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Francisco Martínez Pocaterra

La memoria de los más viejos

No lo digo yo, lo dijo Herbert García Plaza: el ejército está de malas con Maduro por lo ocurrido en Apure. Dice este militar, exministro de Chávez, que existe un movimiento en las Fuerzas Armadas en contra del mandamás venezolano. Pierde pues, según este oficial retirado y antiguo compañero de partido, el apoyo de sus legiones. Bien sabemos, sin ellas, el régimen cojea. Tanto que podría perder el equilibrio y caer.

No lo dudo. Imagino yo que aún en las filas chavistas hay consenso: Maduro debe irse cuanto antes. Otra cosa es, desgraciadamente, que las apetencias cieguen. Que, en medio de las desgracias, algunos, seguramente muchos, primen sus aspiraciones sobre la tragedia venezolana.

Jamás en la historia venezolana hubo tal estado de ruindad. Ni en los días de la federación con sus filibusteros y trúhanes. Todo, y no es un eufemismo, anda mal. Pdvsa quebró, y las empresas de Guayana son cajones viejos y vacíos, abandonados a la intemperie. El sistema de salud no existe, y, de nuevo, no recurro a un rodeo lingüístico, sino a la desnudez de un hecho. Los muchachos aprueban cursos no porque sean aplicados, sino para abultar informes que luego irán a la UNESCO o a quién sabe qué agencia multinacional que se trague – porque quiere hacerlo – esas sandeces. Las instituciones no funcionan y en todas las instancias imaginables, cobran coimas y peajes, aun para los trámites más nimios. Venezuela dejó de ser…

La pastoral de monseñor Arias Blanco, en mayo de 1957, denunciaba las atrocidades del régimen de Pérez Jiménez. Y aunque no podemos comparar Guasina y Sacupana con La Tumba y El Helicoide (por ahora), el latrocinio es hoy inmensamente mayor. Al menos, el dictador tachirense nos dejó obras, grandilocuentes y en algunos casos, innecesarias y alocadas (el hotel Humboldt o esos hospitales tan grandes que su mantenimiento es una tarea titánica), pero este despropósito revolucionario ni siquiera las ha construido. No hay obras, solo montarrales plagados de ratas.

Venezuela padece las penurias de Siria y Libia sin haber sufrido una guerra. Como las alimañas extraterrestres de las películas mediocres hollywoodenses, la élite devora cuanto halla a su paso. Cual virus, que lo consume todo, insensatamente, hasta matar al huésped… Y uno, que algo de sesos tiene, se pregunta cuánto falta para eso… ¿Cuánto falta para que de este país no queden sino restos en la memoria de los más viejos?

Entre tanto, como ya lo dije, el único impedimento para que, cual borracho, el gobierno de Maduro se desplome es, y sé que para muchos será ofensivo, la oposición. Aferrada a viejas prácticas, o, como debería decirlo, a sus mañas; destruye la necesaria unidad para enfrentarse a un monstruo que, tanto como el escorpión de la fábula y las brujas de los cuentos medioevales, carece de bondad y aun de raciocinio. Ávidos de cargos y las prebendas que estos conceden, los líderes opositores, en su mayoría, pugnan por una torta que siquiera han horneado. O peor, pugnan por las migajas que, de la mesa opulenta, caen al suelo.

Olvidan todos, en este y aquel bando, que siempre hay chacales, agazapados en las sombras, aguardando pacientemente para dar el zarpazo oportuno. Y que cuando lo hagan, no dejarán títere con cabeza.

No lo dudo… no lo duden. En las sombras, los espantajos deambulan y hacen de las suyas, y, en su momento, atacan…

¿Será que ese momento llegó?

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