Eso de poder caminar a salvo por las calles sin arriesgarte a que te maten, encontrar comida en los supermercados y medicinas en las farmacias -aunque tengas que dejar el sueldo en la cita médica que te permite el récipe para comprarlos- , y que exista realmente la posibilidad de conseguir trabajo que no tenga que ver con el gobierno -aunque tampoco tenga que ver con nada de lo que sabes ni te gusta hacer-, son de las cosas que insistes en recordar cada vez que te sientes miserable por vivir lejos de tu tierra. Cada vez que tratas de curar la inmensa y demoledora soledad que te produce vivir lejos de la gente que quieres.
Pero hay además una ventaja que tiene el destierro, de la que poco se habla y que también te salva y te protege. Y tiene que ver con que tú no manejas los códigos sociales, la escala de valores con la que se prejuzga y clasifica a los demás, cuando es asunto que está indisolublemente ligado a lo cultural local, y que se esgrime calladamente porque, aunque todo el mundo sabe que no está bien, todo el mundo lo hace. Me refiero al status que te otorga el trajeado o peinado, a lo que se dice con gestos, miradas o guiños en la comunicación pre-verbal del país extranjero que te acoge. No decodificar esos códigos sociales de status y pertenencia, por los que la gente tanto padece, te mantiene a salvo y fresco con la posibilidad de relacionarte con la gente que estimas por lo que es y te da en la interacción. Es verdad que es fácil equivocarse entonces en la interpretación de los gestos y posturas de los lugareños, siendo extranjero, sobre todo tomando en cuenta la excesiva susceptibilidad del emigrante que no pertenece y que desea ser aceptado. Pero también es verdad que esa suerte de inocencia, te mantiene a salvo de no caer en preconcepciones y juicios anticipados. Dicho en criollo, pasas agachado y sin darte cuenta. Y Dios protege al inocente.
Juzgar por el aspecto transita por unos niveles de sutileza que solo los locales pueden manejar. Un tipo con el pelo pintado de verde es punk donde lo pongas. Sí. Pero en Venezuela no te lo imaginas trabajando en una oficina a menos que sea una productora de cine o un teatro, o que sea profesor de ilustración en una escuela de arte… bueno, si eres de los que piensa que esos quehaceres son trabajo. Pero si lo pones en NYC en cambio, el hombre de la cresta verde puede ser policía o profesor de química, por ejemplo. Si en tu país sabes perfectamente cómo se visten los “sifrinos”, “pijos” o “fresas”, y de verles el camina’o a la distancia ya te condicionas y juzgas antes de hablarles, es mucho más difícil que sepas cuánto tiene en el banco una persona en un país ajeno, a juzgar por su aspecto, que bien puede ser de blue jean roto y franela ruñida, a pesar de tener millones. Claro, hay que conocer las diferencias entre las franelas ruñidas que se compran y las que se sufren, y tampoco todas las venden en la misma tienda al mismo precio, ¡hay ruñidos de ruñidos! Es cuestión de referencias, digamos.
A los que llegan de la Venezuela tan deprimida de ahora, por ejemplo, cualquiera les puede parecer millonario. Nuestra situación se ha vuelto tan lamentable, que cualquier luz nos encandila. Cualquier estrategia nos parece traición. Cualquier declaración, sospechosa. Cualquier esfuerzo, vano. Cuestión de referencias, insisto. Y es así que podemos olvidar con facilidad que no todo lo que brilla es oro.
En cualquiera de nuestros países latinoamericanos, es muy probable que cualquiera de las mujeres de la casa, la del pelo largo y más curveada y ajustada, haya sido reina de belleza, aunque sea por un día, en el colegio, el callejón en carnaval o el barrio, el estado, el municipio o el equipo de baseball. En NYC, esa misma melena, sobre curvas entaconadas, solo puede ser latina. Para nosotros es reina. Para ellos es latina.
Quiero decir que en todas partes se cuecen habas. En cualquier lugar hay prejuicios, y mientras más políticamente correctos sean los bien-portados del lugar, pues más hipócritas en su manera de ejercer su moral oculta. Hasta en una ciudad tan libre como NYC, donde aparentemente todos tienen lugar y derecho al respeto, Time Out publica esta semana una lista de expresiones de las que dicen frecuentemente los neoyorquinos que, aunque en general parecen tan sinceros y espontáneos, no siempre dicen lo que realmente significan:
“El apartamento de fulanito, siempre ha quedado en Harlem, nunca en el Upper West Side”. O sea que Harlem ¿sigue estigmatizado? ¿Qué tiene de menos vivir en Harlem? Mentiritas blancas que esconden verdades negras, la enfermedad social que se expresa en la necesidad de parecer más de lo que se es: «Fui de compras esta tarde», por decir que, «compré leche y huevos en la bodega de la esquina, esta tarde”.
