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Leopoldo Gonzalez Quintana

La mafia nicaragüense

De cara al inminente proceso electoral que tendrá lugar en Nicaragüa, el próximo 7 de noviembre, Daniel Ortega, presidente en funciones de dictador en aquel país, soltó a la policía, los grupos de choque y las células fascistas al servicio de la burocracia, a que hicieran el trabajo sucio de un régimen sucio para quedarse en el poder más años.

Con sondeos que no favorecen a la burocracia orteguista y una opinión pública que quiere a Rosario Murillo y a Daniel Ortega fuera del poder ¡ya!, este último sabe que tiene los días contados para una tercera reelección y un cuarto mandato, luego de su retorno al poder en 2007.

Así como en Cuba se ha usado a Martí, falseando y prostituyendo su pensamiento, y en Venezuela se ha distorsionado a Bolívar para usar su prestigio histórico en beneficio de unos ´loquitos´ tardíos que hacen negocio con el postmarxismo, también en Nicaragüa se falsea y prostituye la imagen de Sandino para hacer de él un aliado de la mafia del poder.

Martí, Bolívar y Sandino fueron pioneros y buscadores de una democracia de iguales, de un régimen de libertades y derechos en clave latinoamericana, y no querían un poder que sirviera a una casta mafiosa, sino un poder horizontal para todos. Lo que hoy viven sus pueblos son dictaduras con vividores y adjetivos, pero sin sustantivos.

Con independencia de que un día revisemos la manipulación y simplificación de la historia que hacen los populismos latinoamericanos, centrémonos, por ahora, en la dictadura populista de Daniel Ortega.

Lejos quedó el primer gobierno sandinista (1979-1990), cuando Ortega, de 1985 a 1990, fue presidente por primera vez. Pese a que hubo quienes le advirtieron los riesgos de ir a un proceso democrático, él no hizo caso y en lugar de la ´solución represiva´ optó por el cotejo de las urnas, que finalmente perdió y lo echó del poder. La democracia siempre es razonable: los no razonables son los tipos que no la entienden, ni la quieren entender.

Anduvo años, según Gioconda Belli y otros, arrastrando la tristeza de su mea culpa y la borrachera de su arrepentimiento por varios países latinoamericanos, sobre todo los más cercanos a la ideología fósil de izquierda, hasta que una nueva coyuntura electoral le permite regresar al poder en 2007.

Los años sin poder y sin enchufe a la caja financiera de la burocracia le enseñaron mucho a Daniel Ortega, pero le enseñaron muchísimo más a Rosario Murillo, su mujer.

Ya en el poder de nuevo, ni Dios ni el “pueblo sabio” y sufrido de Nicaragüa sabían la clase de crótalos que se habían echado encima. Años de pobreza, de inseguridad y dolor social rubrican la docena trágica nicaragüense. Pero, hay que recordarlo, por el orteguismo votaron en 2007 los ilusos creyentes del sandinismo original.

Aunque la crisis actual comenzó en 2018, cuando fueron detenidos y encarcelados 700 opositores al régimen, hoy Ortega está hecho un energúmeno, ante la posibilidad de perder en noviembre su tercera reelección y su cuarto mandato.

En los últimos 13 días, del 2 al 15 de junio, el régimen dictatorial de Ortega ha encarcelado en Managüa, la capital, a 13 líderes opositores del Movimiento Renovador Sandinista, cuatro de ellos aspirantes presidenciales para los comicios del 7 de noviembre.

En los años previos, Daniel Ortega y sus testaferros han diseñado leyes para criminalizar, endurecer e inhibir la participación política plural, con lo que sólo son válidas las manifestaciones corporativas y clientelares a favor de la dictadura.

El orteguismo tiene una implantación territorial, porque le puso precio a la pobreza, a la dignidad y el hambre de los nicaragüenses. Pero también, por esa relación de negocios mafia-poder, tiene una implantación delincuencial.

Expulsó del Frente Sandinista a quienes no pensaban como él o su esposa, y a los que en su gobierno tomaron distancia de la típica consideración que ve a la política como una rama privilegiada de la porcicultura, entre ellos la exguerrillera y escritora Mónica Baltodano.

En las últimas semanas, cien activistas han sido capturados por la policía de Ortega por el sólo hecho de participar en manifestaciones contra la dictadura.

Y me temo que, de aquí a noviembre, la “solución represiva” va a continuar, porque los populistas, parafraseando a George Orwell, son todos iguales, aunque siempre hay unos más iguales que otros.

Cuando un pueblo tiene la bota de una tiranía o de una dictadura en el cuello, sólo hay algo peor que tenerla: tolerarla y acostumbrarse a ella.

De conformidad con las lecciones de la historia, sólo hay dos tiempos frente a los sistemas dictatoriales, o que están a punto de serlo: el sometérseles o el sacudírselos. Y en este caso, cada quien sabe la medida y el peso exacto de su dignidad. Digo, cuando hay dignidad.


Pisapapeles

Detrás de la luz de cada hombre en apariencia democrático asoma la sombra de un dictador. Hay que aprender a desconfiar de la propia sombra: es el principio de la sabiduría.

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