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La locura y el poder (Parte II)

 

Enunciación y carisma

El “carisma” no es un rasgo de personalidad, sino un vínculo, un discurso en sentido amplio. Se sostiene no solo en el enunciado, también en la enunciación. En Venezuela desde el puro enunciado, “¿Chávez es un soldado entregado al pueblo?” dice lo mismo que “Chávez es un soldado entregado al pueblo”, pero la enunciación es distinta: la primera interroga y la segunda afirma. Y si esa afirmación a su vez fuese dicha por el mismo Chávez, el sentido también cambia, se convierte en voto y promesa, y si Chávez se la dice a un colega, y frente a la cámara, aparecen otros destinatarios y cambia nuevamente la enunciación: el mismo enunciado se torna un testimonio para el pueblo que ve, se configura en la frase, y frente al cual se brinda la declaración y le da su estatuto de sentido. Una ideología no es solo enunciada, una parte del iceberg es siempre la enunciación. Los giros constantes, interrupciones, desvíos, accesos emotivos, recuerdo súbito, rapto justiciero, son inseparables del enunciado. El contenido ideológico a veces es irrelevante frente a esa enunciación que lo construye en otro nivel (y que nadie podría imitar cabalmente, porque la subjetividad del vocero no se traslada, por eso las imitaciones de Nicolas Maduro no pueden sustituir a Chavez; aparte de contar menos presupuesto para la dadiva y el clientelismo político ).

En ese otro nivel de la construcción ideológica podemos encontrar, desde muchas perspectivas, reiterados rasgos que nos permiten entrever la propuesta chavista en su discurso, un significado más allá de cualquier referencia escolástica:

– El cruce constante de lo coloquial con lo libresco que indica al pueblo un “saber”, una cultura letrada que condesciende a conversar mediante un emisario (en el mismo discurso que cita a “La Sayona”, cita a Walt Whitman, José Martí, Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias, Clausewitz, Pedro Mires, Rousseau, Miranda).

– La referencia constante a “señores del mundo, señores del continente”, que garantizan ese orbe particular, tribuna histórica, estrato que el pueblo no puede tocar, pero que el emisario cuenta después de sus excursiones y el pueblo alcanza a divisar, salpicado con “charlas” con los poderosos que organizan el universo del bien “y le dije, mira Lula, tú, y él me dijo, y entonces Cristina…”

– La fusión de su biografía como parte de la historia general, porque logró descifrar en su vida el destino de los pueblos, que le hablaba sin que lo advirtiese, y que entonces acata y trasmite como un mensaje: “Entonces advertí que yo estaba ahí entre campesinos que hacían de guerrilleros y campesinos que hacían de soldados, y comprendí…”. “Me consumo y me consumiré de por vida al servicio pleno del pueblo venezolano” (parafraseando a San Pablo en carta a los romanos).

– La emergencia de un mandato ético trascendente, un más allá que junta la historia con la mística y cuyos referentes constantes son Jesús y Bolívar, legado que él debe retomar. “Por la verdad murió Cristo, y si por la verdad tiene que morir uno más, pues aquí estoy a la orden”. “En Venezuela se respiran tiempos de resurrección, estamos saliendo de la tumba”. “Gracias, Dios mío, Cristo de la montaña, Cristo del 4 de febrero, Cristo del 11 de abril, Cristo de siempre, Cristo de los pueblos”. “Bolívar ha vivido hoy, como seguirá viviendo en el corazón del pueblo bolivariano que ha despertado. Ustedes saben que nuestro padre Bolívar, poco antes de morir, dijo…”.

– La fusión de la política con la estrategia militar, de manera que aunque está al servicio del pueblo, ese saber estratégico otorga un papel especial al estamento armado: “Una victoria del pueblo en todas las líneas de batalla, la batalla perfecta y la victoria perfecta”. “Ciencia política y ciencia militar, que en el fondo es lo mismo, decía Clausewitz”.

