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La integración latinoamericana

El Pacto Andino, el Mercosur y la Alianza Atlántica todavía no han logrado traducir en hechos concretos sus buenos propósitos

Política y economía. Dos caras de la misma moneda. Espacios cuyas fronteras son tan reales como virtuales y cuya existencia es vital para el desarrollo de las sociedades. Es en este ámbito que cobran vida y se transforman en realidades los procesos de integración. Estos nacen con propósitos económicos para luego ampliar horizontes y tornarse recintos políticos. En fin, el interés político queda latente hasta que se manifiesta abiertamente con fuerza, impulsado por las coyunturas. Ha sido así en todos los procesos de integración. Y los que se han dado en nuestro hemisferio no han sido la excepción.

En América Latina se viene hablando de integración desde épocas remotas. Sin embargo, las circunstancias nunca permitieron que pudiese nacer un ‘bloque’ a escala continental. Decimos, que reuniera todos los países de nuestro hemisferio. Es la razón por la cual, en momentos distintos, nacen la Comunidad Andina de Naciones, mejor conocida como “Pacto Andino”, su nombre original; el Mercosur y la Alianza Atlántica.

Desarrollo integral, equilibrado, autónomo. Este, en resumida síntesis, el objetivo. El “Pacto Andino” nació el 26 de mayo de 1969 por iniciativa de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Las economías de estas naciones, en la década de los 60 y comienzos de los 70, no eran de las más dinámicas. Al contrario, a pesar de representar un área de comercio muy extensa, la mayoría de sus casi 100 millones de consumidores carecían de un poder adquisitivo real. Esta, tal vez, fue la razón principal por la cual Venezuela, cuya economía crecía a ritmo acelerado y con baja inflación gracias a los ingresos petroleros, se mantuvo al margen del intento integracionista. No obstante, la percepción que tenía de la Comunidad Andina de Naciones, evoluciona. Su interés crece. Y en 1973 ingresa definitivamente al organismo. Este, más que como recinto económico, se percibe como espacio geográfico en el cual poder ejercer influencia política. Es la misma razón que motivó al extinto presidente Hugo Rafael Chávez Frías a abandonar el “Pacto Andino” y a solicitar el ingreso de Venezuela al Mercosur.

Aranceles externos comunes y libre circulación de bienes, servicios, factores productivos y, ‘dulcis in fundo’, personas. Amén de la adopción y coordinación de políticas comerciales y macroeconómicas comunes. Pocas palabras. No se necesitan más para resumir sus objetivos. Este, en teoría, es el Mercosur, nacido en 1991 con la firma del “Tratado de Asunción”. Tiene países miembros (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, quienes fueron los fundadores, y Venezuela, que ingresó en 2012) y países asociados (Bolivia Colombia, Ecuador y Perú).

El Mercosur es la principal potencia económica del hemisferio. De hecho, representa un mercado con casi 300 millones de consumidores y alcanza el 50 por ciento o más del Producto Interno Bruto de la región.

La Alianza del Pacifico es el más reciente intento de integración económica. A saber, nació el 28 de abril de 2011 por iniciativa del Presidente de Perú, Alan García. Su objetivo, profundizar la integración de las economías de México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. El “bloque” representa alrededor del 40 por ciento del Producto Interno Bruto del hemisferio. Un hecho sin duda relevante, habida cuenta de que entre sus integrantes destacan economías dinámicas que, en estos años, impulsadas por el incremento de la demanda de materias primas, han experimentado un incremento sostenido.

¿Espacios para el comercio y el desarrollo económico o recintos para la hegemonía política? El Pacto Andino, la Alianza del Pacífico, y en particular el Mercosur nunca dejaron de ser recintos políticos. Hasta en sus primeros años, fueron arenas para que los gobiernos trataran de ejercer sus influencias y, en algunos casos, de imponer sus criterios. Además, las resoluciones en materia económica y comercial no dejan de ser producto de decisiones políticas o, cuando menos, son acompañadas de estas.

Sin embargo, cuando la política se adueña de los bloques, estos se debilitan, muestran fatiga y hasta agotamiento. Es suficiente observar lo acontecido en la reciente Cumbre de Mercosur en Caracas.

Evidente y, hasta cierto punto, comprensible. La presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, viajó a Venezuela con el propósito de conseguir un apoyo sólido en su lucha contra los “fondos buitres” los cuales tienen al país austral en ‘jaque’. Esperaba una manifestación de solidaridad decidida que, dicho sea de paso, la hubiese ayudado a frenar el deterioro de su imagen y la caída de popularidad en las encuestas. Sin embargo, tan sólo obtuvo una vaga declaración de respaldo. Palabras tímidas, de circunstancias. Nada más. De la retórica del presidente Chávez, quien impulsó la tendencia populista del Mercosur, sólo queda un lejano recuerdo.

Los procesos de integración deben ser recintos de decisiones políticas orientadas hacia medidas económicas equilibradas. Decimos, deben buscar el justo balance para evitar desvirtuar la misión original de los organismos. Hasta ahora los procesos de integración han avanzado lentamente. Y las cumbres, en la mayoría de los casos, han sido caparazones vacíos; recintos de encuentros improductivos cuyas resoluciones finales resultan en ejercicios de diplomacia linguística. Y la integración real entre nuestras economías no avanza. ¿Cuánto más habrá que esperar por un liderazgo realmente moderno y progresista en nuestro Hemisferio, capaz de transformar en hechos concretos los buenos propósitos?

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