La Universidad de La Rioja, España, tiene un curso de verano sobre Filosofía del deporte. Una de las clases está dedicada a Olimpia (partes 1 y 2, Leni Riefenstahl, 1938), la filmación de los Juegos Olímpicos de Berlín del año 1936, en pleno desarrollo del nacionalsocialismo. Llama la atención que en esa misma clase también se ven y discuten, muy brevemente, los III Juegos Nacionales Indígenas de Venezuela del 12 de octubre del 2013. El fragmento proyectado es el de la inauguración, en el que hacen entrada las distintas comunas, mientras se llevan a cabo algunas presentaciones de danza y el himno nacional se canta en idioma kariña.
La joven cineasta y el Führer
Luego de ver el trabajo de la berlinesa Leni Riefenstahl, que consistía básicamente en largos melodramáticos ambientados en montañas, Adolf Hitler le encarga a la joven cineasta a través del recién creado Ministerio de la Publicidad del Reich, una obra que le permitiese enseñarle al mundo el orden y la obediencia del pueblo alemán hacia su nuevo líder. Ya otros cineastas alemanes, como Fritz Lang (Metrópolis, 1927), se habían exiliado para evitar situaciones como esa. Leni en cambio cuenta que vio en el encargo una oportunidad de trabajo. Alemania aún trataba de recuperarse del desastre de la Primera Guerra Mundial, intentando dejar atrás los días de la República de Weimar y su miseria. En esa gesta del “huevo de la serpiente” el país necesitaba, aun con la creciente popularidad de Hitler, difundir el nuevo orden al que deseaba se adhiriese pronto Europa entera. Riefenstahl hizo entonces lo propio: le otorgó al régimen nazi una película de propaganda de tan alta calidad artística, que la historia del cine no permitiría luego se hiciese una semejante.
El triunfo de la voluntad (Riefenstahl, 1935), prohibida hoy en Alemania, está filmada con cámaras múltiples, en una suerte de instinto pre-televisivo. La idea de Hitler era que se produjese un documento fílmico del congreso de Nuremberg, que impresionase y diese a conocer a los nuevos líderes del partido a la audiencia extranjera. El inicio de la película presenta en un tono colosal, con música wagneriana, la llegada del avión del Führer entre las nubes, la tierra alemana vista desde arriba. Los soldados en masa alineados perfectamente frente a su líder, ambos igualmente protagonistas de la puesta en escena, y los discursos.
Lo que logra Leni junto al arquitecto Albert Speer, es monumentalizar la puesta en escena de un espectáculo político que no estaba pensado para que lo viese el público asistente –porque no lo había, los que estaban allí eran partícipes del espectáculo–, sino para que fuese captado por la cámara: esta era el verdadero público, el blanco del discurso de los gobernantes y la que reemplazaría al ciudadano. La manera de ver de Riefenstahl sobrepasa cualquier filmación de estilo noticiero de la época. Hay belleza en sus encuadres. Hay armonía y ritmo en el montaje. De ninguna manera puede atribuírsele la fama y transcendencia de esta obra solo a la presencia de Hitler, o a la exaltación del poder del partido nazi en ella.
El historiador de cine Román Gubern se refiere a la autonomía estética del arte cuando habla de la obra de Riefenstahl. Ya D.W. Griffith y S.M. Eisenstein habían hecho películas aupando causas peligrosas. Pero nadie pone en duda que El nacimiento de una nación determinó para siempre una manera de concebir el montaje en la historia del cine de ficción. Y la cineasta estableció un estilo que por demás no podía ser sino ése, y que resulta reconocible en la filmación de grandes espectáculos deportivos, políticos y de ficción de uso frecuente. “No hay que ser nazi para admirar las películas de Riefenstahl”, añade Gubern. Pareciese evidente.
La “locura” de Leni
El documental sobre la vida submarina Impresiones bajo el agua (disponible en YouTube), estrenado en 2003, reúne vistas muy atractivas de las más variadas especies oceánicas con impecable y delicada belleza; como si quien las observase estuviese completamente embelesado con ellas, embobado por los colores vibrantes, las formas geométricas y los movimientos lánguidos que el vaivén del agua más superficial da a las anémonas y algas, y no pudiese evitar sumergirse y explorarlas para contarlas. La gran diversidad de colores ilustra la riqueza de la fauna en las aguas de las islas Maldivas y su hermosura hipnotizante. El documental de cuarenta y cinco minutos no tiene narrador. La imagen está acompañada por una serena música instrumental; en conjunto, se sucede una película calma y preciosa, digna del disfrute de toda la familia.
Sesenta y ocho años antes del estreno de Impresiones bajo el agua, la directora de ese documental oceánico estrenó El triunfo de la voluntad. Admirada y odiada, Leni Riefenstahl ha sido cuestionada y señalada por haber hecho ese filme, además de ser acusada de simpatizar con el nazismo por su cercanía a Hitler. La existencia de Impresiones bajo el agua, entonces, insta a muchas preguntas. Si hay allí culpa o redención. Si es que su autora buscaba belleza y fue en el océano donde creyó quedaba algo de ella. Si pretendió alejarse lo más que pudo del asunto nazi. O si solo hay una directora con una manera extraordinaria de infundir belleza y arte en cualquier cosa, por más ajena que le sea, por más incomprensible y misteriosa que le resulte. Lo mismo filmar soldados que arrecifes.
Así como es rastreable algo entre Olimpia y los Juegos Nacionales Indígenas, lo es también una cercanía entre el movimiento ecológico en la política del Tercer Reich e Impresiones bajo el agua. Esta película tan solo parece ser, como dice Slavoj Zizek, “la locura” de Leni Riefenstahl, si no fuese porque esa estética propia está presente en toda su obra y porque, por lo que puede verse, su experiencia inmortalizando al régimen aparenta no haberla abandonado ni siquiera bajo el agua.