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Las nuevas señales de un siglo incierto (Parte II)

Lea: Las nuevas señales de un siglo incierto (Parte I)


Las primeras voces de la tribu

La ilustración demócrata que promueve la globalización no explica todo. En el Cairo, en la Plaza Tahir, unas fervorosas jornadas de manifestación civil retomaban las referencias caras de occidente, pero cientos de mujeres fueron violadas en la misma plaza. La cruda recusación de valores “democráticos” señala hasta qué punto los postulados universales seguían siendo culturales. Esa precipitada “desconstrucción” de los velos imaginarios, podría haber sugerido la subyacente “realidad”. Lo cierto es que no ocurrió: el desplome “primaveral” lanzó al vuelo un enorme tejido de leyendas, mostrando que detrás de los mitos siempre habrá otros mitos, y que la única racionalidad posible consiste en elegir los más cercanos a la convivencia.

También la Rusia post-sovietica padeció estos trastornos. La rápida globalización, en una sociedad inerme, ahuecada por años de socialismo “real”, con un pueblo, como observó Joseph Brodsky, de víctimas y verdugos, resultó fatal. El mismo efecto que la viruela, la sífilis o la tuberculosis, tuvieron sobre los indígenas americanos, tuvo la ola occidental para la cultura de estos “indígenas” modernos. “El visón americano se puede adaptar a la estepa y procrear con el asiático, pero este último muere en esa fusión”, ilustraba melancólicamente “Moska” , un film sobre la confusa Rusia de los noventa. Como había observado un periodista de Moscú: “lo que anonadó a los rusos no fue solamente descubrir que el socialismo del que le hablaron durante setenta años era mentira, sino que el capitalismo salvaje era verdad”. Sin resistencias para las nuevas formas de intercambio, las certezas tradicionales se tornaron fósiles; el cinismo y las pasiones malsanas, que antes fertilizaban el mercado negro de la burocracia, pudieron nutrirse sin ninguna sombra ideológica. Como mastodontes y hierbas prehistóricas crecieron los goces del poder en esa sociedad flotante donde ya campea el nuevo “visón”. Hay una exclusión oficializada de las minorías, un ahogo metódico de libertades públicas, y es un funcionario de inteligencia el cíclico mandatario para un esqueleto donde pulula la intriga. Es difícil adivinar la Rusia que muta detrás de cortinajes que ya no son de hierro. El filólogo Víctor Klemperer relata, en su estudio sobre la lengua del Tercer Reich, que en la postguerra la promoción de la democracia se seguía haciendo en Alemania con discursos autoritarios: el concepto había cambiado, el ideal político también, pero no la lengua. En ella anidaba el autoritarismo con la inercia de su propio ciclo histórico. Hay un ritmo de la memoria, marcas de la experiencia traumática, que no se adaptan a los análisis convencionales y avanzan mudos y sin nombre.

En esa oferta camaleónica, la subjetividad hace balances impredecibles, sin orientación. No es necesario apelar a una justicia bíblica para advertir que Europa padece hipotecada por la tolerancia y la complicidad que mantuvo con el antisemitismo nazi. Seis millones de la comunidad con mayor don cosmopolita e inquietud cultural, no desaparecen sin secuelas; vuelven sus fantasmas , como en el título de aquella novela policial, “el cartero siempre llama dos veces”. En este escenario difuso colmado de ecos, Emmanuel Macron, un liberal que simboliza el continente casi perdido, parece una voz nueva, un llamado a los dones cívicos originales.

No todo es visible en cualquier época o circunstancia, ni de la misma manera. La realidad es lo que interpela, persiste como reto, y hace casi impredecible la lectura histórica. Sin mentores, estas salidas extrañas indican el modo fragmentado, inaugural, de una sociedad que sin el parasitario acompañante ideológico retoma su primer experiencia tribal.

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