(Una relectura del texto La Palabra Amenazada de Ivonne Bordelois)
El lenguaje es el elemento esencial que construye y ordena la realidad de toda sociedad. El ser humano internaliza el mundo y su relación con él a través de la palabra, de ahí que uno de los grandes retos que se han planteado las fuerzas globalizadoras de la modernidad sea desintegrar el lenguaje de todo sentido para llevarlo a un profundo vacío de significados, y por ese mismo camino vaciar al ser humano de toda sublimidad y convertirlo en una máquina abyecta de producción.
Ante la noción de mercantilismo, producción y consumo, pregonada por el sistema capitalista, el lenguaje, como plantea Ivonne Bordelois en su libro La palabra Amenazada, se eleva como un bien solidario y espontáneo compartido por toda una comunidad. Mediante ese maravilloso sistema de intercambio los individuos pueden gozar de uno de los mayores placeres dados al ser humano: la comunicación.
La cultura globalizada busca aniquilar este don trascendental, está consciente de su poder subversivo y sublime. Bien sabe que en cada acto de habla se inscribe la posibilidad de generar formas distintas de entender y asumir la realidad, de comprendernos. De ahí que busque por cualquier medio alejar al individuo de esa posibilidad única de liberación tratando de convertir al lenguaje en un ente invisible.
El lenguaje como fenómeno humano y social apuesta por la diversidad, la pluralidad y la tolerancia, es a fin de cuentas la máxima expresión de lo democrático. Contrario a él, el sistema capitalista, representado por el sistema de conocimiento racional y técnico, busca deslegitimar todo aquello que se proyecte hacia la sublimación del individuo, orientándolo hacia los ámbitos del pensamiento unívoco y hegemónico.
En el mundo moderno la razón se ha erigido como sujeto opresor. El conocimiento y la técnica, pertenecientes al mundo de la objetividad, paulatinamente, han ido abarcando todos los ámbitos de la sociedad y la han convertido en un espacio condicionado para el consumo y el mercado. Ya no es el conocimiento en función del ser humano y el bienestar del colectivo. Todo lo contrario, el conocimiento y la técnica se sostienen en función de los grandes capitales. De esta manera la conciencia humana ha ido construyéndose desde el individualismo y el egoísmo. Contrario a lo anterior, el lenguaje puede concebirse dentro de la sociedad moderna como sujeto liberador, ya que en él radica la fuerza transformadora de toda sociedad, a través de él se dan todas las relaciones y dinámicas socio-culturales que empoderan al individuo y a los colectivos en cuanto a su emancipación humana y social.
Una de las tentativas constante dentro del mundo globalizado es la mediatización del lenguaje y su proyección sólo como forma de comunicación inmediata y no como una manera de asir la realidad individual y colectiva. El lenguaje mediatizado está al servicio del poder y del marketing y el consumismo. Siendo así, el lenguaje se alejaría terriblemente de su condición social, la cual está vinculada a la relación de los individuos en sociedad bajo un sistema libre de intercambios que no obedece a estructuras técnicas y monopolizadas, todo lo contrario, se plantean y ejercen desde la libertad total, solidaria y creadora del individuo con su entorno.
El sistema hegemónico, constantemente, busca aprehender el lenguaje para satisfacer sus necesidades inmediatas. Su concepción no parte desde la relación plural, todo lo contrario, se erige desde los ámbitos de la no escucha y negación del otro. Su intención clara es deslegitimar todo proceso de convivencia que esté de cara al bienestar colectivo. No obstante, el lenguaje, como fuerza creadora y redentora del ser humano, revierte dicha posibilidad y constantemente genera múltiples espacios de comunión, en los cuales los individuos pueden encontrarse y ejercer libremente su derecho a la palabra, que es al mismo tiempo una forma total de conocimiento y de la libertad.