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Guadalupe Loaeza

Las niñas bien 1938

Para Federico

«La madre es el corazón de la familia, el padre debe ser el cerebro» era una de las tantas consignas con las que habían sido educadas «las niñas bien», de 1938. Es evidente que no todo lo podían comprender con el corazón y menos si se trataba de la nacionalización del petróleo. «¿Por qué el presidente Lázaro Cárdenas había osado nacionalizarlo, si nuestro petróleo estaba en tan buenas manos de los extranjeros?», se preguntaban entre sí mientras se polveaban la nariz en el tocador del «Ciro’s», del hotel Reforma. Las que entendían todavía menos, eran sus respectivas madres. Por las noches se les iba el sueño nada más de pensar que Gran Bretaña había roto relaciones diplomáticas con México. «I am so sorry for the queen Elizabeth, she must be furious!…», decían casi en murmullos entre sus amistades del bridge. Pero el más enojado respecto a la nacionalización sin duda era el supuesto «cerebro» de la familia. Lo que más lo había enfurecido había sido la declaración de Cárdenas, al otro día de la expropiación, al decir que no había habido otro camino debido a la «actitud de las empresas». Estaba tan enojado que no dejaba de exclamar: «¡Y todo por culpa de Trotsky!».

Unos días después de la expropiación del petróleo, «las niñas bien» ya estaban pensando en otra cosa que las tenía bastante preocupadas: ¿qué disfraz se pondrían para ir a la fiesta de «fachas» en casa de los señores Bringas? Unas pensaban ir vestidas de sevillanas, otras, de egipcias, o, por qué no, de chinas. La mayoría se había reunido en el Salón Dubarry para aplicarse «los modernos tratamientos de belleza». Allí, en uno de los cubículos, se daban vuelo comentando los últimos chismes del momento: «La boda de Mónica Corcuera con Jaime Rincón Gallardo estuvo preciosa. Estaba ‘le tout México’… Lástima que su tocado parecía una coliflor recién cortada…». «Yo bailé toda la noche en el ‘reveillón’ de Lala Braniff de Buch, se veía bellísima con su vestido blanco todo vaporoso». «Óscar Obregón me invitó al Thé Dansant del University Club». «¿A quién creen que me encontré en el boliche? A las cuatas Rivas Mercado. Son tan idénticas, que no sé quién de las dos ganó». «Yo ya tengo mi vestido y mi sombrero de paja para ir al ‘Garden Party’ en el parque de la Lama. Mi vestido es igualito al de Scarlett O’Hara, en Lo que el viento se llevó». «Mi papás mandaron un juego de té de plata para la boda de Rivero Salana. Todo México está invitado». «¿No han ido al Roof Garden del Hotel Reforma? Es el único lugar donde se admira en toda su belleza la ciudad y el Valle de México».

Entonces, estas «niñas bien de 1938» jamás hablaban de política, ni de enfermedades y menos de dinero. No estudiaban y tampoco trabajaban. Iban a todas las fiestas, bodas, bautizos, primeras comuniones, despedidas de soltera, thés, entierros y no faltaban a las reuniones en el Salón Dubarry. Su única motivación en la vida era casarse «bien, muy bien» con un muchacho de muy buena familia, con muy buenos modales, que hablara, por lo menos, dos idiomas; que jugara tenis, que tuviera buen gusto para las corbatas, que supiera distinguir los vinos y que sus papás fueran gente conocida. Nada de «prietos», de «nouveau riche» y que, sobre todo, no tuviera acusados rasgos indígenas.

Cuando de casualidad, en una de sus numerosas fiestas a las que asistían, se comentaba algo acerca de doña Amalia Solórzano de Cárdenas y del papel tan importante que tuvo en la acogida de los 456 niños españoles que habían llegado a México procedentes de la guerra, exclamaban al unísono: «¿Cuál guerra?». A pesar de que doña Amalia promovió la colecta nacional el 12 de abril en Bellas Artes para recabar fondos con la que se pagó la deuda de la expropiación, ellas no tenían idea de la participación de personas de todas las clases sociales, llevando desde una gallina hasta cubiertos de plata.

Un año después, el 1o. de septiembre de 1939, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, estas «niñas bien» tampoco querían saber nada de conflictos, ni nada de problemas entre países lejanos. Para ellas, Hitler, Mussolini y Stalin eran totalmente ajenos a su pequeñísimo mundo. Lo más terrible de todo es que, muchas de ellas, que ya tienen cerca de 100 años y siguen igual de ingenuas e ignorantes, apenas se están enterando de que el héroe de Andrés Manuel López Obrador es el general Lázaro Cárdenas del Río.

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