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Le vie della pace

Olevano Romano es una villa medieval que se halla al este de Roma, un enclave en la montaña distinguible por sus casas y calles de acabado pétreo, célebre por sus paisajes, vino y aceite de oliva. Allí hay un monumento en honor a los caídos durante la I y la II Guerra Mundial, en cuyo pedestal se puede leer: «Perché il vostro sacrificio indichi ai posteri le vie della pace».

Al leerlo uno se pregunta: ¿acaso los pueblos solo pueden señalar el camino a la paz desde el sacrificio? Seguramente algunos me dirán que la inscripción en el monumento de Olevano se corresponde con una concepción propia del Occidente de la Cristiandad. Quizás. Pero lo cierto es que si hay la necesidad de marcar un camino hacia la paz es porque esta es una carencia, una entelequia o, en el peor de los casos, un timo, como el sucedáneo de paz que fabrican los regímenes totalitarios. ¿De qué manera se puede rescatar la paz confiscada si no es partiendo del sacrificio propio?

jeronimo alayon
Photo Credits: Mary Ferrer, Monumento a los Caídos. Olevano, Roma

La frase de Olevano guarda algo más entre sus letras: es una advertencia al futuro. Su autor sabía que los pueblos, casi sin excepción, padecen una amnesia que hace posible que el horror siempre tenga una máscara renovada. El olvido de los sacrificios del ayer será el abono del descalabro social del mañana. A veces la historia puede ser un desalentador catálogo de vidas perdidas, en vano. Cada vez que un político burla los más elementales principios democráticos, el pedestal de todos los Olevano del mundo sufre una grieta irremediable.

Hay en la frase de Olevano, no obstante, algo aun más insondable, si se quiere: el anonimato de su autor. Esta rareza hace posible que la misma quede perteneciendo sin reservas al patrimonio de la humanidad. Debajo del pedestal del monumento de Olevano Romano podría estar la firma de cualquier poeta de la civilidad. Cada vez que alguien arriesga o pierde su vida por elevar la dignidad humana, firma el pedestal de Olevano.

Allí está, por ejemplo, la rúbrica inmaterial de Vicky Soto, la maestra que en diciembre de 2012 dio su vida por salvar la de sus alumnos en la matanza de Newtown (USA). Y la de Dita Kraus, la clandestina bibliotecaria de Auschwitz. Y la de Álvaro Plaza, el bombero chileno de dieciséis años cuya vida se cobró el río luego de que salvara a un niño de cuatro años. Y la de Jacinto Convit, el científico venezolano que libró a la humanidad de la lepra. Y la de James Harrison, el donante de sangre que salvó a dos millones de neonatos de la enfermedad de Rhesus. Sus nombres, y cientos de miles más, están hermosamente invisibles en el pedestal de Olevano porque, como decía Saint Exupèry en El principito, «solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos».

Sobre el pedestal de Olevano está la escultura pedestre de un hombre sin camisa. Quizá algún prevenido crea que guarda relación con los descamisados peronistas de la Argentina de mediados del s. XX, pero no. Lo más parecido que podían conocer los italianos eran los sin calzones de la Revolución Francesa. La de Olevano es una estatua nostálgica de la esbeltez grecorromana. En el torso desnudo está la simplicidad de todo lo que de digno y armónico tiene el esfuerzo humano.

jeronimo alayon
Photo Credits: Mary Ferrer, Monumento a los Caídos. Olevano, Roma

Allí, en Olevano, en aquella diminuta plaza, hay una cátedra sobre cómo construir la paz. A tal fin queda clara la lección: no puede haber cabida para el olvido, se llega a la paz partiendo del sacrificio, y el viaje se hace con el corazón desnudo. Como si todo ello fuese todavía poco decir, se estampa al pie de la paz una rúbrica que solo podrán leer quienes, además, tengan ojos en el corazón.

La propia villa da testimonio de su frase, o quizás la frase sea el testimonio de Olevano hecho palabra sobre el mármol. Durante la II Guerra Mundial, Olevano escondió a un centenar de judíos perseguidos por los nazis. Allí se salvaron, incluso a costa de la vida de algunos lugareños que terminaron sus días en los campos de Auschwitz y Dachau. Agapito Milana, su esposa Assunta y sus tres hijos (Giulia, Lida y Angelo) se encuentran entre los Justos de las Naciones, el más alto reconocimiento que el Estado de Israel otorga a un gentil por salvar las vidas de los judíos perseguidos durante el nazismo. Sus nombres, curiosamente, también han sido inscritos con tinta invisible en el pedestal de Olevano.

Agapito y Assunta fingieron ser padres de varios niños judíos, y en el sacrificio que supuso darles albergue entre tantas carestías, casi pierden la vida cuando las tropas nazis irrumpieron brutalmente en su casa. Alice, hija de un sobreviviente salvado por los Milana, termina su relato citando el Talmud: «Quien salva una vida salva el mundo entero». El monumento de Olevano, ciertamente, es un homenaje a los caídos, pero la paz de los salvados es más duradera. Ese era el camino que quiso señalar el ignoto autor de la frase en el pedestal de Olevano.

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