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Las tres fuentes de sufrimiento

Freud, el creador del Psicoanálisis, descubrió tres fuentes de sufrimiento a las que el individuo tiene que enfrentarse a lo largo de su vida: su organismo, las fuerzas externas despiadadas y los vínculos con las otras personas.

Somos seres sociales por naturaleza y, si bien pareciera un contrasentido, las relaciones con los otros son la fuente más importante de sufrimiento. El humano es el ser más indefenso del reino animal, los primeros años depende totalmente de los cuidados de un adulto y posteriormente crea dependencias con otros, al grado que le da miedo la separación. La primera fuente de sufrimiento a la que se enfrenta tiene que ver con la defensa hacia las enfermedades, por lo cual debe fortalecer su sistema inmunológico, el eros, la fuerza vital. Posteriormente aprende conductas de autocuidado; como estar alerta hacia las agresiones externas y desarrolla el instinto de supervivencia. Se fortalece el circuito neuronal, el encargado de transmitir las informaciones más urgentes para que pueda defenderse de los peligros del exterior. El instinto de conservación incluye los tres cerebros: el reptiliano, el emocional o límbico y el racional o neocórtex. El reptiliano reacciona de manera involuntaria ante cualquier peligro, prende la alarma, pone en alerta a la fabrica de hormonas que ayudan a correr o defenderse. El problema actual reside en que estamos agotados y no identificamos quién es el enemigo.

La tercera fuerza a la que tiene que enfrentarse el ser humano proviene de los vínculos con los otros: la familia, la escuela, el lugar de trabajo y el entorno en el cual se desenvuelve. El otro puede ser una contraparte si se construye una colaboración y la relación se vuelve necesaria; sin embargo a veces puede volverse muy posesiva. Con la convivencia el “otro” puede transformarse en objeto de agresión, explotación y posesión. Y surge el rechazo hacia todo aquello que lo define como un ser distinto.

Cuando los vínculos sociales se disuelven los intercambios se vuelven imposibles, el otro se vuelve amenaza, chivo expiatorio, enemigo. Es entonces cuando el vínculo entre pares se vuelve destructivo, en lugar de fortalecer y liberar, debilita y somete, en lugar de ser fuente de gozo se vuelve sufrimiento. Se desata la hostilidad de uno contra todos y todos contra uno.

Nos hemos vuelto una sociedad de mercado, cuanto tienes tanto vales, el vínculo social y las relaciones con el otro son conflictivas. Los jóvenes casi en su totalidad no tienen sentido de pertenencia, son egoístas, indiferentes. Por el contrario la generación de los baby boomers, los de la posguerra, trabajaron para reconstruir las pérdidas; ellos sufrieron la destrucción de su familia, cultura y pertenencias.

La presente generación, la de la tecnología es la más débil de la historia. Es una sociedad light, de cultura desechable, depende de aparatos, de la oferta y la demanda. Posiciona sus prioridades en lo superfluo, vive la ley del mínimo esfuerzo y termina viviendo en mediocridad. Se deja llevar por la corriente, las modas, como la del tatuaje, el consumo de drogas, el sexo sin compromiso. Las personas dicen ser originales y terminan siendo copias sin criterio, ni originalidad. Se despersonalizan.

Estamos amenazados por dos terribles problemas: el mercado y la guerra. Pero no cualquier guerra, sino versiones diferentes de guerras, la terrorista, la del mercado de las drogas y la de las agresiones al medio ambiente provocadas por la ambición humana.

Y finalmente otro sufrimiento al que nos enfrentamos es el que genera la lucha de poder y el narcisismo de los dirigentes populistas quienes son un obstáculo para el progreso. No olvidemos el ciclo: “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes, crean oportunidades, los buenos tiempos crean hombres débiles y los hombres débiles crean tiempos difíciles”.

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