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La virtud de la paciencia

Vale la pena cultivar el poder de la paciencia, esa habilidad de mantenerse tranquilo frente a la decepción, la injusticia, la angustia, el sufrimiento y la inseguridad. El contexto social en el que estamos inmersos favorece el estado de insatisfacción, nos mantiene anclados en la inmediatez, y no nos permite distinguir si es nuestra impaciencia la que nos genera ansiedad o si son las circunstancias que nos rodean las que nos vuelven menos tolerantes a la espera.

“Impaciencia constante, ansiedad resultante”. Vivimos en un estado de incertidumbre. Todos los días nos enteramos de noticias que nos causan ansiedad: los asaltaron en el banco, les robaron el auto, entraron a su casa y les robaron sus bienes; los narcos se pelean por el negocio y matan a inocentes. Nos compadecemos de las familias que viven en depresión por sus seres desaparecidos, y nos sorprende la compulsión a repetir en el vecino del norte de quienes entran en una escuela, en un bar y matan a inocentes. También nos sorprenden los miles de migrantes que caminan de un lado a otro y parece que no saben ni ellos mismos lo que quieren.

Estamos saturados de noticias unas falsas y otras verdaderas que, gracias a las redes sociales nos llegan en tiempo real. Los efectos de tanto estrés y las señales de peligro las percibimos con síntomas físicos, tenemos como un radar en el intestino que capta el temor y el peligro y responde con gastritis y colitis.

En México el gobierno entrante nos causa incertidumbre, se rumorea que habrá una gran devaluación, el dólar sube y la bolsa cae a sus niveles más bajo. No es para menos, las personas impacientes, las que pierden fácilmente la calma, nos contagian con su mal humor, avientan la papa caliente y se quema el que la toma. En cambio, las personas con conductas prosociales son empáticas, generosas, pacientes, compasivas, se adaptan al ambiente que las rodea, modifican lo que pueden y dejan de lado lo que no está en sus manos, aprendieron la lección de la sabiduría popular: “O te aclimatas o te aclichingas”.

La psicología positiva identificó las maneras de expresar la paciencia, la interpersonal, conservando la calma al enfrentarse a un estímulo. Las personas aprenden a controlar sus impulsos; cuando se les presentan dificultades, gracias a la práctica, ven el lado positivo de las cosas y reaccionan con paciencia y tolerancia. Por el contrario, quien siempre se reprime y queda estancado en el estado emocional de “no pasa nada” presenta trastornos físicos: dolores musculares, digestivos, migraña, alergias y taquicardia.

La impaciencia es un rasgo de personalidad, la persona impaciente pierde el control, es impulsiva, violenta, culpa a los demás de sus errores y no aprende de ellos, actúa de manera primitiva con el cerebro reptiliano. Es un hecho, no podemos modificar el ambiente que nos rodea, lo que sí podemos es cambiar nuestra manera de proceder, tomar con paciencia y responsabilidad las tareas que nos tocan, alimentarnos de manera saludable, dormir ocho horas, el sueño es reparador, aprender técnicas de relajación, destinar tiempo a una actividad que nos agrade, disfrutar la intimidad con la pareja y, no quedarnos atrapados en adicciones y compulsiones.

La paciencia es un mecanismo idóneo para controlar los cerebros acelerados de hoy en día. La gente piensa que la paciencia es la capacidad de esperar, no es así, la paciencia es la manera de comportarse mientras esperan. Sin embargo no hay que olvidar que también hay un límite en el cual la paciencia deja de ser una virtud.

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