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La verdad indecisa

La gran paradoja de nuestros tiempos es que tenemos la fuente más grande de conocimientos, de difusión cultural y científica, con acceso gratuito, pero en ella no podemos discernir la diferencia entre el hecho, la opinión y un montaje.

Es, de nuevo, la crisis de la democracia. Para la antigüedad el conocimiento (o la posibilidad de su búsqueda) era un privilegio de los grandes o virtuosos y no sólo eso, un movilizador social, un dador de poder. Pienso en Demetrio de Falero, el ateniense exiliado, que por sus facultades ascendió de hijo de esclavos a ser quien aconsejó a Ptolomeo la construcción de la biblioteca de Alejandría. Pero en el momento en que cae en manos de todos, el conocimiento se vuelve otra herramienta más de la manipulación.

Esto lo había dicho Greimas en 1983: en nuestra cultura ya no existe verdad porque no hay métodos de desaprobarla. Sobre esta manipulación, brinda dos formas en que se presenta: a) la subjetiva, que quiere fingir ser un secreto, b) la objetiva, que aparenta ser científica al ser dicha como impersonal.

Respecto a esto, tenemos la proliferación de los flat earth believers, que caen presa fácil de esto. La primera forma de manipulación puede ser, por ejemplo, un vídeo donde un supuesto astronauta revele como gran secreto que la NASA miente. Esta forma tan íntima se potencia porque además da un sentido de rebelión contra lo establecido: quien lo consuma se siente conocedor de algo que lo pone por encima de los demás, de los pobres ingenuos que le creen a los satélites y a los hechos.

Dentro de la segunda cabría –y sí existen, los busqué- todas las explicaciones que aparentan tener una razón lógica. Entre ellas, el experimento de llevar un nivel de burbuja en un avión, aseguran que al mantenerse centrado comprueba su teoría, o la simple defensa a un empirismo desmedido: si la tierra se percibe plana, entonces lo es.

El problema ya no es la falta de acceso al conocimiento, sino la vulnerabilidad de un sector sin educación para saber la diferencia entre una fuente confiable y una que no lo es. De ahí se desprende el panorama político de la post-truth, donde noticias y datos falsos dan el poder a un candidato de aumentar su chance de ganar, una forma aumentada del populismo que solo es posible gracias a la existencia de tantos medios de comunicación divergentes. Es la muerte de la autoridad: el noticiero puede decir algo, pero un vídeo de YouTube o un tweet viral pueden contradecirlo. Y, por supuesto, ni uno por ser la fuente autorizada ni el otro por ser independiente va a tener la verdad absoluta. Lo más devastador de esta crisis humana es que su solución se encuentra, muchas veces, con una búsqueda de quince minutos en Google. Pero gana la pereza.

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