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Adrian Ferrero

Un Jano bifronte: entre la escritura crítica y el rigor poético

Este artículo retoma algunas hipótesis y reflexiones hechas a raíz de una breve publicación que realicé en una red social tras varios comentarios que había recibido respecto de mi modo de escribir y los temas que elegía para hacerlo. En efecto, detallaba yo allí que se me ha hecho notar que escribo simultáneamente de un modo cuidado, delicado, sutil, poético, pero también comprometido. Yo tengo la sensación de que simplemente escribo. Con la salvedad consciente de que lo hago con escrúpulos, de modo detallado, cuidadoso, riguroso, prolijo, perfeccionista, respetuoso de un ideal de texto que bajo la forma de un arquetipo funciona como un texto ideal, siempre. Pero, agregaría como un punto importante a esta lista, en simultáneo, que procuro ser valiente. No esquivo hablar de temas polémicos. No temo exponerme en mis publicaciones. Afronto circunstancias que otros eluden. El resultado convengamos que siempre es desparejo. Hay textos logrados y textos que no lo son.  De modo que ¿lo logramos siempre? Dudo que esta pregunta tenga una respuesta unívoca, pareja, así como un resultado exitoso garantizado.

No busco ser ni popular ni impopular, con mis escritos, si bien ya sé de antemano hacia qué lado se inclinará la balanza: hacia la adhesión o el rechazo. No obstante, eso no me hace retroceder cuando considero que debo escribir sobre temas incómodos, como ha quedado demostrado. Porque considero que forma parte de la vida de un escritor hacerse cargo del conflicto social. Cuando escribo busco decir lo que considero sea la verdad. La verdad tal como me ha sido revelada por mis ideas o por la información que he investigado. En la crítica literaria, no juego al halago, simplemente soy honesto con la verdad tal como me ha sido revelada a lo largo de la investigación.

Por supuesto que estas circunstancias provocan toda clase de reacciones entre los lectores. El impacto puede llegar al shock. Pero también una escritura de la medianía, de la mentira o el disfraz, de eludir ciertos temas para no perder lectores o para evitar enemigos, para no perder fervorosos seguidores, más tarde o más temprano culmina en la indiferencia. Por falta de veracidad. Por falta de ideales. Y por falta de argumentos interesantes. No obstante, siempre aspiro a ser fiel a mí mismo y a mis principios. Eso es lo que guía mi escritura. Ser congruente entre lo que pienso y cómo vivo, cómo actúo, qué decisiones tomo, cómo me comporto con mis semejantes, de qué manera me comunico con mis semejantes, qué relaciones mantengo con mi pasado acerca de si lo asumo o lo niego, si admito mis errores, si acepto que soy el producto de una persona en permanente evolución condicionada de modo absoluto por la temporalidad. Lo que verdaderamente cuenta para mí es ser coherente. O, en todo caso, mantener el apoyo invariable de las personas que elijo como interlocutoras no solo en mis intercambios por escrito. Sino en la vida cotidiana. La congruencia con las lecciones de mis maestros y los familiares, a quienes procuro no traicionar sino, muy por el contrario, emular o, en todo caso, no desmerecer. En el mejor de los casos, honrar.

Me interesa respetar los registros. En notas de un alto nivel de complejidad, estoy sumamente atento a que no decaiga el nivel de abstracción de los análisis o los abordajes. Y en notas en las cuales predomina un registro más coloquial no subir de pronto abruptamente, sin transiciones, a un nivel inaccesible para alguien que viene siguiendo una argumentación ligada al pensamiento más concreto o a la narración. Por citar un ejemplo: suelo escribir crónicas. En tales casos predomina en los textos un registro más distendido, evocativo, sin formalismos. Si, por el contrario, yo de ese registro distentido, evocativo y coloquial de pronto saltara a las alturas de las abstracciones filosóficas, puede que diera por resultado un texto original. Pero muchos lectores, acostumbrados a mis crónicas o que esperan de mí esa clase de textos, quedarían descolocados. Es cierto, en ocasiones es bueno descolocar a los lectores. Ubicarlos en el lugar inesperado. Pero también la noción de adecuación me resulta muy importante de respetar. Estos cambios dudo que sean favorables porque confunden al receptor en la medida en que no entiende el tipo de texto que está leyendo. Se desconcierta. Y si bien el desconcierto sea aconsejable a veces para búsquedas experimentales, no siempre me las propongo. Hay ocasiones en que me gusta abandonarme al simple arte de escribir una crónica respetando sus códigos más ortodoxos en lugar de incursionar en la heterodoxia. Y en el caso de los textos abstractos, soy partidario de proseguir en esa misma línea. En el marco de una tipología textual narrativa/descriptiva, respetarla. Este también me parece que además sea un criterio de adecuación. De adecuación a las expectativas de un lector que en un cuento no espera leer un ensayo o una argumentación. Espera que le sea referida una trama. Una historia. A lo sumo si el escritor aspira a la complejidad puede realizar una experimentación creativa. Pero debe saber hacerlo muy bien. Debe saber de antemano qué es una narración. Haberla ejercido. Qué es una descripción. Haberla ejercida. Y si opta por un discurso híbrido en el cual la narración se cruza con la descripción, la argumentación e, incluso, la imagen, el trabajo puede ser interesante. Pero debe estar muy bien hecho. Debe haber mucha experiencia previa en todos esos recursos.

