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Las letras y los muertos

En algunos casos, la idea del descanso eterno se parece cada vez más a una fórmula retórica que a un asunto factual. A juzgar por un breve muestrario de sucesos que evocaré aquí, escritores y otras celebridades no las tienen todas consigo cuando se trata de irse, de una vez y para siempre, al más allá. Sea por razones políticas o demagógicas; la necesidad, morbosa o vindicativa, de conocer la causa de muerte o la satisfacción de una inmensa curiosidad debida a un misterio irresuelto, hay restos que verán alterada la paz de su descanso.

Hace un par de décadas y algo más, recuerdo a un ex presidente peruano proponiendo la repatriación de los restos de nuestro gran poeta César Vallejo. Afortunadamente, la idea, inspirada sobre todo en la demagogia y la espectacularidad, no caló. Y Vallejo sigue reposando en París, donde murió un jueves con aguacero, como deseaba él mismo en su célebre poema “Me moriré en París”. 

Luego, en el año 2007, los latinoamericanos fuimos testigos de una de las más bizarras aventuras del dictador venezolano Hugo Chávez: la exhumación de los restos de Simón Bolívar –que además de prócer fue hombre de pluma fina y sagaz– para revelar la verdadera causa de su muerte. Obviamente, Chávez defendía la tesis del envenenamiento de Bolívar, en un audaz gesto de autoexorcismo que también daba cuenta de un temperamento paranoico. 

Sin embargo, hay demasiada evidencia de que la muerte de Bolívar se debió a la tuberculosis y frente a esta, las pruebas de una presunta conspiración son más ligeras que el papel cometa. Mejor destino tuvo Bolívar, en todo caso, en El general en su laberinto (1989), una de las grandes novelas de García Márquez. La literatura, a la larga o a la corta, repara cualquier entuerto. 

En el año 2013 los restos del poeta chileno y Nobel Pablo Neruda fueron exhumados a fin de determinar la verdadera razón de su muerte. Más allá de las obvias implicancias políticas del caso, se sospechaba de que el poeta había sido envenenado en la clínica de Santiago en la que finalmente murió en 1973. El análisis no logró llegar al fondo del asunto, es decir, los resultados no fueron capaces de cerrar la investigación. Esta semana, apenas hace unos días, la justicia chilena ha ordenado una nueva exhumación. 

Por último, también en estos días, el Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid atrajo la atención del mundo debido al hallazgo de un féretro que contendría los restos, ni más ni menos, que de Miguel de Cervantes, el genio creador de Don Quijote. Menuda ironía, si recordamos que en su colosal novela, el manuscrito de la misma es hallado en una caja de plomo, que no será un ataúd, pero sí su versión libresca.  

En suma, da la impresión de que existen algunos cuerpos que no descansarán hasta que hayamos terminado de apropiarnos de ellos y de las verdades o mitos que yacen allí, acompañándolos en ese mundo de constante silencio que, por una u otra razón, siempre estamos dispuestos a profanar. Que descansen en paz, mientras puedan. 

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