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La la land

I

El espectador del cine de género es un nostálgico. Ni hablar del espectador de musicales. Quiere que le cuenten la misma historia, una y mil veces, le satisface, lo anhela. Se entusiasma desde el afiche: solo la promesa del género es suficiente para que la espera por ver la película sea siempre demasiado larga.

Explica el teórico Rick Altman que en el musical clásico de Hollywood [el único musical, si me apuran], la pareja es la trama. Y en el musical clásico de Hollywood [el único…] los números musicales también son la trama. Las escenas entre un número y otro son solo espacio causal para la llegada del siguiente número. Estratégicamente ubicados en los llamados puntos de inflexión de la trama, los números musicales revelan el interior de los protagonistas, sus deseos y miedos, sus conflictos, son el instante de la decisión que echará a andar la historia. Todo, por supuesto, expresado no de la misma manera que en un drama o una comedia, aunque se esté contando una historia de amor. Debe manifestarse a través del canto y el baile. Hágase de cualquier otra manera y podría hablarse de una película musicalizada, al estilo de esas cintas de los ochenta como Fiebre del sábado por la noche y Flashdance donde se le otorga un peso importante al baile y la música pero que no es ni de cerca suficiente como para sacarlas de la categoría de drama a la de cine musical. El muy laxamente llamado musical de las décadas de los ochenta y noventa y los primeros años del nuevo siglo (con contadísimas excepciones), optó por dejar de lado uno de sus elementos: escogieron entonces una de dos, baile o canto, como dejan ver algunas cintas más cercanas a la ópera que al musical clásico: Los miserables, En el bosque, etcéteras, desprovistos de coreografías y con gran [y único] énfasis en la canción. 

Los respectivos personajes de Ryan Gosling y Emma Stone deberían ser, por lo tanto, la trama de La la land (2016, Damien Chapelle). Y en los números deberían encontrarse sus anhelos y temores hechos baile y canto. Además, la estructura dual del musical indica que la pareja debe unirse porque es contraria, opuesta. Esta película cuenta la historia de amor entre Sebastian y Mia, una pareja que dista de ser contraria; él un pianista enamorado del jazz clásico que quiere convertir el lugar de veladas musicales de sus intérpretes favoritos en su propio club; ella una empleada en la cafetería de los estudios Warner que quiere ser actriz. Ambos van a Los Ángeles para tratar de llevar a cabo sus proyectos, y terminarán por acercarse cándidamente, como solía hacerse durante la vigencia del Código Hays.

II

La la land tiene grandes aciertos:

Su homenaje a los musicales clásicos está hecho con sutileza. Por ejemplo el fondo pintado a la manera de Un americano en París, el color saturado intenso de la puesta en escena como en los musicales de los cuarenta y cincuenta, el tap que inicia un baile alumbrado por un farol callejero, una suerte de mezcla entre Cantando bajo la lluvia y números como “Isn’t it a lovely day to get caught in the rain”, del musical Sombrero de copa, o “Let’s call the whole thing off”, de Shall we dance, estos últimos números personificados por la realeza del musical, Fred y Ginger, en escenas que como “Lovely night dance” inician en una banqueta en exteriores con ambos protagonistas marcando el ritmo con los pies a modo de introducción del resto de la coreografía. También el número de apertura tiene mucho de los de West side story, grandes grupos de jóvenes coloridos y diversos en la calle danzando al unísono. Sí es una cinta que celebra el cine y a Hollywood, como Café Society, pero sin la honestidad y hondura del trabajo de Allen.

El registro de los músicos de jazz. El cineasta Damien Chapelle sabe muy bien cómo filmar músicos. Lo hizo con estilo y eficacia en la premiada Whiplash (2014), donde los primeros planos a los instrumentos musicales y miembros de la orquesta son dinámicos y elocuentes. En La la land la fotografía es hermosa y mágica, pero sobre todo en las escenas de las orquestas a las que tanto admira el personaje de Gosling, la iluminación de tono bajo y el resto de la puesta en escena y registro crean la atmósfera de bar de jazz de las décadas doradas del género que tan atractivas resultan en la pantalla grande. El resto del registro sigue parámetros muy extraños, pues si bien el musical tiene un trabajo de cámara particular, con movimientos circulares y ascendentes en grúas, el desplazamiento de la cámara de Chapelle da en ocasiones muchas vueltas sin ton ni son, como si creyese que girar de cualquier manera es lo que debe hacerse.

La actuación de los principales. Nadie, a menos que sea un recién llegado al género, puede esperar que los actores que protagonizan sean como Fred y Ginger. No lo son. [El beneficio de la duda que les da el espectador de musicales parte principalmente de la agradable sorpresa que resultaron Renée Zellweger, Catherine Zeta-Jones y John C. Riley en la grandiosa Chicago de Rob Marshall, actores de los cuales no se esperaba tuviesen ese grado de profesionalismo en danza o canto]. La fortaleza de Stone y Gosling está solo en la actuación. Son perfectos en comedias románticas: la química entre ambos funciona y son buenos, quizá excelentes actores entre los de su generación. Su naturalidad y sencillez los hace cercanos, adorables y conmovedores sin caer jamás en melodramas o cursilerías.

Comparada con musicales recientes, la conjunción de canto y baile. Aunque sea a duras penas, puesto que las coreografías son planas y poco emocionantes. Los ejecutores principales bailan y cantan, sí. Pero la naturalidad que tienen para actuar es inexistente para la canción y el baile. Tal vez el gran número musical de la cinta sea el de apertura, precisamente porque ellos no cantan ni bailan en él.

La la land es adorable y hermosa, enternecedora. Sin embargo la categoría “musical” parece ser casi una excusa. Su espectacularidad se limita al formato Cinemascope, porque se trata de una historia muy íntima, propia de otros géneros como el drama o el cine romántico. Algo de magia momentánea, ilusiones melancólicas, todo por instantes en los cuales pareciese que algo grandioso se viene, pero que termina agotándose con mucha rapidez y desinfla a quienes esperábamos que los números tuviesen el encantamiento que corresponde, como los que nos legó el musical clásico de Hollywood. Las emociones y conflictos de los personajes deben ser manifestados a través del canto y el baile, y los números son, (lamentándolo mucho) uno tras otro, insuficientes. El paso de un número aceptable a uno inolvidable sencillamente no se da.

III

Lo que Chapelle ha hecho parece en realidad ser una cinta de romance con algo de música y baile. Y es que independientemente de la calidad de los principales como cantantes y bailarines, la importancia y peso especial que deben tener los números en el género son desplazados por Chapelle a las escenas de los toques de jazz, que son las que más personalidad tienen. La gran falla de la cinta es sencilla y fatal: los números musicales son intrascendentes porque no tienen todo el peso dramático de la historia en ellos. Es como si La la land quisiese ser un tributo al cine musical sin que quienes la realizan hagan de ella lo que se espera del género. Una buena película. Un musical mediano. Uno para aquellos que nunca ven musicales.

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