También procuro, en la medida de mis posibilidades, innovar. Ello supone trabajar en dos frentes. Por un lado, abordar los géneros o lo formal desde una perspectiva renovadora, que no repita lo que viene siendo realizado desde hace ya mucho tiempo, pero que considero a estas alturas deba ser o bien superado o bien cuestionado. Trazar otros recorridos por los significados y el sentido. Procuro acudir a otros paradigmas. Recurro a nuevos formatos en las narrativas. Construyo un lenguaje literario que hable de nuevos temas y, en lo posible, sea desafiante. Me gusta desafiar los estereotipos. Las representaciones sociales más cristalizadas en el orden de lo social. Me gustaría transitar territorios de la literatura, sus formas, sus contenidos que antes no lo habían sido. O quizás lo habían sido incluso de un modo más radical, pero distinto del mío, aunque se trate de una iniciativa modesta, que no sea de genio, naturalmente. Responderá a una singularidad. A ello he procurado a lo largo de mi vida responder mediante distintas estrategias y formatos. Pero si tuviera que dar cuenta del corriente año 2021, mencionaría los trabajos interdisciplinarios con artistas plásticos o fotógrafos profesionales y mis textos, publicados en México y en la Revista, los trabajos interdisciplinarios individuales con fotografía, las narrativas de poetas, de escenas de sus vidas, una narrativa autobiográfica de experiencias creativas también con impacto en la esfera pública, algunos cuentos no convencionales o transgresores acompañados del lenguaje pictórico de, entre otros, la artista plástica argentina Azucena Salpeter. En otro orden de cosas, narrativas testimoniales de mi pasado ligadas a la salud mental que naturalmente tuvieron distintas clases de repercusiones, una sistemática inquietud por la literatura argentina menos transitada y a la cual la crítica menos espacio le consagra, entre otras creaciones que promoví.

Me interesó desde la crítica literaria proceder al rescate de autores olvidados o realizar tributos a quienes considero lo merecen por sus aportes a la literatura o a otros campos de la cultura. También de otros que han sido excepcionales o que lo han sido para mí, en mi formación o bien que han cumplido en el orden internacional un rol decisivo pero que han arribado a esta pequeña ciudad de provincias, que es La Plata, donde los he leído, he reflexionado sobre ellos, he escrito crítica literaria sobre su poética.

En todos los géneros, incluso en la prosa o el ensayo, busco la poesía. ¿Es un recurso logrado? ¿es el mejor recurso del cual servirse? ¿es un ideal estético valioso? ¿es una forma novedosa de crear arte que no sea el convencional? No lo sé. Es por el que me inclino. Es la inclinación que espontáneamente nace cuando me siento a escribir. El cruce entre prosa, discurso argumentativo y poesía busca la combinación, la contaminación, la mezcla, la densidad formal y semántica. La narración se empapa de poesía con suma facilidad. En ocasiones, cosa curiosa, sucede al revés, es la poesía la que se torna narrativa. La poesía narra sucesos, se vuelve dinámica, refiere sucesos por lo general imaginarios, si bien he acudido a otros autobiográficos.

