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La piel del alma

La tentación, el pecado, el infierno, el demonio mismo… son algunas de las cosas que han atemorizado al hombre occidental desde los albores de la civilización, pero pocas nociones encarnan tanto lo misterioso y rerlejan el miedo del hombre ante lo desconocido, como el cuerpo desnudo, pues ¿qué puede ser tan natural y a la vez tan tabú como la desnudez?

En nuestra cultura, se nos enseña a temer o rechazar la desnudez desde el momento en que nos cuentan la historia bíblica de Adán y Eva. Al crecer, la conciencia de nuestros cuerpos nos genera un montón de sensaciones: primero vergüenza por los cambios que experimenta el cuerpo, luego inseguridad al ver el cuerpo de otros y descubrirlo diferente al propio. Sin embargo vivimos en una era en la cual el tabú se ha convertido en morbo y lo prohibido cada vez es más accesible… desde el puritanismo hasta la pornografía, miles son los enfoques que se le han dado a la imagen desnuda del hombre y la mujer. Pero ¿qué hay del arte? ¿Por qué convertir la piel que cubre nuestras almas en objeto de vergüenza o por el contrario, de mero placer carnal? Es ahí donde se coloca el desnudo dentro del arte rompiendo esquemas.

En la época en la cual vivimos quizás la desnudez ya no sea escandalosa, vemos celebridades con trajes que no dejan nada a la imaginación, las transparencias dominan las pasarelas en todas las capitales de la moda, los ‘nudes’ han reemplazado al sexo para quienes aman las redes sociales y la industria del porno maneja casi tanto dinero como la iglesia. Irónicamente, en el siglo XXI nos desnudamos para escondernos detrás de nuestra piel. Ya no es una cuestión de mostrar quienes somos, es una competencia vuelta a mostrar quien tiene el mejor cuerpo, las curvas más pronunciadas o los abdominales más marcados, la playa se ha convertido en un mercado de carne y los concursos de belleza son la religión de las masas. No hay alma ahí, solo la piel que habitamos. Es como decir lo deliciosa que es la concha de una fruta sin siquiera prestarle atención a la pulpa, a la sustancia.

Otro factor importante a considerar con respecto a la desnudez es la doble moral. Vivimos rodeados de dobles estándares con respecto a mostrar nuestros cuerpos, y no me refiero únicamente a contextos básicos como la playa, en la que aún las mujeres que prefieren andar en topless son vistas como objetos sexuales o como seres perversos y de baja moral, mientras que los hombres nunca han tenido que cubrir sus pectorales en la playa, y mientras más inflados más dignos de ser vistos. Lo mismo pasa con el desnudo desde la perspectiva machista: si un fotógrafo retrata mujeres desnudas, ya sea desde lo delicado o un sugerente pin up, es un ‘artista’, pero si retrata a hombres desnudos es un pervertido, un ‘maricón’ y ya esos glúteos o esa espalda dejan de ser arte. Y ni hablar del desnudo frontal, hoy en día le tenemos más miedo a la figura del pene que a la que le tenían hace una o dos décadas a la de los senos o de la vagina.

El desnudo, como se muestra en incontables cuadros del Greco, del Renacentismo y del Romanticismo, es algo digno de ser divinizado, pues en un óleo (o más recientemente, en una fotografía) no se capturan simplemente las curvas de una mujer o la ancha espalda de un hombre, hay mucho más que cabello, piernas, busto y glúteos. Existe un rostro, hay una identidad, hay una historia del personaje que se está retratando. Es ahí donde yace el alma. Desnudarse no solo implica despojarse de la ropa, desnudarse para el arte significa desatar un conflicto entre la vulnerabilidad y la intimidad misma del ser humano yuxtapuesto al ojo que todo lo ve: el ojo del artista, ese que captura alma y desnudez con su pincel o con el lente de una cámara.

Personalmente parto de la máxima de que no puede haber arte sin conflicto, pues es parte de lo que nos hace humanos. De los sentimientos nace un choque de ideas y de ese choque pueden surgir la inspiración y la creatividad. El arte que no mueve emociones no es realmente arte. Debe existir también otro elemento que considero importante (en especial en lo que al desnudo se refiere): la transgresión. Pregunto ¿para que desnudarnos? ¿Para que mostrarle al mundo nuestro verdadero ser? ¿Por qué y para qué despojarnos de nuestras corazas de tela y de nuestros mecanismos de defensa y vernos como realmente somos, retratados por un pincel o una cámara?

Para responder a estas preguntas debemos dejar de objetivizar a la desnudez, tenemos que dejar de condenarla como algo impuro y dejar de generar vergüenza en aquellos cuerpos que no consideramos suficientemente atractivos para ser mostrados. En una foto o en un retrato vale más la mirada que los pechos o los muslos, transmiten más poesía la posición y el dinamismo del cuerpo que la piel desnuda. Cuando dejaremos de ver al cuerpo como a una parte aislada del alma, veremos el arte, veremos la emoción y veremos al artista tal y como es, sin vergüenza de si mismo y en completa armonía con el sentimiento que quiere transmitir. La piel habla por él, es cierto, pero es el alma la que dicta las palabras.

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