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Las nuevas señales de un siglo incierto (Parte I)

Desde que se definió el siglo pasado como un final apoteósico de los grandes relatos, el actual no deja de confirmar ese desenlace. No hubo, es cierto, un “final de la historia”, pero sí una evaporación del manto ideológico que cubría la vida política del planeta. Como si deslizasen una toga de tres siglos, los voceros del “rumbo” dejaron caer la epidermis verbal que solía cubrir las acciones políticas. Esa fronda ya no tenía raíces. El descenso de un mar diplomático que suscitaron las confidencias de Wikileaks o de Snowden, permitió ver la multitud que estaba desde hace años nadando desnuda. Hace tiempo que la antigua intriga sustituyó la especulación ideológica o la rudimentaria sensibilidad histórica. El secreto mayor del desvelamiento fue quizás que no hubiese secreto: la malla de intereses resultaba tan sórdida, torpe e intrascendente como podía temerse, y la barca histórica de la especie no tenía otro timón que el oportunismo de corto plazo. En un presente perpetuo, con palabras que circulan en tiempo real, desaparecieron los grandes relatos ideológicos, y la narración en sí misma. Excepto los maltrechos derechos humanos, pocos conceptos salvan hoy una dimensión universal de la humanidad. Las ideologías han culminado como escenario de delirios o excusas de ladrones; La capacidad mesiánica de la izquierda para otorgar sentido al sufrimiento y trascenderlo hacia el paraíso, gira actualmente sin soporte místico: el dolor no tiene mérito y ya nadie quiere el cielo a créditos. El final de esa prestigiosa jerga no advino de una implosión de sus contradicciones, sino de la inexorable tecnología. Un pensamiento de 140 caracteres que puntúa con flashes la experiencia, una dimensión digital del tiempo y el espacio, cambiaron el modo de “ver” el acontecimiento. Izquierda o derecha hace tiempo que no tienen significado político, como ilustra el patético giro en vacío del “socialismo del siglo XXI”. Laboristas y Tories, Republicanos y Demócratas, populistas y oligarcas, Lepenistas y ultraizquierdistas, mezclan sus confusas proclamas. El resultado es una subjetividad copiosa de mensajes breves, pero más indescifrable que nunca. Casi no hay sociedad que no guarde hoy una virtual “caja negra”, como mostraron los fenómenos del Brexit o Trump, la desbordada rebelión venezolana y la sorprendente elección francesa. Se perfilan candidatos, más que partidos, porque las ideas se disuelven, los discursos se desvanecen sin capacidad de narrarse. El meteórico Emmanuel Macron indica referentes europeos vivos que no se habían advertido: contra los estereotipados perfiles, este candidato fue leído como una promesa de imprevista sensatez.

Hay señales distintas para un alfabeto de otra sensibilidad. Por lo pronto, China deviene un adalid de la prudencia, del libre comercio y de la protección ambiental, en uno de los giros más veloces de las geografías imperiales. El gran aporte de Occidente, sostenía el desaparecido historiador Toni Judt al evaluar la globalización, ha sido la exportación de insatisfacción. Aldeas inmersas en una historia cíclica de precariedad, avistaron merced a la televisión una vida aureolada de placeres. Y el zumo que segregaban es la insatisfacción, una de las caras veladas del deseo. La comunicación electrónica había gestado una puja anhelante que ahora las migraciones descargan sobre el orden consagrado. Calidad de vida, consumo, seguridad o hambre real, no tenían claves en las metafóricas ideologías. El hambre por la papa fue un mito exaltado de la historia irlandesa, la hambruna ucraniana estaba muy encubierta por los debates, y a diferencia de Asia y África, el ayuno pudo ser una abstracta alegoría europea como ilustró Kafka en “El artista del hambre”. La inanición real de Asia o África, o la que hoy avanza sobre el desnutrido pueblo venezolano, es inmune a esas metáforas. Las polvorientas consignas chavistas no logran sofocar las protestas en las calles. El lacónico ritmo de las redes digitales, las carencias del tercer mundo, se cruzan con repertorios europeos poco aptos para estos tiempos.

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