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nueva york covid
Photo by: Jörg Schubert ©

¿La nueva normalidad? Hacia una nueva toma de conciencia

¿Cómo describir estos últimos meses que al fin comenzamos a dejar atrás? Los días y las noches se confundían en la metódica rutina del confinamiento que ha consistido, de un lado, en interminables horas frente al ordenador procurando avanzar en el trabajo profesional, paradójicamente más absorbente y extenuante en la modalidad virtual; del otro, en el seguimiento sistemático de las noticias informativas a ambos lados del Atlántico. Me dolían los ojos y me dolía el corazón. Solía dar un paseo de 10 minutos por el vecindario para estirar las piernas, protegida con una máscara facial, y las manos cubiertas con guantes de plástico en tono azul eléctrico. Descubría una ciudad apocalíptica: las calles de Nueva York estaban desiertas y lúgubres, la actividad comercial prácticamente inexistente, las sirenas de las ambulancias se perdían en la distancia… Todavía recuerdo la mirada de angustia de los escasos transeúntes con los que me cruzaba. Desazón, inquietud: parecía que hubiéramos sido condenados a vivir en un permanente «estado de guerra» donde los días dorados pertenecían a recuerdos de un pasado irrecuperable. ¡Difícil coyuntura! La sociedad global se recluía en sus hogares mientras las autoridades políticas adoptaban medidas urgentes para frenar la propagación del coronavirus: cuarentenas obligatorias, cierre de escuelas y establecimientos, prohibiciones de eventos y reuniones… Sin embargo, yo tenía fe en que las cosas mejorarían, seguramente guiada por un instinto innato de supervivencia, por mi sentido de trascendencia.

Hoy los datos se tornan alentadores: la cifra de fallecidos disminuye al igual que la de las hospitalizaciones y de las intubaciones. Se respira una cierta sensación de alivio colectivo. Se alberga una tímida esperanza. ¿Cómo pretendemos vivir en lo sucesivo? ¿Qué lecciones hemos aprendido, si hubiera alguna?

La pandemia ha revelado escenarios bastante dispares, poniendo de manifiesto problemas arraigados y desigualdades intolerables de naturaleza económica, social, racial. En Estados Unidos, por ejemplo, las comunidades afroamericana y latina se han visto gravemente afectadas por la COVID19; los estudiantes sin hogar o estudiantes sin acceso a internet han experimentado serias dificultades para continuar la educación a distancia; la sanidad universal se ha reclamado una y otra vez.

Desde una perspectiva positiva, el planeta se ha “curado”, fruto de la reducción de los niveles de contaminación; se han organizado redes y fondos de solidaridad para paliar los efectos adversos de una crisis que ha dejado a millones de trabajadores sin empleo. Los ciudadanos, “digitalizados”, a través de herramientas como «zoom», han transmitido su apoyo y consuelo a familiares, amigos, vecinos, e incluso a personas desconocidas desde programas y plataformas de voluntariado. Este periodo de introspección ha culminado en la belleza de la reflexión, del profundizar, del valorar lo que realmente importa: nuestros seres queridos, el hogar, el sustento, la salud… ¡estar vivos!

A medida que regresamos a “la normalidad», se nos presenta la oportunidad insoslayable de definir la nueva realidad. La etapa de cuarentena que nos ha precedido puede producir un cambio de conciencia en el conjunto de la civilización y cristalizar en sistemas y soluciones capaces de integrarnos e incluirnos a todos sin excepciones. Se está gestando una nueva conciencia, una «revolución moral», en palabras de Krista Novogratz, quien insiste en que “hasta ahora ha prevalecido un sistema que ha puesto los beneficios en el centro. Y lo que tenemos que hacer es cambiar eso para poner a la humanidad y al planeta en el centro «.

¿Hemos aprendido las lecciones? ¿Advertimos este incipiente cambio de conciencia? Sin lugar a dudas, el regalo inesperado de las arduas circunstancias vividas radica en nuestra capacidad para construir y crear una sociedad renovada, un orden superior más justo, honesto y compasivo.


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