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Cristabelle García

La soportable pesadez de ver

Interstellar no recibió las nominaciones más importantes en los premios de la Academia, pero es innegable que fue el tema estelar de toda reunión social a la que asistí a finales del 2014, robándose la atención de las personas durante horas. Creo que esa es una de las metas que se plantea Nolan como realizador. Para unos se trata de una historia netamente espiritual e incluso religiosa, para otros es una oda a la emigración, y algunos la ven como un acercamiento muy ambicioso a temas científicos que escapan de nuestro entendimiento verdadero. En efecto, es una obra que pretende abarcar mucho en el limitado tiempo que puede durar una película. Sin embargo, hay algo que permanece inmutable: las complejas cuestiones que afectan al ser humano y su existencia en el universo, repentinamente, se hacen evidentes e inevitables.

Este director, quien ha sido tan aclamado como criticado por sus complicadas piezas cinematográficas, termina de adentrarse en el territorio de la ciencia ficción con Interstellar, creando así la que hasta ahora ha sido su diégesis más abismal y trascendental. Varios universos son posibles, y en ellos el espacio y el tiempo se unen en uno solo. Se basa en teorías científicas ya existentes, pero las conforma con una peculiar visión del amor como fuerza insuperable. Su marca personal, en este caso la propuesta sentimental que es presentada en el segundo acto de la película, resulta inesperada y, a primera vista, contradictoria.

Nolan es un director innovador y, como tal, presenta sus temas desde una perspectiva imprevista. La aproximación que él y su hermano le dieron al amor es parte de una licencia autoral que, más allá de afirmar que este sentimiento en sí sea una fuerza extraordinaria, busca señalar la manera en que el mismo afecta y condiciona nuestras acciones hasta el punto en que logramos hacer cosas, propulsados por él, que de otra forma no haríamos, que nos llevan a ir más lejos. En Interstellar, es el amor por su familia lo que lleva al protagonista a emprender un viaje mediante el cual trasciende la barrera espacio-tiempo. Todos los conceptos manejados desde el punto de vista científico representan problemas y preocupaciones que afectan al hombre. En una entrevista para Fast Company, Jonathan Nolan afirmó que el tema del tiempo, por ejemplo, se traduce en el tema de la pérdida.

Este acercamiento a algo tan subjetivo en medio de una historia altamente científica, es la señal que los guionistas insertaron para que nos diéramos cuenta de que, en realidad, la ciencia no es la protagonista ni de esta historia ni de la historia de la humanidad (aun cuando se trate de una película de ciencia ficción), sino que lo es, sencillamente, el hombre, con todo lo que acarrea serlo. Se trata todo de un intento de responder inquietudes de naturaleza humana, de eso va la película y de eso van nuestras vidas. ¿Y qué más humano que el amor? Cuyas anomalías nos sacan de lugar y nos llevan a preguntarnos y a hacer cosas que no podemos terminar de explicarnos, al menos no todavía, al igual que sucede con la gravedad. El amor es a nuestras acciones lo que la gravedad es a nuestro peso: lo define.

Interstellar es, sin duda alguna, una verdadera obra de arte, pero tampoco es mentira que tal vez resulte demasiado pesada para el espectador. Sin embargo, me pregunto, ¿qué historia significativa no lo es? ¿Acaso ese no es el acuerdo tácito que hay entre el realizador y quien disfruta de su obra? Uno paga con moneda para entretenerse, pero la mente y las emociones pagan también, con trabajo activo, cuando reciben cierto nivel de nutrición de parte del cineasta. Nolan alimenta el juicio que nos hace cuestionarnos las cosas. Qué importante es cuestionarse las cosas, de vez en cuando.

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