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Las edades de la vida

Caspar David Friedrich (1774-1840) nació en una ciudad afortunada: Greifswald, al noreste de Alemania, en la Pomerania Occidental. Y es una ciudad afortunada porque su vida gira, desde 1456, en torno de su universidad, la segunda más antigua de la Europa del Norte. Friedrich, para más señas, fue un pintor del romanticismo alemán. Sus óleos representan al hombre y la naturaleza –rasgo común a casi todos los románticos–, pero su estética dota a sus cuadros de un altísimo valor simbólico.

Su historia es particularmente desafortunada. En vida, Friedrich cosechó gran reconocimiento, pero hacia el ocaso de su existencia fue olvidado y murió pobre y apoplético. A mediados del s. XIX lo redescubrieron tímidamente los simbolistas, al punto de considerarlo su precursor. Luego, a principios del s. XX, los expresionistas lo ensalzaron, con lo cual su obra quedó de nuevo en la perspectiva de la desgracia, pues el nazismo fijó su mirada en él. Con la caída de la esvástica la obra de Friedrich volvió de nuevo a la sombra, y no sería hasta la década de 1980 cuando la crítica, con justicia, lo rescataría como el gran icono de la pintura romántica alemana.

Lo que hace que la obra pictórica de Friedrich destaque por sobre el panorama de sus contemporáneos es la carga de simbolismo que arroja sobre la misma. Sus cuadros, unos 310, suelen ser alegorías religiosas, políticas y filosóficas de su tiempo. Siempre me ha gustado decir que Friedrich fue el más filósofo de los pintores alemanes.

De entre sus obras destaca Las edades de la vida (1834), pintado poco antes de su accidente apoplético. La obra versa sobre un tema tratado con anterioridad en la pictórica occidental: el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. Hacia 1500, el pintor italiano Giorgione ya había realizado el óleo Las tres edades del hombre. Luego, en 1541, el pintor alemán Hans Baldung pintó Las tres edades y la muerte. Más tarde, en 1561, Tiziano pintaría su célebre Alegoría del tiempo gobernado por la prudencia. En Giorgione, Baldung y Tiziano, el fondo es neutro y sobre este aparecen tres personajes –un niño, un joven y un anciano–, a excepción del cuadro de Baldung, en el que aparece un cuarto personaje, alegoría de la muerte. En el de Tiziano, bajo los tres personajes aparecen tres animales: un perro, un león y un lobo.

Sin embargo, Friedrich dará un salto cualitativo con su óleo Las edades de la vida. Comparado con los de Giorgione, Baldung y Tiziano, la de Friedrich es una pintura de una compleja riqueza simbólica. Lo primero que destaca es el contexto: distinto de sus predecesores, en Friedrich el paisaje es fondo y contenido a un mismo tiempo. Se trata de un paisaje a orillas del mar, aludiendo a la simbología bíblica del mar como peligro mortal y espiritual (recuérdese a Jesús venciendo las aguas al caminar sobre estas). Sobre este fondo hay cinco veleros, ubicados a distancias diversas.

 

jeronimo alayon
Las edades de la vida. 1834. Caspar David Friedrich

En primer plano, sobre la costa, hay algunos aperos navales. Luego hay un hombre anciano, de espaldas, que viste un largo abrigo, birrete y porta un bastón. Se adivina que este hombre es Friedrich. De frente a él, un hombre joven le hace señas para que se acerque, posiblemente a abordar una de las barcas más próximas, al par que apunta a dos niñas que, de espaldas, juegan sobre la arena. Junto a las niñas, también de espaldas, yace sentada una mujer joven. Podría suponerse que el conjunto es la familia de Friedrich.

Este hombre joven, de frente al espectador del cuadro, es una rareza en la obra pictórica de Friedrich, pues todos sus personajes se hallan de espaldas, con lo cual era posible construir el concepto de paisaje íntimo, que el propio pintor definiría así: «El artista debe pintar no sólo lo que ve delante de él, sino también lo que ve dentro de él». Por consiguiente, al mirar el cuadro contemplamos también el paisaje junto a quienes, de espaldas a nosotros, lo contemplan. En algún sentido podría decirse que, junto a sus personajes, nosotros miramos el mundo interior de Friedrich. Este hombre joven que llama al anciano también nos llama a nosotros, nos mira, nos interpela, nos recuerda que somos pasajeros del tiempo.

Como dijimos, hay cinco veleros. Cada uno representa el viaje final, hacia la muerte, y corresponde y apunta a cada personaje del cuadro. El del anciano está muy próximo, pero inquieta saber que el de la dama joven es el que está más cerca de la orilla. Ella no lo sabe: está distraída con sus infantes. Los de ambos niños están muy lejos, brumosos, uno más cerca que el otro. Toda una alegoría del caprichoso tiempo vital. Sobre esta escena, un cielo intensamente amarillo simboliza el ocaso de la vida. Lo hermoso del cuadro de Friedrich es que aborda el paso del tiempo como un viaje vital que hacemos acompañados de quienes amamos. En esto desborda con creces la simbología de Tiziano y Baldung.

Queda un último elemento del cuadro que desconcierta. Junto al anciano hay un bote volteado al revés y un par de mástiles con sus banderillas. Es una nave más, a medio hacer, y está en tierra. A cada personaje le corresponde la suya en el mar, símbolo de la vida que se extingue, con lo cual puede inferirse que la dama joven está embarazada, y que aquella barca en tierra corresponde al niño nonato. Este rasgo, además de acentuar el dramatismo de que el bajel más próximo se la llevará pronto, hace de Friedrich un contemplativo de la vida y sus misterios. Por ello David d’Angers diría de Friedrich que creó un nuevo género: la tragedia del paisaje.

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