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Quizá las cosas no son tan malas como pensamos

La sabiduría colectiva dice que el jardín del vecino siempre se ve más verde. Hay muchas formas de enunciarlo: nos martirizamos, nos tiramos al piso, nos victimizamos, nos quejamos por quejarnos. El postulado lo han probado innumerables ciudadanos con experiencia anecdótica, pero hasta ahora no teníamos evidencia para afirmarlo.

Shai Davidai y Thomas Gilovich, de la Universidad de Columbia y la Universidad de Cornell, respectivamente, encontraron una bonita analogía. Cuando uno sale a andar en bici a veces tiene la mala fortuna de pedalear en dirección opuesta al viento. El aire que sopla en contra se vuelve un obstáculo, uno siente que avanzar cada vez cuesta más. Si el viento soplara a mis espaldas, nos decimos, ¡qué fácil sería recorrer el camino! Gentilmente el viento cede a nuestro deseo y se posa detrás, para ayudarnos. Durante los primeros segundos, ¡qué placentero se vuelve andar!, ahora que el viento nos empuja hacia adelante. Empero, después de unos minutos nos olvidamos de que el viento sigue ahí, ayudándonos; el viaje deja de ser un placer y otra vez uno siente el pesar de hacer ejercicio. En inglés la bautizaron como Asimetría Headwinds/Tailwinds.

Davidai y Gilovich organizaron varios grupos para evaluar la veracidad del argumento. Primero le preguntaron a una muestra de militantes del partido republicano y demócrata si el sistema electoral estadounidense favorece a un partido en asuntos como la elección presidencial, el financiamiento de una campaña y el apoyo necesario para pasar un proyecto de ley. Después entrevistaron a una muestra de fanáticos de futbol americano. A cada uno le dieron el calendario de juegos de su equipo y le preguntaron cómo veía el calendario respecto al calendario de juego del resto de los equipos. En el tercer estudio Davidai y Golivich decidieron estudiar a sus colegas psicólogos. A los investigadores dedicados al uso de experimentos en psicología les preguntaron qué tan difícil era tener éxito en su trabajo respecto a los investigadores que no usan experimentos, y viceversa. Por último, le preguntaron por separado a hermanos quién había sido tratado mejor por los papás durante la infancia, y si alguno había recibido apoyo especial.

Los republicanos aseguran que el sistema electoral gringo favorece a los demócratas y los demócratas aseguran que favorece de forma injusta a los republicanos. Los fanáticos de la NFL, sin importar el equipo, dicen que su calendario de juegos es más complicado que el del resto. Los psicólogos con doctorado que se dedican a la investigación en universidades no son la excepción: los experimentalistas aseguran que es mucho más fácil publicar investigaciones y tener un buen puesto de trabajo si eres no-experimentalista, y los no-experimentalistas piensan exactamente lo mismo, pero a la inversa. Las personas con hermanos, claro, dicen que el otro hermano (o los otros) gozaron de más estima y apoyo de los padres: todos se consideran la oveja negra de la familia.

No hay que apresurarnos a concluir que la hipótesis es cierta. Los psicólogos han mostrado que las personas tienden a exagerar las dificultades que enfrentan, un proceso de automejora que se conoce como sesgo de atribución interesada (self-enhancing attribution management). El sesgo cumple un objetivo doble: protegerse del fracaso e incrementar la importancia del logro. Puede ser que el republicano realmente no crea que el sistema electoral favorece a los demócratas, pero si dice que sí, y luego pierde, entonces no se verá tan mal ante el público, porque él ya había dicho que su situación era más complicada (protección). Asimismo, aunque no lo crea, si digo que mis papás me trataron mal pero a mi hermano bien, cuando me vuelva muy exitoso en la vida podré alardear con más orgullo, porque a mí no me apoyaron, y a pesar de todas las dificultades lo logré. Hoy parece que solo lo que es difícil es digno de reconocimiento.

Davidai y Gilovich pidieron a los participantes que completaran dos actividades en la computadora, una que requiere más esfuerzo que la otra. Al terminar les preguntaron qué proporción del tiempo habían pasado en la actividad más laboriosa. Tiene sentido mentir sobre la dificultad de una tarea cuando se mide el desempeño, pero no cuando las comparaciones carecen de sentido. Es decir, si me preguntan qué tan difícil es aplaudir no tengo porqué mentir, pues no hay evaluación. Los participantes no tienen incentivos para sobreestimar el tiempo invertido en la actividad complicada porque no los van a comparar, y ni siquiera hay métrica de éxito o fracaso. Sin embargo, sistemáticamente las personas sobreestiman el tiempo que dedicaron a la actividad que requería más esfuerzo. El resultado de estos experimentos indica que las personas de verdad creen que las circunstancias a las que se enfrentan son más difíciles que las que enfrentan los demás. No mienten, están seguros de que la vida los trata mal.

La explicación es intuitiva: estamos obligados a poner atención a las dificultades, porque tenemos que sobreponernos. Un problema implica que tengo algo que resolver, y para resolver hay que poner atención; mientras que los placeres de la vida no requieren atención, uno simplemente goza y se acabó, como cuando estamos haciendo algo que nos encanta y pasamos horas sin percatarnos. Además, el obstáculo, en tanto que persiste, nos obliga a recordarlo muchas veces, así que aumenta la probabilidad de que se grabe en la memoria. De las cosas buenas uno no tiene que acordarse a diario, de las broncas sí.

De aquí no solo se desprende una moraleja para estar más satisfecho, sino para mejorar la vida en sociedad. Davidai y Gilovich también estudiaron la relación entre supervalorar las dificultades y aceptar prácticas inmorales. Encontraron -como era de esperarse- que entre más cree un psicólogo no-experimentalista que los demás la tienen fácil más está dispuesto a aprobar -entre otras cosas- plagio en artículos de investigación o financiamiento de fuentes cuestionables (en términos éticos). La percepción de trato injusto genera resentimiento, y el resentimiento produce deseos de nivelar las cosas como sea, sin importar la ley. La vida es dura, pero quizá no tanto como pensamos.

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