Cuando te dicen, «estoy a tres cuadras de distancia», significa que está mínimo a unas diez cuadras y una avenida de distancia». O «Estaba esperando el tren F por una hora», significa que lo esperó por 15 minutos. Quiere decir que no es verdad que los gringos sean más honestos ni puntuales que los demás. Y eso de que, «estoy básicamente en la playa todo el verano», quiere decir que toma el subway o ferry que va a Rockaway, unas cuatro veces al año. Porque tampoco es que son tan playeros estos norteños… Si al llegar, algún conocido a tu casa, te pregunta si el apartamento donde vives fue un buen negocio, te está pidiendo a gritos que por favor le digas cuánto pagas de renta, a ver si él está pagando más por menos, básicamente. ¿Sana competencia?
Si te dicen que el lugar donde vive un amigo común es enorme, es que tiene dos espacios. De nuevo, todo depende del referente: el valor del espacio tiene que ver con el privilegio de vivir en una ciudad como NYC donde la calle es el mundo que se usa como si fuera extensión de tu casa. Eso define el precio y la escala, el tamaño de las casas. Lo que en otro lugar es miserable, en NYC es lujo. Y viceversa. Y eso de que todo el mundo está bien con vivir sin pareja, porque solo, siempre hace lo que le da la gana, no es fácil de desdecir: «nunca pensé que diría esto, pero quiero un perro», lo que quiere decir según el decálogo de Time Out es, “quiero tener novio».
Y si es verdad que hay una tendencia de marcada vuelta a la naturaleza, y por eso son cada vez más los vegans, local, paleo… «¡fuimos este fin de semana upstate, super agradable!» = «Me arrastraron contra mi voluntad a una puta cabaña en medio del bosque, y el aplastante silencio me llenó de un sentimiento de temor existencial tan abrumador que no se me quitó en tres días».
Mentir es de humanos, y cuando es una manera de expresar las aspiraciones, la verdad es que no ocasiona ningún daño, aunque tampoco es mentira que la verdad siempre surge detrás del engaño: «OMG Me encanta ese bar!» = «Fui a ese bar una sola vez». No es verdad, no estás tan informada, ni tienes tanta vida social, a pesar de lo mucho que eso significa para ti.
Y digan lo que digan, tampoco es para creerse que todos los trabajos son iguales, ni tampoco todas las citas resultan interesantes: «Tuve anoche una cita Tinder con un tipo super cool, que es mensajero en bici.« No te lo dice, pero lo que te está diciendo es que, «tuve una cita anoche con un traficante de drogas».
Es común en todas partes del mundo, que el que vive lejos, siempre encuentra la manera de acortar la distancia que lo separa del going on: «Vivo en Bushwick.» = «Vivo en Ridgewood o Bed-Stuy». Y si aceptamos que las relaciones amorosas pasan por muchas estaciones antes de terminar, podemos entender que ella diga que «sé que debo romper con él, pero hay algo en él que no puedo dejar ir.» = «Estoy saliendo con un tipo que tiene un super aire acondicionado central». Es verano. Vaya usted a saber qué pasa con esos amores con los primeros vientos frescos de otoño.
Existe definitivamente una resistencia a reconocer que NYC está cambiando para mal, aunque son muchos los que acuerdan decir que ya no es la misma, edulcoran el reconocimiento por esquivar la tristeza de la pérdida: «Este vecindario ha cambiado mucho desde que me mudé aquí.» = «Mi bar favorito fue reemplazado por un Walgreens». Sin embargo… «Estoy pensando seriamente en mudarme a L.A.» = «Podría pasar una temporada en L.A. pero siempre regresar a Nueva York». «Estoy pensando seriamente en mudarme a Portland.» = «Nunca voy a salir de Nueva York». Porque NY es una ciudad incurable. A pesar de todas sus mentiras, sus violencias y dificultades, NYC sigue siendo una ciudad ombligo, es mundo y su seducción no amaina ni escampa con sus males. Y eso hace que aun valga la pena el esfuerzo y lucha de tantos, por lograrlo en la gran manzana.