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Las balas del odio

Cómo Cristo hubiera marchado a favor de las familias diversas

El mes de junio fue bonito para mí porque me avisaron que uno de mis reportajes, El obituario LGBTTTI mexicano, había sido escogido por la compañía Absolut para ser promocionado con motivo del mes de la diversidad sexual.

Fue algo especial porque era un artículo sobre esa parte no dicha: los dolores silenciosos que la comunidad LBGTTTI sufrió por años en medio de luchas civiles. De unos cuantos libros pioneros, pasamos a miles y miles de documentos para ir más allá de hablar de “joto que se acuesta con otros jotos”, para encarar un entorno histórico, literario y filosófico donde las preguntas fundamentales surgieron a modo de profundizar nuestros análisis: qué es ser hombre, qué es ser mujer, qué es nuestra sexualidad. Fundamentales.

El artículo, publicado por la revista Vice, circuló por las redes sociales varios días. En un post en Facebook se juntaron la mayoría de las reacciones: corazones, lágrimas, enojos. Fue así como, al revisarlas, algo llamó mi atención. Hubo un usuario que decidió expresar su opinión sobre el tema: “deberíamos hacer con los putos lo que hacen los rusos”, refiriéndose a las medidas homófobas de Vladimir Putin respecto a su “conservación de la familia tradicional”. Otros hablaron sobre el porqué usar tantas letras, LGBTTTIQA, si todo se podía resumir en “jotos y tortillas”, forma despectiva para llamar a gays y lesbianas en México. Otros eran más agresivos y acusaban a los editores de la publicación de ser parte de una dictadura donde homosexuales y trans deciden en tacones la agenda de las publicaciones internacionales y más seguidas por los millennials. Ridículo.

Los comentarios me bajaron el ánimo ya de por sí bajo por todos esos artículos fake news donde se decía “Psiquiatras y psicólogos dicen NO (sic) a la homosexualidad” entre otras cosas absurdas, apoyadas por miles de millones de comentarios. La mayoría, lejos de estar abiertos a un enfoque humanístico o por lo menos dispuestos a la discusión, eran adjetivos sobre por qué los homosexuales, feministas y trans son el principio del fin de la sociedad. Y con esto, sofisticando las formas y argumentos “serios” y sobre todo “cuantitativos” cuyo objetivo es sacar el tema de la diversidad de las agendas institucionales.

Dios libre a los homófobos de saludar de beso a una chica trans. Dios los libre de la aceptación del “otro” en las instituciones. Como alguna vez dijo un embajador haitiano en México “la filosofía occidental, la colonial, se basa en eso, en expulsar al otro de las instituciones. Jamás comprender al otro, jamás comprender que el que se ve diferente a mí es humano y diverso”.

Para buenas opresiones, pocas empatías. Las “buenas conciencias” intentan confundir a los oídos ingenuos en los laberintos de la hermenéutica de la biología, la psiquiatría y la psicología, un trabajo basado en narcotizar quitando equidades a comunidades cuyo único crimen es la diferencia identitaria. La historia se encargará de juzgar cómo visualizamos a nuestros semejantes, y se encargará, como siempre lo ha hecho, de visualizar tarde o temprano a los verdugos.

No fui el único que sintió males de estómago por la homofobia y misoginia de la temporada, particularmente intensa en comparación con otros años. Otro amigo, anónimo, me dijo pasar por lo mismo.

Mi amigo, quien creció entre las doctrinas conservadoras más rígidas de México, entendió el valor de la libertad LGBTTTIQA, independientemente de todos los debates internos en la comunidad. Me dijo, hablando de Cristo, una frase conmovedora: “Si el Dios con el que ellos se llenan la boca, el que viene en el Nuevo Testamento, realmente existe y está en el cielo, pobres de ellos, porque no quiero saber cómo serán juzgados cuando Jesús los vea y les pregunte sobre su mandamiento más revolucionario: ámense los unos a los otros, tal como yo los he amado”.

Después me contó una bonita imagen. Si el hijo de Dios hubiera bajado el mes de junio, habría hecho algo especial. Habría ocupado un momento en su agenda para una marcha cuyos colores tiñeron la capital del país. Y hubiera sonreído, por la gente que sabe amar al prójimo. Sin ataduras. Sin prejuicios. En confianza.

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