Entre mayo y junio de este 2022, los autores Antonio Díaz Oliva (ADO) y Hernán Vera Álvarez se reunieron (virtualmente) para conversar. Hablaron, entre otras cosas, de los departamentos de español en Estados Unidos, sus novelas “Campus” y “Los Hermosos”, así como de la sombra de otros escritores inmigrantes, entre esos Vladimir Nabokov, Néstor Sánchez y Reinaldo Arenas. Lo que sigue es parte de una conversación entre Chicago y Miami, con paradas literarias en Nueva York, Argentina y Chile.
ADO. Querido Vera, ¿te parece bien si empezamos hablando, ya que la excusa de esto es mi novela Campus, la cual satiriza a la academia hispana/latina en USA, con una pregunta sobre tu biografía? Tú, a diferencia de algunos que escribimos en español en USA, no llegaste para instalarte en la academia gringa (ya fuera para estudiar o enseñar), sino que recién ahora estás metido en un programa de doctorado. ¿Por qué? En otras palabras, cuéntame un poco de tu camino literario y académico desde que llegaste a este país que, parafraseando a uno de los personajes de tu novela Los Hermosos, es tan grande que “por ahí terminás de perderte”.
VERA. Entré a la academia por error, estimado ADO. Luego de siete años como indocumentado, finalmente tuve mis papeles. Entonces dije: “¿y ahora?” Me enteré de que daban en la universidad cursos de inglés gratis. Durante esos años había perfeccionado el idioma por mi cuenta, pero me parecía buena idea un acercamiento universitario. Para hacerla corta: me confundí de aula y di el examen que hacen los norteamericanos para entrar a la universidad. Por ese error descubrí una palabrita mágica: financial aid. Como era pobre, me pagarían los estudios siempre y cuando tuviera cada año un buen rendimiento académico. Además, sobraría algo de dinero. Hice cuentas: con lo que sobraba y uno que otro trabajito no necesitaría mucho más, es decir, tendría tiempo para escribir y leer. A diferencia de otros escritores iberoamericanos, acá hice el bachelor: así que lidié escribiendo ensayos sobre sociología, teatro griego o historia norteamericana. Sin contar las matemáticas. Después seguí con el master y el doctorado, que en verdad fue una cuestión de releer y escribir ensayos aburridos.
ADO. Básicamente, entonces, como una historia de campus media picaresca. ¿Conociste escritores en esos años académicos que, tengo entendido, hiciste en Miami?
VERA. Nada. En mis años académicos jamás conocí a un escritor. A un escritor de verdad, solo a individuos que se regodeaban con teorías vacías. Dando clases, también, te das cuenta que aquí los alumnos son customers, y el cliente siempre tiene la razón. Cuando hay un problema, hacen lo que sucede cuando van a un local de ropa: pedir por el mánager. Estoy en la academia porque para mí eso no es trabajo. Trabajar era cuando lo hacía en un astillero o en la construcción. Luego de estar diez horas bajo el sol, lo único que querés hacer cuando estés en tu casa es fumarte un porro de tres metros, tomar cerveza y mirar los Simpsons. Con el tiempo, lamentablemente, te das cuenta de que la academia no escapa a las reglas de EEUU: es muy policía y rígida. En este país todo es un negocio, y lamentablemente la salud y la educación no son la excepción. El otro día recibí un correo electrónico de la universidad que ofrecía el curso “how to survive a shooting”. Man, no trabajo en un banco. Doy clases. En Campus hay una honestidad a cal viva que se agradece: en este caso, vos sos el tirador. Me parece buenísimo: en literatura tenemos que hacer el trabajo sucio. Hay pocas novelas escritas en español sobre ese género, ¿no?
