“El puente roto”, emblemático cuento de la escritora española Josefina R. Aldecoa, representa el convulsivo momento histórico de los años 30, renueva el planteamiento sobre lo que se considera la novela de posguerra o, con mayor especificidad, el realismo social en España, ya que en este cuadro habita la dicotomía y contraste de las clases sociales, las cuales son temas que marcan la huella dactilar de esta tendencia estilística. Hace parte de una de sus primeras publicaciones de cuentos: A ninguna parte y que deja entrever la creatividad toponímica de sus obras en un marco sociohistórico de constante coyuntura, particularmente en 1934, momento que se inscribe como preludio de la guerra civil, tal como lo declara Dupláa (2000, 51): “En “El puente roto”, sin concretar los acontecimientos políticos que darán lugar a la Revolución de Octubre de 1934. La voz narradora introduce a la recepción de un tiempo y espacio prebélico”.
La voz infantil aparece como un candoroso caleidoscopio que inicia reflexionando acerca del mundo que le rodea. El paisaje es más permeado de polución si se mira el rural recreado en trabajos como En la distancia, que todavía no está imbuido por la turbamulta y la tensa combustión de la ciudad, sin embargo, deja aflorar una cándida proyección del mundo, como se viera en un inicio con dicho intertexto, tal como se ve en el inicio del texto que nos compete: “El chiquillo, desde lo alto del montículo, contempló la maniobra de los tres coches. <<Ya falta poco>>, se dijo. Miró abajo, al río, y volvió a escuchar la ruidosa lucha del agua con las piedras y la tierra” (Aldecoa, 2000, 103). Se puede evidenciar cómo se contrastan dos panoramas, uno más pueril y vinculado con la naturaleza y otro, al virar la cabeza, se impone con una marca explícita del concepto de ciudad: los taxis y coches. Nuevamente, se interpone el nuevo paisaje con un dejo de mudo suspiro: “El chiquillo se entretuvo tirando piedrecillas al agua” (Aldecoa, 2000, 104) y que se contrasta con un bien logrado símil: “Se movían como vagonetas desvencijadas, inseguras sobre sus tacones torcidos, cansadas del asfalto de la ciudad” (Aldecoa, 2000, 105). Dicha imagen del niño lanzando piedrecillas en el río surge como un marco de resistencia y abstracción frente a la náusea urbana, a través de un juego simple que se impone a la turbia linealidad de la ciudad. Dicha confrontación se determina posteriormente cuando se describe: “Los castaños de la plaza tenían sus ramas envueltas en una tenue neblina. El polvo del carbón aureolaba los cuerpos de los que jugaban” (Aldecoa, 2000, 113-114).
Esa imagen de los niños bordeando el paisaje social es la clara demostración de lo que se repercute en la vivencia de la autora, tal como menciona Dupláa (2000, 43) acerca de Aldecoa: “Es una niña de la guerra. Ella misma define así a aquellos niños que nacen entre 1925 y 1928 […] la vivencia de la guerra y la destrucción como experiencia colectiva a temprana edad marca una narrativa de memoria cultural”. En este marco son descritas las clases sociales y la visión de los niños de su contexto, particularmente, en dos momentos. En el primero, Baldo y Salvador dialogan acerca del lugar donde les gustaría vivir.
Hay que pensar que los estereotipos sociales se estrechan desde la imagen implícita de la minería en una relación entre obreros y beneficiarios directos de esta actividad económica. Baldo, por ejemplo, piensa en lo tedioso que sería vivir en los barrios ostentosos y, posteriormente, se justifica con una descripción enmarcada por un paisaje que apunta lo subalterno: “Los padres preferían la tranquilidad del barrio bajo, el barrio de los labradores, de la entrada del pueblo […] Florentino, el minero, encontraba, en la casa campesina, refugio y entretenimiento después de las horas de trabajo en la mina” (Aldecoa, 2000, 113-114). Este momento de la lectura se confronta claramente con la descripción del grupo social caracterizado en Sofía cuando está preparándose para el baile: “Y allí estaba Sofi ya vestida para el baile ¿sabes? El traje es precioso, todo de pájaros bordados en oro” (Aldecoa, 2000, 117). Una visión similar tiene Dupláa (2000, 51) cuando refiere: “El texto a través de un mundo infantil, refleja las diferencias políticas entre sus habitantes”. El título del texto ya suscita esta esquemática ruptura de manera explícita, tal como explica Dupláa (2000, 52): “El puente roto, dividido en dos, ella de un lado y sus amigos de otro metaforiza lo que será la guerra civil: la división de España en dos”.
Aunque bien, puede darse también una división cronológica entre los momentos de la vida humana, específicamente cuando se expone en este texto la niñez como núcleo vivencial al cual se debe llegar para no decaer en esta metáfora salvaje del conflicto, a la sazón de El niño del pijama rayas. Ante esto, puede complementarse esa imagen pueril desde En la distancia, cuando, en su inicio dictamina: “Antes de todo lo demás está la infancia. La huella de los primeros años, los que deciden para siempre lo que vamos a ser” (Aldecoa, 2004, 13). Esa imagen clara de unión “el puente” es el símbolo de lo que se resume en la obra y que demarca con tanto ahínco un margen de inocencia y proyección en lo político.
Los sueños se describen especialmente como una forma visionaria de tejer un presente ideal. En los diálogos de los niños en esta obra se da constantemente la descripción de lo que sueñan, por medio de voces coloridas y expresiones frescas que enmarcan en el lector la inconsciente sonrisa: “Cuando sea mayor marcharé yo también del pueblo. Ha dicho papá que le gustaría mucho mandarme a un colegio francés de Madrid, ¿sabes? Es un colegio en el que los niños tienen que pedir lo que quieren en francés, si no, no se lo dan” (Aldecoa, 2000, 159). Se manifiesta, además, nuevamente, la característica específica de un grupo social.
Una figura, adicional al puente, que se configura simbólicamente es la del río. Especialmente en el majestuoso cierre que se da de este texto: “La luz gris-blanca se volvía amarilla, de un amarillo metálico, al otro lado del río” (Aldecoa, 2000, 165). Es un punto en que se describe la inexorable nostalgia que nos embarga al crecer, aunque, como se ve, sean muchas las despedidas que se deban dar para cumplir con esta senda, a veces irresoluta, que llamamos vida.
Bibliografía
ALDECOA, Josefina (2000), Fiebre, Barcelona, Anagrama, pp. 103-165.
______________ (2004), En la distancia, Madrid, Alfaguara, pp. 13-57 / 66-96 / 98-99 / 101-105 / 117-119 / 123-124 / 142-143 / 147-149 / 151-159 / 168- 169 / 177-181 / 196-207 / 217 / 225-233.
DUPLÁA, Christina, (2000), Memoria sí, venganza no en Josefina R. Aldecoa. Ensayo sociohistórico de su narrativa, Barcelona, Icaria, pp. 43-56 / 72-98 /108-127.
QUIÑONES, Francisco (1995), “Días sin brillo, años de desesperanza. La narrativa de Josefina Aldecoa” en Lectora: revista de dones i textualitat, no 1, pp. 111-120.