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La tragedia de los familiares desaparecidos 

Es alarmante el número de personas desaparecidas en México. Esas cifras muestran solamente una parte de la violencia, el resto de las estadísticas se refiere a los homicidios dolosos; los asesinatos se han incrementado de tal manera que los tantos muertos y desaparecidos son vistos como normales hasta que desaparece un miembro de la propia familia. La violencia ha llegado a un punto aterrador. Los criminales actúan como psicópatas. No presentan sentimiento de culpa y matan con saña a las víctimas, las decapitan, a veces para desaparecer su rastro las disuelven en ácido, y otras veces las cuelgan en un puente para que queden a la vista de todos. Las fosas clandestinas son muchísimas, las encuentran en varios estados del país.

El crimen organizado alimenta su negocio con los hombres jóvenes. Sin embargo no me gusta utilizar el término organizado, porque no están organizados y no se respetan ni entre su propio grupo. Las células criminales se han multiplicado y solo velan por sus propios intereses. Tampoco se les puede llamar animales porque estos respetan las reglas de la manada.

Más de 40 mil personas han desaparecido desde que se contabilizan las víctimas, según informes del Comisionado Nacional de Búsqueda de personas. Sorprende que el presidente López Obrador, en su austeridad franciscana, no encuentre de dónde recortar gastos para cumplir con sus proyectos; contempla una reducción de 68 millones de pesos al presupuesto destinado a la búsqueda de personas desaparecidas. Al igual que otras miles de familias afectadas, preferiría que invirtiera en seguridad antes que en la construcción de la refinería y del tren maya.

El país no puede crear certidumbre y crecimiento económico sin controlar la violencia. El sistema de seguridad requiere de comisiones especiales en todos los estados del país, además de una especial atención a las víctimas.

Quienes sufrimos el duelo de un familiar desaparecido sabemos cuántas batallas hay que enfrentar. No es solamente el dolor de la pérdida, sino que se agregan los juicios sumarios y los comentarios que lastiman del tipo: “es que era narco”. Otro problema son los años de espera, entre cinco y siete para poder acceder a sus bienes y al seguro de vida por falta de un acta de defunción. Una amiga me comentó que su hijo no pudo continuar en la universidad privada donde estudiaba, cuando secuestraron a su esposo, ya que, a pesar de haber pagado el rescate, no encontraron sus restos. Tampoco les fue posible aprovechar el seguro de fallecimiento por carecer del acta de defunción.

En Estados Unidos la violencia es diferente, las masacres en las escuelas, y en los lugares de convivencia se multiplican. Hace unos días un joven en un atentado racista en un centro comercial en Texas, masacró a varios mexicanos. El saldo fue de 22 muertos y 25 heridos.

Entre las crisis de duelo, la pérdida de un familiar es de las más difíciles de resolver. Los padres, hijos, los familiares más cercanos no pierden la esperanza de que un día aparezca. ¡Qué diferencia cuando encuentran el cuerpo, llevan a cabo el funeral, viven intensamente el duelo y poco a poco se resignan! El problema se complica cuando no saben ni dónde desapareció, si fue torturado o lo mantienen retenido.

Los familiares que no aceptan la pérdida permanecen años en esa negación, tienen la esperanza de que un día su hijo vaya a tocar a su puerta y que lo puedan volver a abrazar. El duelo atraviesa por varios momentos: el impacto, la etapa de resistencia y el agotamiento. La búsqueda es una lucha interna y externa; las personas afectadas no duermen, comen mal, somatizan en enfermedades, La depresión se instala y muchas veces se agudizan los conflictos familiaresunas parejas se unen y otras terminan separadas. Urge ayuda profesional para las víctimas: Abogados honestos, Psicólogos expertos capaces de ayudarlos en los procesos de negación, coraje, culpa, miedo, resentimiento, ansiedad y depresión.

Nadie está blindado contra la violencia, debemos unirnos, organizarnos, aprender y enseñar a los jóvenes a manejar los conflictos sin violenciaatacar el consumismo y la permisividad en la que estamos inmersos. 

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