ADO. Muy pocas. Y era mi idea a la hora de primero pensar y luego escribir Campus, esa fue mi principal idea. Me dije: Esta será la primera novela de campus escrita y publicada en Estados Unidos sobre los departamentos de español en Estados Unidos, un tratado de guerra sobre la seducción y el poder en una universidad ficticia que se parece a cualquier universidad real… Bueno, creo que estoy mintiendo: mi primera idea siempre fue satirizar a gente muy seria que conocí en mis años pseudo-académicos. LOL. Digo “pseudo” porque nunca he sido, pese a que ahora enseño, un académico-académico; de todos los géneros narrativos, el paper me parece el más reaccionario y neoliberal y deshumanizado. En fin. Yo sí llegué a este país, ya casi doce años atrás, para estudiar; primero un MFA en escritura creativa y luego, solamente para no perder la visa, una maestría que casi se alarga en un PhD. Pero rápidamente me di cuenta de que jamás tendría libertad creativa y de que a los departamentos de español y estudios culturales tampoco les interesa ayudar a la escritura en español en Estados Unidos…
VERA. Con contadas excepciones…
ADO. Muy pocas, es verdad. Bueno, fue ahí, en medio de esa crisis vocacional, hasta el cogote con el neoliberalismo académico, cuando comencé a buscar novelas de campus sobre lo que yo estaba viviendo. Sobre los departamentos de español y estudios culturales en Estados Unidos. Sobre ese absurdo lema de muchos “humanistas”: publish or perish, algo totalmente macabro, digno del Señor Burns de Los Simpsons. ¿Cómo nadie había escrito sobre este mundillo en español?, ¿solo los gringos tienen derecho a escribir novelas de campus? Así me di cuenta de que casi no había novelas de campus en español. O bueno, solo en España se habían escrito algunas, y luego Piglia publicó El Camino de Ida, que re-leí cuando estaba terminando de escribir Campus, y creo que me convenció más la segunda pasada. Me gusta que Piglia ajuste cuentas con Princeton. ¿Qué te pareció? Y aprovecho de preguntarte lo mismo: ¿por qué hay tan pocas novelas sobre los departamentos de español? Hay muchos escritores/académicos en USA… ¿tienen miedo de perder el tenure si escriben sobre esta absurda realidad en que, como dices, los alumnos son customers?
VERA. Hay una frase que, tal vez, sea demasiado argentina: “no hay que escupir el asado”. En otras palabras, no hay que morder la mano que te da de comer. Creo que hay mucho de eso. Como otras cuestiones. Una vez, el artista Daniel Molina quería hacer un postgrado en Estados Unidos y le preguntó a Josefina Ludmer, que enseñaba en una ivy league, qué le parecía la idea. Ella fue muy franca y le advirtió que se iba a endeudar con miles de dólares y que el nivel académico no necesariamente sería mejor que el de la UBA. Las universidades latinoamericanas no tienen nada que envidiarle a las de aquí. Claro, en Estados Unidos hay más dinero para investigaciones. Pero en las otras cosas, no hay desnivel. O tal vez sí. ¿Te imaginas que en alguna universidad latinoamericana los estudiantes pidieran “extra credit” para levantar la nota? Eso sólo sucede en el secundario…
ADO. Cada vez que mis alumnos me piden “extra credit” me imagino a mí mismo como un banco; el profesor de español como un ATM.
VERA. Eso. Y sí, leí El Camino de Ida. Me gusta ese Piglia americano que hace hablar a los gringos en español, aunque en verdad lo hagan en inglés: es una buena convención, como justificaba Coleridge: “suspension of disbelief”. Aunque de todos los Piglia, me gusta el argentino de sus primeras novelas y, desde ya, sus cuentos, que han sido una grata sorpresa. Los personajes de tu novela como los de Los Hermosos se parecen en algo: son pillos. Unos más ilustrados que otros, pero pillos al fin que tratan de sobrevivir en tierra extranjera. Recuerdo que en el college tuve un profesor de la ex Unión Soviética que enseñaba astronomía. Me confesó que a la mayoría de los estudiantes no les importaba en lo más mínimo su materia, pero él no sabía hacer otra cosa en la vida. Los escritores solemos también ser tipos inútiles, por eso hay algo que me gusta de la academia: son como monasterios, alejados de casi todo, con sus tiempos y hasta con sus intrigas palaciegas. Salvo esto último, tener tiempo para estar solo me agrada mucho. Es una soledad elegida, la que no lastima. Me gustaría volver a algo que dijiste hace un rato: estuviste en esos super caros MFA. Vos sos tan pobre como yo (además, si tuviéramos ese dinero, lo gastaríamos en otras cosas), así que me imagino que a alguna institución le sacaste los dólares, ADO, algo que enaltece tu figura. Me gustaría saber ¿qué aprendiste en esos dos años? Muchos que van lo hacen para tomar vacaciones en el extranjero y, por supuesto, meter como una medalla en su biografía que estuvieron en tal universidad. Me interesa el tema porque yo doy talleres y lo primero que subrayo a los que desean venir, es que un profesor nunca da talento. Eso lo tiene el alumno, o no.
