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Gustavo Gac-Artigas

La Navidad en que el idioma perdió el olor

Se acercan las navidades, quizás las más extrañas en nuestras vidas, si hasta los árboles de pascua se ven distintos, los adornos tienen un brillo diferente, los villancicos suenan desafinados mientras vanamente intentamos reproducir un coro de recuerdos.

Las puertas permanecerán cerradas, los hijos, hijas, nietas, nietos, primos, primas, hermanos, hermanas, no vendrán a visitarnos, esa ruidosa caterva donde siempre sobresalían las voces cantarinas de les peques.

Por el bien de todos, y sobre todo el de los abuelos, los saludos y abrazos se perderán en los confines del infinito llevados por un clic que cierra el diálogo, mientras cada uno intenta adivinar lo que el otro, la otra estaba pensando.

Solo el amor ardiente romperá las barreras, los interdictos, las reglas del sentido común y caerá de las nubes para retozar en terreno fértil.

Carmen, la abuela, cocinará los platos preferidos de sus nietos, Pedro se sentará junto a los juguetes de su infancia, viejos juguetes de madera esperando una mano que los acaricie y les vuelva a dar vida.

Serán unas navidades extrañas, sin los seres queridos revoloteando alrededor de la cocina; de la pequeña olla saldrá un aroma desconocido. El manjar tendrá los mismos ingredientes, los mismos aliños, pero el punto de cocción no será el mismo, un viento helado de ausencia invadirá la cocina.

A diferencia de otras navidades, Carmen no responderá orgullosamente a la eterna pregunta con un: es una receta familiar, la aprendí allá, en el pueblo, mientras los hijos y los hijes de los hijos se alejaban riendo, diciéndose, “en la próxima Navidad la abuela nos suelta el secreto”.

Esta Navidad, los dos abuelos, solos, se sentaron a la mesa, se tomaron de la mano mientras los platos se enfriaban. De la cocina no salía el mismo olor, de los platos no salía el mismo olor, solamente de los recuerdos salía olor, pero un olor opacado por el olor de la lejanía.

Lejos, en sus casas, las nietas, los nietos se sentaron a la mesa, frente a ellos los platos los miraban sin despertar el mismo deseo; es que la receta se la enseñaron allá, en el pueblo, y Carmen nunca se la dio, pensaron.

En la nueva mesa, en esta extraña Navidad lejos de todos por el bien de todos, de los platos ascendía un nuevo olor. Los nietes empuñaron el cuchillo, el tenedor y comenzaron a comer en inglés mientras los olores de lejanas tierras se desvanecían en los recuerdos.

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