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La violencia en la posmodernidad

Vivimos tiempos de violencia, terrorismo, delincuencia, crímenes de odio, racismo, fanatismo, no solo en México, sino en todo el mundo. Parece que no nos civilizamos sino que seguimos tan salvajes como antaño. Las situaciones reales parecen películas de terror.

Hace cuatro años el homicidio de un niño de seis años, nos conmovió a todos los mexicanos; no entendíamos la razón de semejante maldad y ese crimen despertó la indignación popular.  Recuerdo que algunos medios de comunicación me pidieron una opinión como psicóloga. El crimen sucedió en un barrio de Chihuahua y lo sorprendente del caso es que fue perpetrado por otros niños de 11 y 13 años. Ellos torturaron, secuestraron y asesinaron, al más pequeño. Lo amarraron y atravesaron su cuello con una vara. Cuando el niño cayó al suelo le arrojaron piedras, le encajaron una navaja en la espalda y, una vez sin vida, arrastraron su cuerpo hasta el lugar en el cual lo depositaron.

Muchas las preguntas que quedaron sin respuesta. Esa acción fue considerada malvada, fuera del alcance de todo entendimiento y el debate se centró en el castigo: si habría que enviar a esos niños a la cárcel. Sin embargo esa no era una buena opción. Los centros de retención no rehabilitan, por el contrario forman criminales en potencia. El juicio en las redes sociales fue sorprendente, la mayoría pedía el ojo por ojo, otros, apegados a la religión, afirmaban que esos niños estaban poseídos por el demonio y los llamaron engendros del mal.

Los niños normalmente no forman parte del juego social, su conciencia moral está en desarrollo, son inocentes en la mayoría de sus acciones. El mal se aprende, se concibe como algo carente de causa o como algo que es su propia causa. Hay quienes creen en la malignidad de una raza y que, además se herede con los genes. Teoría que ningún estudio científico ha demostrado; hoy vemos con sorpresa como jóvenes terroristas en Estados Unidos, Francia, España, Inglaterra, entran en una escuela, una iglesia, cualquier lugar en el cual se agrupen personas y matan a inocentes.

Hace un mes, un terrorista llevó a cabo un tiroteo en una plaza en Texas, el joven en apoyo al odio racial hacia los mexicanos alimentado desde la Casa Blanca, asesinó a 22 personas y dejó a otras 24 heridas. Además de la violencia, nos alcanzó el terrorismo. Hace unos días nos indignamos por el ataque en un bar en Coatzacoalcos, Veracruz. Algunos delincuentes asesinaron a 30 personas, lanzaron bombas molotov y finalmente incendiaron el establecimiento.

No creemos que nadie en su juicio se atreva a cometer un acto de tanta maldad. Pensamos que los terroristas están realmente psicóticos. El problema de tal aseveración es que, al decir que están realmente locos, supondríamos que ignoran lo que están haciendo y que son moralmente inocentes. Entonces el acto se justificaría y se les debería proporcionar atención psiquiátrica. Otros afirman que están poseídos por el diablo, un invasor que se apoderó de su conciencia de manera que necesitarían un exorcismo. Esa teoría también los justifica. El mal entonces constituiría una manera drástica de poner fin a los debates.

El pensamiento moral no es una alternativa al pensamiento político. Para Aristóteles el pensamiento moral forma parte del pensamiento político y la ética toma en consideración las cuestiones de valor, la virtud, la naturaleza de la conducta humana y otros aspectos. Mientras que la política se ocupa de las instituciones, la moral no se ciñe exclusivamente a la vida personal, aplica en todo. Definir el terrorismo como un mal es exacerbar los problemas y convertirlos en la barbarie que se pretende combatir. A pesar de tantas investigaciones la cultura moderna, tiene poco que decir sobre el mal. Tal vez, porque el individuo posmoderno carece de la profundidad que requiere la verdadera explicación.

El mal gira íntegramente en torno a la mente, tanto de quién lo procura como de aquellos a quienes aniquila. Para Freud el psicoanálisis es la ciencia del descontento humano, pero también lo es la teología. Desde ambas perspectivas se entiende que el ser humano nace enfermo y que tiene que buscar la redención. De manera que la felicidad no es algo que esté fuera de nuestro alcance, lo que sí nos exige es una recomposición de los traumas en nosotros mismos, en términos cristianos sería la conversión de las almas.

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