulo de mensajes que recibimos, razonarlos, procesarlos, reestructurarlos y compartirlos para lograr una mejor comunicación sea verbal o electrónica.