La palabra «compromiso» ha sido tan llevada y traída, que prefiero, como lo hice en un artículo precedente que publiqué en 2018 en un Semanario de Buenos Aires, por el de “escritura crítica”. Me resulta un concepto más atractivo y menos fechado. A esta escritura creo yo que la mayor virtud que le encuentro es que no condesciende al atropello del semejante ni de sus DDHH. Es una escritura que busca en cambio proteger su integridad, ponerse a su servicio en toda circunstancia en que pueda verse amenazada, omitida u olvidada su dignidad. Y cuestiona el status quo del sistema, las vertientes más autoritarias, conservadoras y reaccionarias de la Historia y del presente, condiciona las lecturas que hacemos de los fenómenos socioculturales o bien los estereotipos en todas sus manifestaciones. También leer críticamente un texto supone leerlo sin concesiones, no de modo fácil, sencillo, transitando por él de modo complaciente sino, muy por el contrario, sin concesiones. Escribir críticamente significa en ocasiones introducirnos en territorios erizados de conflictividad social y política. Las instituciones pueden sentirse afectadas o bien la sociedad mostrarse indignada en sus zonas más sensibles. Pero el universo de los textos no ha sido concebido a mis ojos para ser complaciente sino para intervenir en el orden de lo real y modificarlo. Atacar a las ideologías que impiden a los sujetos ser y crecer en libertad.

Estos procesos tienen que ver con experiencias personales conscientes o, de modo evidente, con factores inconscientes. La preocupación por el semejante tiene lugar a partir de experiencias empíricas que efectivamente hemos constatado o hemos sufrido nosotros mismos y en otros casos se trata de elaboraciones teóricas. Condiciona de modo esencial la cultura familiar en la que hemos sido criados y educados, las lecturas y reflexiones ligadas a la ética y a la política en las que hemos sido educados o, por el contrario, de las que hemos tomado distancia. En mi caso han sido fundamentalmente posiciones de izquierda o de centro izquierda, pero también diría que por encima de principios políticos coloco a un principio ético respecto de lo que considero está bien o mal o hace bien o mal al semejante. Aquello que actúa de modo significativo atentando contra él o bien afectando su vida con respeto. También la idea que nos hagamos del semejante entra en íntima relación en un diálogo con una historia formativa en ámbitos formales y no formales que construyen la idea de una ética de la alteridad. En estos espacios la figura de maestros de escritura, de Profesores, de colegas, de saberes, de lecturas críticas que imparten y de qué modo lo hacen. Podemos haber formado parte de grupos de estudio . Esto es importante. En mi caso ello sucedió. O de colectivos de arte. En mi caso ello sucedió.

Qué es lo que privilegio y qué es lo que desestimo será capital a la hora de concebir mis puntos de vista y, por lo tanto, conscientemente e inconscientemente se irá construyendo una ideología que devendrá ideología literaria. Estar atento a las necesidades del semejante me resulta elemental en todo escritor que se precie de ser un humanista, tanto como en consideración de su ideal de escribir bien. Las carreras que de modo egoísta y tacaño solo se reflejan correr tras el exitismo, no me merecerán jamás el mismo respeto que aquellas que buscan en cambio con igual rigor y excelencia también el bienestar del semejante. Más aún aprecio a los escritores que están pendientes del bienestar y la calidad de vida de sus compatriotas, que toman partido respecto de este punto, de las condiciones de vida favorables o desfavorables de los ciudadanos de su país. Lo mismo estaría en condiciones de afirmar de quienes ponen el acento en un continente castigado, depredado por la conquista o por guerras o invasiones como lo es América Latina (y lo siguen siendo) o como son otros de igual condición. No me da lo mismo un escritor pendiente de los grupos de la población más vulnerables, en peligro permanente de ser víctimas de que los afecten y produzcan en ellos crisis, problemas sanitarios o de salud en general, escritores que sean grandes preocupados por la educación pública o bien por la pedagogía del oprimido (como decía Paulo Freire) que otros escritores partidarios de la educación privada o que están pendientes de sus dividendos y haciendo lo imposible por publicar en los mejores oligopolios. O que directamente se desentienden de todos estos temas. Me refiero a: salud pública y educación. Son dos puntos en los que si un escritor está pendiente de ambos con sus escritos gana mi simpatía de inmediato. Si aboga por ellas, esto es, por la igualdad de acceso a la formación y la información. También elegir esta clase de escritura, preocupada por el semejante, responde al hecho de a qué autores o autoras elijo como referentes. En mi caso mencionaría a Susan Sontag, Simone de Beauvoir, Sartre, en filosofía y ciencias sociales a Michel Foucault, a Albert Camus, a Jorge Semprún, o en Argenitna a Liliana Bodoc, Héctor Tizón, entre otros.

Para cerrar, y ya como recurso personal, sumaría que leo mucha poesía. He leído mucha poesía argentina. Y he leído en menor medida poesía universal, si bien tampoco la he descuidado en formación. Pero reconozco una deuda con la poesía latinoamericana. La norteamericana más disidente, en particular la femenina me interesa mucho. La he leído y hay algunas poetas norteamericanas que he leído, también en sus ensayos.

