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La poesía no se casa al azar: Poemas a la medida de Miguel Contreras

Octavio Paz, en El arco y la lira, escribe que «el ritmo no es exclusivamente una medida vacía de contenido sino una dirección, un sentido» y también se refiere a la máxima de Heidegger en que la medida es la forma de manifestar el tiempo. Acaba concluyendo que el ritmo era, ante todo, un rito.

Contreras, en Poemas a la medida (Ediciones Bas, 2019) le da una relevancia primordial al ritmo, a la métrica, a la sonoridad de los versos. El dominicano Miguel Contreras, nacido en 1994, imparte un taller de teoría poética llamado Introducción a la Métrica, beneficiado por la Cátedra Comunitaria La Cuna de América.

En este volumen, su primera publicación, muestra una defensa por la poesía ritualizante, el retorno a formas como los ovillejos, redondillas e inclusive propone el soneto contreriano, que se diferencia del shakesperiano o petrarquista por su esquema de rimas. Solo en la última sección se presentan cinco poemas versolibristas.

A través de las doscientas páginas hay un desaliento del yo lírico, «luché, Dios mío, contra/ los césares romanos, y luché/ contra napoleones y vencí,/ hoy me siento vencido por un niño». Es un poeta cuyo sufrimiento es alquimia que se convierte en imagen y en paisaje litúrgico. Lo aqueja una derrota existencial: «no significo nada para el viento (…) inmensa nada en la que me hundo».

Sin embargo, veamos los siguientes versos: «Pido que me sepulten, cuando muera/bajo la sombra de los limoneros». Sí, la muerte inevitable y quizás una vida sinsentido, pero el remate estético (lo umbrío, lo vegetal) parece darle un doble tránsito al texto. Por un lado, el hedonismo del espíritu romántico preocupado por su dolor; por el otro una contemplación que ilumina lo externo, porque está consciente de su siglo XXI, donde prima la indiferencia por el individuo. Se refleja en el poema Coloquio, y en el siguiente verso de El mundo: «piedra parecen los humanos… creo fugaces los dolores y eternos los placeres».

Habla en un lenguaje de lisonjeros y rosas, es decir, hay un eco del Siglo de Oro. Se dispensan arcaísmos y vocablos parnasianos como «hado», «bardos», «éter», «desta», «fenezco», «mies». La sintaxis está construida no solo en su mayoría por una métrica precisa, pero también por una serie de figuras retóricas como la epanadiplosis: «espina sin flor, ¡espina!».

Aún así, considero que la mayor intensidad parece encontrarse en los poemas más breves:

«Una palmera
voluptuosa me mira
y el alma tiembla»

«Hoy la vida me ha pintado
siete muertes en la cara,
siete heridas en el pecho,
siete mares en el llanto».

De cierta forma, los poemas de Contreras son un homenaje mitológico, una arqueología a rituales primigenios. Por eso se empapa de una geometría parnasiana mientras lo que va construyendo realmente es una autobiografía emocional. La palabra medida, que está programando desde el título, determina el uso respetuoso del lenguaje y la imagen; no hay Niágaras verbales ni listas enciclopédicas. Quizás esto lo sintetice uno de sus últimos versos: «la poesía no se casa al azar».

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