ADO. Yo estudié gracias a mi escritura. Es decir, esos dos años que Fulbright y la Universidad de Nueva York me pagaron se los debo a que, en un momento, entendí que escribir “bien” te puede conseguir cosas. Mi ensayo para ganar la beca Fulbright debe ser, sin duda, lo mejor que he escrito en mi vida. De otra manera, si no hubiera ganado esas becas, jamás estaría acá. Creo que estaría en México. En La Condesa o la Roma tomándome un ristretto con Daniel Saldaña París, o Emiliano Monge, y leyendo el Goodreads de Julieta Venegas. Bueno. Quiero volver a una palabra que usaste: el pillo. Campus es una novela donde todos son pillos. Me gusta mucho esa palabra. En Chile la usamos mucho. Pillerías, se dice. “Ya estai con tus pillerías”, me decía mi abuela. Todos los inmigrantes somos pillos. No nos queda otra. De hecho, la idea de escribir Campus viene de ahí; en un momento se me ocurrió la idea de un profesor chileno que miente: dice que su padre desapareció en la dictadura de Pinochet, esto con la idea de conseguir el tenure. Eso fue el comienzo de un largo camino que me llevó hasta lo que hoy es Campus.
VERA. ¿Hace cuánto fue eso?
ADO. Eso fue hace diez años. Igual, a medio camino se me cruzaron otros dos personajes: Javier La Rabia, el hispanista que, como Antonio Calvo en Princeton, acaba acorralado por la academia; y Wanda Rodríguez, una Latinx que estudia un PhD pero que lo abandona, por problemas de dinero, y que termina con poderes telepáticos (!). Me estoy dando toda esta vuelta para responderte tu pregunta anterior; en el MFA no aprendí mucho, pero estar en NYU sí me dio muchas anécdotas e historias que terminaron en Campus. Algunos profesores ya me han escrito quejándose (aunque en el fondo, yo lo sé, les gusta verse representadxs). En fin. Creo que ya venía con una mochila de lecturas y con el tipo de libros que me gustan. Lo que sí me dio el MFA fue una comunidad. Una comunidad latina. Mi generación sigue escribiendo y publicando: Mayte López, Daniella Sánchez Russo, Fernanda Trías, Juan José Ferro, Daniela Ramírez, Juan Luis Landaeta y Sara Cordón (quien tiene su novela, que es sobre el MFA, llamada divertidamente Para español pulse dos). Muchas veces me escriben para preguntarme sobre los MFA. Siempre digo lo mismo: si no eres escritor antes del MFA, no serás escritor luego del MFA. Puede que publiques un libro, pero tu visión literaria y de mundo ya tiene que estar formada y deformada por tu experiencia personal, no por lo que te digan en el MFA. Esto me lleva a mi pregunta, querido Vera: ¿somos más latinos en Estados Unidos que en Argentina o Chile o donde sea desde el Río Grande hacia abajo?, ¿cómo ves eso? Te lo pregunto porque tu novela Los Hermosos es super latina. Como digo yo, nada más latino que escribir una novela sobre destruir el “American Dream”.
