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Las señales

Por lo general, estamos acostumbrados a pensar que el arte es una forma de expresión, y se entiende como una manera de comunicar ideas, sentimientos, recuerdos, intereses, o cualquier otro aspecto del mundo en que vivimos. Lo que queda poco claro es cómo, en realidad, esas expresiones reflejan y proyectan quienes somos, como individuos, como integrantes de una cultura y  de una época. Es algo que no es necesariamente una decisión consciente. Pocos son los artistas que dirían ‘mi trabajo es una fiel proyección de mi mismo’ a menos que su obra tenga como fundamento y propósito el autorretrato.

Así nos paseamos de una obra a otra descubriendo a sus autores, a veces en sus momentos íntimos, otras veces en su nivel de madurez (física y emocional), o entrelazados en la cultura y la época que los ha formado y los define.  En su generalidad, el arte también nos da un reflejo de la salud de una sociedad, o de un individuo. 

Quizás un objetivo deseable sea lograr, en la percepción del arte, lo que se busca en algunas forma de meditación pura, donde el objeto de meditación es todo aquello y cualquier cosa que se presenta en el momento dado, sin más intención que tomar conciencia silenciosa de su existencia. O dicho de otra manera, el poder vivenciar el momento en un estado de presencia consciente. Hacia éso nos apunta el arte, si prestamos atención. Pero seamos honestos, cuántas veces nos sentimos, ante una obra, cual si estuviésemos escuchando un poema en un lenguaje desconocido. Probablemente el sonido, el ritmo y los tonos nos transmitan alguna sensación, o emoción, algo semejante a la música; pero el significado ha quedado velado detrás de un código sin descifrar. Nos hemos acostumbrado a querer descifrarlo todo. El arte, en todas sus manifestaciones, no es sólo un objeto, o un espacio, o un concepto, es potencialmente una experiencia extraordinaria.

En el caso de los artistas que no solamente igualan su trabajo con la vida sino que también lo viven de esa manera en plenitud, cabe recordar la obra de Andy Goldsworthy, quien trabaja exclusivamente con materia natural, inmerso en el ambiente original de donde provienen. El celebrado documental sobre su obra, ‘Rivers and Tides’, es el tipo de película que se revisita una y otra vez, no tanto para aprender sobre el arte, o su arte, sino sobre la fusión del arte y la vida; en esta instancia, a través de una sola persona. Goldsworthy, así como el artista alemán Wolfang Laib, quien también encuentra indistinguibles la vida y el arte, se nos asoman en el mundo como se asoman los primeros brotes verdes de la primavera. Sus obras y la visión que comparten nos dan un respiro y una sonrisa en medio de tantas incertidumbres y amenazas que acechan en la sociedad global que nos toca vivir. Por lo general, no somos conscientes de los momentos diarios que, ignorando las teorías y los conceptos, se convierten en una plena experiencia estética. Si la obra proyecta quienes somos, por consecuencia proyecta, a modo de señales, el estado de la cultura colectiva en la que nos encontramos, cosa desconcertante en los últimos tiempos. Así nos inclinamos a desear, fervorosamente, que surjan más de esos retoños, que se incrementen, cual pequeñas indicaciones de que la vida, en su esencia cambiante y efímera, sigue siendo hermosa, aunque por lo general no nos demos cuenta.

He aquí el enlace para ver la película mencionada y una corta entrevista con Laib:

http://topdocumentaryfilms.com/andy-goldsworthys-rivers-tides/

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