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La necesidad de contemplar

Cada vez más vamos cediendo a la gratificación inmediata, en muchos de los renglones que ocupan nuestras vidas. Nos encontramos, desprevenidos, en medio de muchas situaciones que parecen demandar mayor velocidad de nuestras vidas, y en nuestro lenguaje es común oírnos decir: rápido, que no tengo tiempo, un bocado al pasar, una conversación corta apenas, porque se me va el día! Preferimos una película, antes que leer el libro que la originó, o la noticia en un segmento breve y concentrado. También una obra de arte que nos de un impacto rotundo y certero, preferiblemente entretenido o ingenioso, ingenioso es bueno, simple o elaborado da igual, pero que no requiera mucho tiempo, por favor. Todo se mueve casi vertiginosamente; la impaciencia está a punto de ser un estado natural, y se nos ha olvidado contemplar; no me refiero sólo a  la naturaleza, sino el simple acto de contemplar. Pero sucede que la situación no es tan simple, requiere de ajustes en la emoción que asociamos al tiempo. Y si la muerte es la ausencia de movimiento, entre otras ausencias, entonces se explicaría la tendencia, en nuestra sociedad, a no escatimar el movimiento. Si el movimiento nos hace sentir vivos, entonces más movimiento debe significar más vida. Es un fenómeno que se hace visible no sólo en nuestros movimientos cotidianos, sino también en el pensamiento involucrado en la información, la comunicación, el volumen de material visual, musical, virtual que está a nuestro alcance de manera creciente. Es posible que ya nos sobrepase.

De pronto, una referencia desde el arte, cual memoria adormecida, se hace presente. En los años 70, en una fortuita convergencia de principios budistas y artísticos, surge de la mano de Frederick Franck, el libro ‘The Zen of Seeing: Seeing/Drawing as Meditation’ (El Zen de Ver: Ver/Dibujar como Meditación). Aún desconociendo el cambio dramático que se avecinaba en el campo de las comunicaciones virtuales, ya Franck nos hablaba de ir más lentamente,  de leer su libro (escrito a mano) como quien lee una carta de amor, porque lo que quería decir había tomado a su vez mucho tiempo en elaborarse. Nos asoma el dibujo como objeto para meditar, no para expresar o comunicar, sino para meditar y descubrir la inexistente separación entre el medio que nos rodea y nosotros mismos. Es una manera de “entrar en contacto íntimo con el mundo visible a nuestro alrededor.” Entre sus reflexiones encuentro ésta: “En este siglo XX, dejar de correr apurados de un lado a otro, sentarse calmadamente sobre la grama, apagar el interruptor del mundo y regresar a la tierra, permitirle a los ojos ver un sauce, un arbusto, una nube, una hoja, es ‘una experiencia inolvidable’…” (The Zen of Seeing: Seeing/Drawing as Meditation de F. Franck)

Es verdaderamente posible que el dedicar unos minutos del día a suspender el tiempo, ya sea dibujando/meditando, o simplemente contemplando, nos devuelva el equilibrio, y  sea en sí un acto bondadoso a nuestra salud. Pensemos con cuanta facilidad podemos contemplar el rostro de un ser amado mientras duerme, de un niño. También es probable que ese conocido temor existencial a la desaparición, escondido  detrás del avasallante movimiento en el que nos encontramos tantas veces (sobre todo aquellos que habitamos densas ciudades), podría encontrar en el espacio de una contemplación sana y placentera, la disolución de su propia existencia.

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