VERA. No sé si tomar tus palabras como un elogio, ADO. Uno es latino viviendo acá, pero te vas a México o Canadá (para nombrar dos países al lado de Estados Unidos) y sos del lugar que naciste, en mi caso argentino: sea eso lo que quiera decir. Lo de latino es un invento gringo, acá les encanta encasillar todo, es como que se quedan más contentos, menos paranoicos. Si tengo que ser “latino” para que alguien de acá visibilice lo que escribo, bueno, lo acepto. Pero en Argentina, y en Chile creo que también, se te reirían en la cara si decís: “Yo soy latino, ¡yo soy un escritor latino!” Lo que sí, claro, aquí mi español se expandió, se contaminó en el buen sentido de otros acentos que tiene la lengua que compartimos, y que también se choca (o acaricia) con el inglés y spanglish. Nunca imaginé que sería un latino, la verdad que no: cuando era chico soñaba con ser ventrílocuo. Tal vez por eso Los Hermosos tiene mucho diálogo y muchos personajes. Sí, tengo que confesar, que algunas noches me pregunto qué hubiera sido de mi vida si no hubiera a los 24 años llegado a este país. Con ello viene la pregunta inmediata: ¿qué libros hubiera escrito en otro contexto? Y ahí entonces, pensando en voz alta, como es este diálogo, se contesta tu pregunta: Campus y Los Hermosos son novelas latinas, también. Ya que trazan un puente con América Latina, con otra tradición, ya que los autores que escribimos en español en este país tenemos muchas tradiciones, algo que me gusta, ¡somos escritores travestis! ¿Cómo crees que hubieran sido tus libros en La Condesa tomando algo con los autores que dices?
ADO. Qué buena pregunta. Creo que todos los escritores que hemos migrado nos hemos preguntado, alguna vez, eso mismo: ¿qué libros hubiera escrito si…? (Igual lo de La Condesa era una broma sobre la oficialidad literaria mexicana.) Lo que sí sé, es que de haberme quedado en Chile hubiera escrito libros menos divertidos, inquietos, punzantes. Libros totalmente alejados de Campus, que justamente me tiene feliz porque hay pocas novelas chilenas como esta. De haberme quedado en Chile, creo que hubiera caído en el cliché de este fatídico artículo de El País que redujo la literatura chilena a una fórmula: infancia + izquierda + dictadura = literatura poco riesgosa mas muy exitosa. Es más: el hecho de que un personaje de Campus se llame Salvador Allende -o diga llamarse de esa forma para validarse con el progresismo/academicismo-, es una suerte de comentario sobre mis colegas de pasaporte. En fin. ¿Qué me dices tú, estimado Vera?, ¿qué novelas, o libros de poemas o cuentos, está escribiendo ese Vera paralelo que nunca salió de la Argentina?
VERA. Creo que hubiera publicado más libros de poesía y dibujado cotidianamente, y luego de un tiempo, me hubiera arrojado a las vías del tren (a diferencia de EE. UU., en Argentina es más difícil comprar un arma). El país de aquellos años, finales de los 90 y principios del 2000, era muy asfixiante. Así que largarme a otro lado extendió mi vida y, por ende, la publicación de más libros. Estoy de acuerdo con vos: estas historias publicadas en tierra extranjera lucen un vigor y desfachatez que me gusta, y disfrutan los lectores. En Argentina, seguro, de otra sustancia estarían hechos mis libros, aunque claro, siempre con una pátina de inconformismo, como los personajes de Los Hermosos. Son pillos que no se resignan al papel que les ha dado la sociedad. En ese sentido, son como artistas, pero sin obra. Desde Argentina se tiene una visión distorsionada de Estados Unidos. Está bueno que, ya que aparecen noticias todos los días de Norteamérica en la prensa argentina (a veces leo los diarios de allá para informarme lo que sucede acá), esté un escritor viviendo en el país y comente lo que ve, corra ese “tupido velo”. Con el comentario entre comillas, debo decir que me interesa la relación que han tenido autores extranjeros con Estados Unidos. Pienso en Donoso, Puig, Bashevis Singer, Arenas, Nabokov, Néstor Sánchez, Joseph Brodsky…Algunos, como el caso de Nabokov y Brodsky tuvieron unas ganas tremendas de ser parte del mainstream y desde ya por alcanzar un mercado jugoso en dólares y prestigio, y escribieron en inglés.
