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La naturaleza del régimen

En la mañana del lunes e incluso, unos días después, pensé que en la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) había intereses oscuros que por alguna razón no buscan la transición en Venezuela. Una muy querida amiga – Cherry Núñez – me recuerda que no lo dude, que sí la pretenden. Debo confesar, me tuvo todo el día pensativo. Y luego de meditarlo, coincido con ella. Sin embargo, caí en cuenta de lo que me incomoda de parte del liderazgo opositor. Así como María Corina Machado yerra las estrategias, algunos líderes opositores no asumen la urgencia de la transición.

Como los pródigos y los avaros, en el seno de la oposición se culpan unos a otros. Los abstencionistas acusan lo que ellos ya anunciaban de antemano, el fraude. Los que auparon el voto, imputan a aquellos por no haber votado. Y la verdad es que hubo trampas, porque la migración de centros electorales a otras sedes físicas y la omisión de las sustituciones ya eran tramposas. Pudo haber, además, fraude. Al parecer, Andrés Velázquez tiene pruebas. Julio Borges mostró otras.

Tratando de no caer en el confirmation bias, resalto dos cosas: si nos atenemos a los números ofrecidos por el propio CNE, votó el 61 % del padrón electoral. Eso supera el histórico, que, de acuerdo a las encuestas, favorecía ampliamente a la oposición. Entonces, o bien el CNE miente y no votó ese porcentaje, con lo cual cabe sospechar de votantes fantasmas y por lo tanto, la existencia de fraude; o sí votó, con lo cual queda pendiente una explicación razonable de por qué erraron por tanto todas las encuestas (incluidos los exit polls, cayendo de nuevo en la sospecha del fraude (manipulación de la data electoral). En ambos casos, culpar a los abstencionistas es cuando menos, inoficioso (por si acaso, yo voté y llevé personas a hacerlo).

Cabe preguntarse, ¿por qué culparnos a nosotros mismos y eximir de responsabilidad a un ente cuyo comportamiento es dudoso y cuestionable para la comunidad internacional? ¿Por qué algunos voceros llegaron a esputarle regaños a Almagro por decir lo que todos damos por cierto? ¿Cuál es el afán por defender un sistema electoral que en efecto, sabemos que está amañado?

Entre las muchas razones que podrían ocurrírseme, una salta ruidosamente: la tozudez de unos de aferrarse a una salida electoral que hoy por hoy, luce inviable.

No puedo dejar de lado entonces, la incongruencia en el discurso. Hasta recién – y fue una de las razones que animó el plebiscito del 16 de julio – era justamente la naturaleza del régimen. Veamos esto con detenimiento:

La derrota del 6 de diciembre del 2015, con la cual perdían el parlamento, se vieron forzados a violar la ley, primero con la designación ilegal de varios magistrados del TSJ, y luego con las sentencias que ellos dictaron en contravención a la ley para anular a la Asamblea Nacional con la intragable tesis del desacato legislativo, figura inexistente en la legislación venezolana. Las sentencias 155 y 156, despojando al Poder Legislativo de sus facultades, fueron de tal gravedad que encendieron las alarmas en los foros internacionales.

La convocatoria inconstitucional de una constituyente y su elección en un corro privado del Psuv buscaban – y buscan – crear un poder por encima del poder, tratando de anular al Poder Legislativo, que hasta el 2020 está en manos opositoras. Atribuirle facultades de las cuales carece, aun siendo legítima – y no lo es –, constituye un golpe de Estado, y por lo tanto, deslegitima al gobierno.

Por último, no son escasas las acusaciones contra funcionarios del alto gobierno por estar involucrados en investigaciones sobre delitos internacionales. De hecho, un reportaje de la Deutsche Welle destaca el riesgo de imponerse en Venezuela una dictadura de nuevo cuño, liderada por carteles delincuenciales.

Así las cosas, hay, además de unas elecciones generales anticipadas, otras formas de lograr la transición sin violar la constitución y los principios democráticos. De hecho, para justificar el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, el constituyente de 1999 incorporó a la normativa constitucional el derecho natural a desconocer autoridades que han perdido su legitimidad. Hoy por hoy, hay elementos de hecho para invocarlo.

Esto nos conduce a otro mito: la negociación es una forma de capitulación. Nada más falso. La negociación no solo es urgente, sino además, inevitable. En algún momento, las partes tendrán que sentarse a negociar, salvo que, Dios nos libre, otro grupo se alce en armas y logre su cometido, lo cual dista de ser improbable, dicho sea de paso. Otra cosa es sobre qué van a negociar las partes. Es obvio, el único tema posible en ese diálogo es inaceptable para la élite, lo cual nos impone la necesidad de impulsar un diálogo nacional que imponga a esa élite la anhelada transición. En ese diálogo, deben participar los factores de poder que hasta ahora ayudan a sostener al régimen: el poder económico y los militares.

Concluyo pues, reconociendo que en efecto, el norte de la oposición es la transición de esta dictadura a un modelo democrático, como lo asegura mi amiga. Sin embargo, no puedo dejar de señalar que si bien María Corina Machado ha errado estrategias, ofreciendo salidas que no son viables sin llegar a acuerdos políticos previos; otro sector opositor no asume la urgencia que demanda la ciudadanía y se aferra a una salida que hoy por hoy, tampoco luce viable. Creo que Freddy Guevara dio un importantísimo paso en este sentido al declarar que la ingeniera Machado sería de mucha utilidad para MUD, y debe ella reconocer, agrego yo, que dentro de la alianza opositora su voz sería más fuerte y su aporte más eficiente, si acepta que su oferta no es viable en los términos planteados.

Creo pues, que con este último párrafo resumo lo que a mi juicio, debe ser el próximo paso: unificar a los sectores de poder alrededor de una meta – la transición – y plantearse un abanico de posibilidades para materializarla lo antes posible.

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