Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
roberto-cambronero-gomez

“La suma de los daños” de Andrés Moreira

El poemario La suma de los dos (2020, Casasola Editores) del nicaragüense Andrés Moreira está marcado por la circunstancia, por ese encuentro entre el individuo y el momento histórico que tiene que ser nombrado, la dictadura. El resultado de ese súmmum, como nos dice el título, es la tristeza matemática, el exilio y la impotencia.

Precisamente, la primera sección, titulada Bitácora de extranjería, es una fragmentación del dolor vital de un inmigrante. El epígrafe que lo rige, de Bashō, nos da la idea de la brevedad nostálgica con la que se va a desarrollar.

El verbo no es el centro, lo es la mirada que está en comunión con su soledad. “Ahora que el fuego/consumió mi casa/nada me distrae”: lo contundente está en su inercia, hay un fluir lento de diario que pasa de la tragedia a lo cotidiano. Vilas Matas menciona que Kafka anotó que Rusia le declaró la guerra a Alemania y en el mismo reglón recordó que fue a nadar en la tarde.

Esta brevedad da la idea de lo fugaz que puede ser la experiencia de peregrino, donde los conocidos (hay varios poemas dedicados) no son más que un gesto que se apaga, “sentada en el sofá/ladea el cuello/sonríe su mirada”. La marcha continúa y se repiten las despedidas y los paisajes que van consumiendo, antropófagos, al yo lírico, “comen carne humana sus edificios”.

La segunda parte se titula Palabra húmeda. Esta celebración a Eros, a diferencia de la desolación de los primeros versos, no es dada en esas cucharadas de convaleciente, sino que se explaya en torrentes con pocas comas: “palabras en su pecho/manía de mar en madrugada/petróleo que se flagela”. Consagra lo erógeno, dice “santos cálices”; lo deforma en nueva relaciones, “edípico,/ yo viviendo en tu marsupia/ alimentándome de tu sangre hasta crecer y verme morir”.

A su vez, la tercera sección le da un punto categórico, dedicado a las víctimas del régimen orteguista y que inicia con uno de los versos más memorables, que por su naturaleza de apóstrofe es de impotencia y reclamo: “Dios, te ruego que sus armas se atasquen/y que sus manos se cercenen,/que el francotirador pierda la vista y una pierna(…) encendé brasas entre las vísceras del tiranuelo que dejaste nacer…”. Hay una nota al pie de página sobre la Operación limpieza que le da una tonalidad documental. Es posible escribir poesía después de los crímenes de lesa humanidad, tal como el mundo instruyó a Adorno con la premisa de Auschwitz.

La última sección se titula Hombre roto. Son las últimas patadas de un ahogado, de un derrotado. Decide no “renacer y no vivir eternamente”, es un mal cristiano, dice, como es mal hijo, hermano y amante. Concluye el poemario: “un hombre roto que solo quiere descansar.”

Durante las setenta y seis páginas, es el detalle el que se inflama, es en el detalle donde está el coletazo de cinismo que le da rasgo propio al encuentro entre el yo lírico y la Historia, “seis países comieron en la mesa/no era Babilonia”, entre un vacío cotidiano y la sosobra colectiva, “desde el bus oigo las paredes susurrar genocidio”.

Hey you,
¿nos brindas un café?