ADO. Es muy interesante el caso de ciertos autores rusos que, pese al éxito, tampoco renunciaron a su lengua natal…
VERA. Y hay otros, como Puig, que logró difundir su obra sin renunciar al español, o Bashevis Singer, que con la lengua de la diáspora judía de Europa, el idish, publicaba habitualmente en New Yorker y ganó el Nobel, y vivía entre New York y Miami. En el caso de Sánchez, que pateó las calles de varias ciudades norteamericanos como homeless, pienso que los problemas mentales y ciertas doctrinas orientales erosionaron una obra que pudo ser más legible. Su último libro de relatos tiene momentos muy contundentes, como “Diario de Manhattan”. A Donoso siempre lo sentí como muy cómodo en eso de ser Donoso en Estados Unidos mientras se ganaba la vida dando clases en universidades de prestigio. Reinaldo Arena, por su parte, vivía muy humildemente de las traducciones de sus libros y de algún que otro trabajo intelectual que saliera al paso. ¿Qué me dices sobre el tema?
ADO. Me fascina y aterra la figura y obra de Néstor Sánchez. Siempre pienso que yo puedo terminar como él, que cualquiera de nosotros podemos terminar como él, caminando por Nueva York o Los Ángeles, tipo homeless, aunque nunca dejando la escritura de lado: tengo entendido, de hecho, que Sánchez, en ese tiempo, escribía, pero con la otra mano, la izquierda. Imagínate, no hay nada más vanguardista que eso. Bueno, tampoco quiero romantizar los problemas mentales, algo que a quienes nos gustan los escritores malditos solemos hacer. Pensé mucho en Sánchez cuando terminaba Campus, porque uno de los personajes, ya triturado y escupido por la academia, termina casi como un homeless, perdido cerca del desierto de Sonora, entre Arizona y México. También siempre pienso en Arenas muriendo en medio de Times Square, escribiendo sus memorias en contra del reloj de la muerte…. Creo que los que escribimos en español en este país tenemos una sombra bastante terrible sobre nosotros. Por eso yo necesito elementos como el humor, lo absurdo, lo raro, lo espeluznante, la parodia y lo satírico. Con eso me resguardo y me mantengo cuerdo. Esto es algo que le aprendí a Vladimir Nabokov, a quien admiro profundamente. Jamás podría haber escrito Campus sin haber leído Pnin, que es mi novela favorita. La leo una vez al año. Es el libro que más veces tengo en distintas versiones y que me representa como inmigrante: me acerco a la realidad gringa de la misma forma en que torpemente lo hace Timofey Pavlovich Pnin. Cada vez que termino de leer la novela de Nabokov me dan ganas de abrazar a Pnin. Otro libro del universo nabokoviano que me gusta mucho son sus cartas con Edmund Wilson, con quien eventualmente Nabokov se enemistó, aunque Nabokov se terminaba por enemistar con todo el mundo (menos con Vera Nabokov, claro, quien yo sospecho que secretamente le escribía las novelas). En fin, las amistades literarias tienen siempre un aire extraño, ¿no? Y dicho eso, quiero decirte que esta conversación va a ser la continuación de la amistad que hemos establecido ya con nuestros libros y con charlas, como esta, pese a que nunca nos hemos conocido en persona. Puede que sea mejor así. Quién sabe.
VERA. Este país es un manicomio demasiado grande, siempre habrá lugar para los escritores que deseen meterse con o sin permiso. Sigamos manteniendo esta distancia, mi estimado ADO. Hasta ahora ha dado sus frutos. Algunos bastante picantes, para suerte y placer nuestro y de los lectores.
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