– Su ubicación en esa corriente histórica como alguien que encarna, y al que se somete alienándose, de manera que su intimidad es siempre pública, pertenece a la historia, de la que es un personaje y puede tratarlo y tratarse en tercera persona: “Fui al cementerio a ponerle una corona a mi abuela Rosa Inés y salieron unos niños a decirle a Chávez: ‘Chávez, no hay tumbas para limpiar, tenemos hambre’”.

– Metáforas sobre ríos y volcanes, la naturaleza americana como cuerpo herido (al estilo Neruda), que ilustran el poder original de estas pulsiones históricas que lo arrastran políticamente; un poder de la historia que nada puede detener. “La rebelión militar de Venezuela de 1992 era inevitable, como es la erupción de los volcanes; no se decreta una rebelión de ese tipo”.

– El pueblo debe escuchar y aceptar pasivamente porque ese destino de gloria es para un pueblo abstracto, entidad que excede su realidad viviente, y que puede estar en el siglo XVIII, XIX o en el XXI o XXII. “Cuando los nietos de nuestros hijos estudien la historia tendrán que detenerse en estos años finales del siglo XX, en estas sesiones…”.

– Relación con un poder absoluto mediante otro absoluto sacralizado: “Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando convoca la soberanía nacional para que ejerza la soberanía absoluta”. Esta frase es de Bolívar, y la repitió dos veces en su mismo discurso, la primera vez como rememoración histórica, la segunda la hizo suya en la enunciación. Cabe la pregunta: ¿la soberanía absoluta es para la soberanía nacional convocada o para el dichoso ciudadano? Nunca se aclara, pero lo esencial es que en la repetición de la misma frase hizo el traslado de Bolívar hacia sí mismo.

Ese proyecto mayor no precisa detalles, está guardado en la Historia y avanza con gestos de inspiración. El mandato viene de muy atrás y el presente debe hacer silencio frente a la presencia avasallante de volcanes sociales, ríos históricos, mares del futuro. Se requiere la fe, la espera, porque este destino de la historia los atraviesa a todos con un flechazo especial: “Es un momento estelar el que estamos viviendo, (…) para que hagamos honor a nuestro barro, nuestro espíritu, a nuestra herencia”. Otro aspecto de la enunciación que concurría a la misma finalidad era su dramatización revolucionaria, la transmisión en “vivo” del proceso, como cuando interrumpía el discurso en una estadística y avisaba a algún colaborador “que tenga en cuenta eso”, o pedía un dato, calculaba el costo mentalmente en ese momento. De esa manera mostraba que estaba entregado a la gesta, trabajando sin cesar, y no podía distraerse en explicar detalles de un proyecto histórico insondable que excedía a todos, y que él portaba por designio, y su esencia inefable solo podía representarse por metáforas mayores.

La polarización era constante, a veces mediante la inversión en espejo de los propios atributos del poder, de manera que quedase claro con quién se resteaba: “Hoy tratan de enmascararse y hablar del pueblo, y de que todos somos iguales ¡Mentira! No todos somos iguales. Nosotros somos patriotas, ellos son los enemigos de la patria. (…) Nosotros amamos a la patria y lo damos todo por la patria, ellos no, ellos aman el billete, la plata, el dinero, los privilegios, nosotros no (…) Bienaventurados los pobres porque de ellos será la vida, bienaventurados los que sufren porque de ellos será el reino de la justicia, el reino de la paz, del amor, que es el reino del socialismo”.

Aunque los contenidos de la comunicación tenían una pretensión dialógica y digital, la enunciación indica una comunicación básicamente analógica. Su tono imita la tertulia de patio, el padre de familia que da órdenes al país como a una aldea, y el país mismo también adquiere una semblanza rural, grupo humano y paisaje, evitando la complejidad de su estructura excepto para fortalecer el mito. La dimensión del discurso era básicamente mitopoética y recreaba constantemente la “fiesta”, el “desfile”, la “epifanía”. Todo acontecimiento sostenía esa dimensión nacional, como un cosmos de sentido que gira sobre el microcosmos de la personalidad paternal mesiánica.

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