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Las inclemencias divinas del desierto: “Sara” de Sergio Ramírez

Lo de gregario nos viene de los primates, también se sabe que Koko, el gorila que habla con señas, puede elaborar una mentira, así que eso también lo compartimos. La mentira no es más que una ficción elaborada a medias, con referentes inmediatos, por eso cuando lo de gregarios se convirtió en civilización, lo de mentirosos se volvió literatura. Empezaron las primeras historias que no eran de nosotros, sino de los seres majestuosos que nos crearon. Entre las cosechas, las cazas y la búsqueda del refugio, nos juntábamos para contarnos de milagros, de excesos que no son de mortales, de los hermanos que viajan al inframundo o que fundan Roma o se pelean con uno de nuestros animales de pesadilla.

Sergio Ramírez toma una de esas historias, hace lo que siempre se ha hecho nada más que haciendo uso de las maravillas de la tecnología (la imprenta no es más que eso: la posibilidad de repetir la misma historia de un autor X y multiplicarlo por Y cantidad de copias, más duraderas que el narrador) cuenta lo que ya sabemos, de forma nueva. La novela de referencia bíblicas no existió hasta que le arrebataron algo tan sagrado a las épicas religiosas, quizás se lo debamos a la obra teatral “Salomé” de Wilde, a Twain con “Los diarios de Adán y Eva”, o a novelas que explotaron sus temáticas usando el velo de cambiar nombres y épocas (es el caso de “Abel Sánchez” de Unamuno o “Este del Edén” de Steinbeck), pero el origen no importa. Es claro que la inspiración para “Sara” (Alfaguara, 2015) es la obra de Saramago, sea “El evangelio según Jesucristo” o “Caín” (Harold Bloom la denomina como una obra menor, una coda al primero), tiene la misma tenacidad, el sarcasmo y ese estilo ameno al lector.

No íbamos a esperar, por supuesto, una Sara teológica, pero el autor tuvo el acierto de lograr más de lo que se propone. Aseguró en cierto momento que ella escapa de ser la mujer tradicional y sumisa, pero esa alabanza feminista es insuficiente. Lo primordial en Sara es su inteligencia que no depende, como en el lugar común, de la superstición e intuición femenina. A través de los viajes del desierto con Abraham, los encuentro con divinidades, la situación con el faraón egipcio y la concepción inaudita en edad postmenopáusica, es ella quien se plantea las preguntas filosóficos de la situación. Ante el Mago (es decir, Dios), que aquí tiene una representación manierista en tres muchachos que “si fuera por sus rostros y cabelleras se les podría confundir con muchachas idénticas” (13), es la única que se cuestiona la problemática de la trinidad en uno solo, adelantándose al Credo de Nicea.

En el umbral de la muerte, al rencontrarse con el Mago, le asegura que “la mudanza es tu naturaleza, como es propio de los magos, y yo no soy quien para decirte cambia esto de ti, cambia lo otro” (249). Aquí vemos que la moral de Sara es un pilar de circunspección, racionalidad y una especie de tranquilidad escéptica, de epojé, donde no hace declaraciones tajantes o prejuiciosas. Es una agnóstica que desconfía, duda pero sabe que no puede ni imponerse como un dogma, ni saber la verdad absoluta, inclusive le dice al mago que en realidad nunca lo conocerá, ni con apariciones materiales ni en la muerte.

La novela transcurre con ese estilo samaraguiano, relatando con seriedad pero también con despreocupada ironía, donde no hay miedo a ofender pero tampoco irreverencia innecesaria. Hay concepciones lúdicas, como es la naturaleza de este tipo de rescrituras bíblicas, como anacronismos casuales (se dice que Sara hubiera pensado que Rafael era un gentelman), además de que los personajes tienen acciones hipotéticas que nunca llegan a concretar. Asimismo, este narrador que está jugando, tiene un valor de investigador o recopilador, reconstruyendo nombres y sus etimologías hebraicas o buscando opiniones de tratados teológicos con sus variaciones a la versión bíblica –a un punto desiste para no “perdernos en los vericuetos de las viejas incongruencias” (236)-. Es el buen manejo de la inventiva junto al material ya existente -el humor y la seriedad- lo que le da a la novela la potestad de cuestionar qué ha hecho el humano con sus creencias, sus mitos, sus verdades y dudas.

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