Esto no pasa por ser ni un instructivo, ni un manual ni un imperativo al que exhorto para que sigan otros escritores o que deban seguir como una pedagogía deseable para mí. Simplemente es mi forma de trabajo en lo relativo a lecturas, en lo relativo a mis estrategias a la hora de escribir, a qué recursos acudo, a de qué modo puedo percibir lo que hago. Y, fundamentalmente, tiene que ver con el registro que yo tengo de ello. Esto es: hay una parte de mi escritura que está fuera de mi control. Una parte de mi escritura que yo no puedo manejar. Es una cierta forma en la que tal como me he formado, me han formado otros y a la que me gustaría que el mundo respondiera, me siento más ávido. Y también más complacido cuando me encuentro con sus manifestaciones más acabadas. Estos son los ideales a los que puedo percibir respondo por lo que me dejan entrever mis publicaciones cuando me leo retrospectivamente o releo mis publicaciones luego de la lectura que hice mientras las escribía, que es otra. No suelo releer lo que he escrito una vez publicado. Una vez que las palabras han sido escritas, pues vuelan. Vuelan a otra nación, a otra ciudad, a otra provincia, a mi ciudad pero pierdo todo contacto con ese texto. A partir de ese momento están objetivadas. Y son otros los que  juzgan esa forma de escribir o esa forma de argumentar. Esa forma de pensar. Esa forma (o no) de explorar. A los principios que responden mis lecturas y autores favoritos. A partir de ese momento las personas ya quedan enteradas de lo que me indigna, lo que me repele de la realidad o a lo que adhiero con fervor. Si bien, siento un profundo respeto por las personas distintas a mí. Aquellas que han elegido otro camino, pero son idóneas o de excelencia en su arte. En efecto, suelo leer a poetas, narradores y ensayistas que no guardan relación alguna con mi producción. Es más, que están en las antípodas de mi modo de escribir pero no necesariamente de mi modo de pensar necesariamente. Pero a quienes sí respeto porque puedo apreciar el sacrificio que hacen para que su trabajo sea exitoso y por el esmero y el alto grado de esfuerzo que ponen en cada una de sus producciones. Evito a los exitosos, salvo excepciones. Muchos han hecho grandes aportes al sistema literario argentino aunque no respondan a mis mismos principios. Ellos no son un exponente de la  “literatura crítica”. O, incluso, dado el caso, pueden llegar a realizar aportes desde otros campos a la creación literaria no menos politizados. De un modo no tan evidente. Su trabajo corrosivo de los signos o con los signos pasa por otro lado.

La realidad no puede ser juzgada en términos de blancos y negros sino, en todo caso, de claroscuros. Como dije, me nutro de otras producciones distintas de mis líneas de trabajo e investigación. Las considero valiosas excepción. Jamás me atrevería a decirle a un colega lo que tiene que hacer. Pero eso sí, tengo perfectamente en claro a qué ideal responde mi escritura en tanto que paradigma a partir del cual cobré consciencia y decidí que siguiera. Y a partir de ese momento mi escritura siguió ese camino. Y si bien no resulta tan consciente al momento de escribir, sí lo es mucho más a la hora de sentarme a corregir. El momento de máxima producción de sentido. Al menos en mi caso.

Como un Jano bifronte, mi escritura, a esta altura mis libros, se politizan desde sus significados sociales, desde el modo en que irracionalizan marcos de referencia, traicionan géneros, traicionan al género, transgreden formas. Andan tras la audacia de la insurrección porque se introducen en temas tabú o bien a los cuales la sociedad teme afrontar, enfrentar o a los cuales con hipocresía encubre. He escrito recientemente sobre el cáncer y la locura. Han sido temas que suelen provocar pavor entre la población.

Por otro lado, los textos se cargan de un alto poder connotativo, atento a un ideal de belleza que efectivamente busco. Un ideal ligado a la estética, ligado a una cuidadosa selección del léxico, de una sintaxis musical, de un efecto poético que acompañe y vuelva de modo más efectivo a esta escritura que hago lo posible sea salvaje. Estoy atento al ritmo de la frase, a su cadencia, a sus acentos, a sus movimientos, a sus blancos en la pantalla con el poema, a los signos de puntuación, en estrecha relación con todo lo anterior. En definitivamente, estilísticamente, soy cuidadoso. Pongo cuidado en el estilo. Y pongo mucho cuidado en practicar la subversión de los códigos sociales bajo todos los puntos en que me sea posible. Esa es también una forma de ser transgresor. Al menos desde la escritura.

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