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esteban ierardo

La imagen de un mundo de Rafael Sanzio

Algunas imágenes son icónicas porque desde la inmediatez de una representación visual expresan simbólicamente una época, un momento de la historia de la cultura, un horizonte de significado de un tiempo diferente de otro. Ejemplo arquetípico de este proceso es La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio (1483-1520).

En la imagen de esta obra se manifiesta de forma sintética y gráfica el espíritu de la filosofía griega antigua y, a la vez, del mundo pagano pre-cristiano que se cimienta sobre las cosmovisiones filosóficas de Platón, Aristóteles, Pitágoras, Parménides y Heráclito, entre otros.

En el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano, en lo que hoy se llama Las estancias de Rafael (la Stanze di Raffaello), hay cuatro habitaciones o salas en el segundo piso, decoradas por frescos pintados por Rafael y sus discípulos, entre 1508 y 1524. Este ciclo de frescos junto con el de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel, representa la cumbre artística del Alto Renacimiento romano.

Dentro del ciclo de Rafael se plasman los colores y formas de la Escuela de Atenas, de 7.75 m de largo y 5 de altura. La imaginación escénica de Rafael concibe un templo de la antigüedad con una bóveda artesonada flanqueada por unos nichos con las imponentes presencias de Apolo, dios de la belleza y la armonía, y Atenea, diosa de la sabiduría, prudente y de vigor combativo, protectora de la ciudad de Atenas. Diseño arquitectónico con resabios de la Basílica de San Pedro proyectada por Bramante.

El Renacimiento era una lenta mutación de la edad media, periodo en el que Platón y Aristóteles son emplazados como portaestandartes de la filosofía antigua. Por eso, Rafael los representa en un pasillo central de su obra como dos ancianos de largas barbas blancas. Uno de ellos indica hacia arriba. Para pintar su rostro es muy posible que Rafael se haya inspirado en Leonardo da Vinci, gran amigo de Bramante, figura del sabio renacentista enfervorizado por los muchos saberes. Es Platón que sostiene un ejemplar del Timeo.

Su dedo alzado, en un solo gesto, subraya que la realidad plena brilla como espíritu puro y superior, inmutable y eterno, en la constelación de Ideas o paradigmas que fungen como modelo de las cosas físicas; el objeto, el ente material imita, copia, duplica la Idea.

La Idea de montaña, por ejemplo, como esencia espiritual, mental, es modelo de la montaña de las laderas ásperas y las rocas antiguas sobre la tierra firme. La verdad solo se vislumbra por el ojo de la mente abierto al Mundo de las Ideas.

Pero a su lado se desplaza otro anciano, de mirada inquisitiva y actitud decidida, que señala hacia abajo. Es Aristóteles, nativo de Macedonia, discípulo primero y luego crítico del maestro de la Academia platónica, que desde el platonismo forjó su filosofía en la que Dios es una realidad absoluta, acto puro, puro espíritu, que mueve las cadenas de las cosas, sin ser, a su vez, movido. Dios como motor inmóvil, idea que surtirá gran influencia en las mentes medievales, incluyendo la de Dante.

En la imagen de Rafael, Aristóteles sostiene con una de sus manos la Ética a Nicómaco, y con otra señala lo que está debajo, hacia lo terrestre; indicación de que el conocimiento solo fluye a través de la percepción de las cosas entendidas como sustancias individuales que, luego, por un proceso de abstracción y conceptualización, conduce hasta lo universal y su pináculo, el Dios inmóvil.

En la imagen síntesis del mundo antiguo de Rafael, dentro de la arquitectura de bóvedas, nichos, escalinatas, columnas y pasillos, se intercambian miradas y palabras un conjunto de personajes que reflejan también la riqueza pensante pagana, aunque los especialistas no se ponen de acuerdo en la identidad de todos ellos. Pero, en principio, junto a los pensadores del Timeo y La Ética a Nicómaco, se muestran Zenón de Elea, Epicuro, Anaximandro, Empédocles, Averroes, Pitágoras, Alcibíades, Antístenes, Hipatia, Jenofonte. Parménides, Sócrates, Heráclito, Diógenes de Sinope, Plotino, Euclides, Estrabón, Ptolomeo; y la presencia del propio Rafael, observando al espectador, con sombrero redondo de color azul, junto a su maestro Perugino, con otro sombrero blanco.

Con este fresco célebre, Rafael logró no solo representar un espacio arquitectónico y personajes relevantes, sino una forma de conocimiento, un paradigma filosófico, una mentalidad, una fisonomía cultural. Es la pintura cosmovisión, pintura mundo, la composición pictórica en la que reluce una síntesis simbólica de un pensamiento diverso, pero unido por la razón y la reflexión, no por la repetición dogmática de una tradición.

Frente a esta imagen emblema de lo antiguo clásico, bien podríamos preguntarnos qué tipo de imagen podría expresar con la misma eficacia sintética la cosmovisión contemporánea. ¿Pero en dónde encontrar hoy una imagen de ese poder sintético respecto a nuestro tiempo y cosmovisión? Seguramente una sola imagen no podría expresar un tiempo histórico como tampoco lo hace La escuela de Atenas. Además de su pensamiento filosófico, el mundo antiguo y la propia Atenas fue muchos perfiles y procesos.

Pero al pensar al menos ciertas imágenes icónicas que se acerquen al poder expresivo de la obra de Rafael, quizá deberíamos acudir a la fotos de los hongos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, en 1945; o la imagen publicada por The New York Times de la niña Phan Thi Kim Phuc, de nueve años, cuando huye de una aldea bombardeada en el sur de Vietnam en 1972; o la imagen del exacto momento en el que un prisionero desarmado es asesinado por un tiro en la cabeza por el jefe de la Policía de Vietnam del Sur, durante la ofensiva del Tet, también en la Guerra de Vietnam, en 1980, obtenida por el fotógrafo Eddie Adams, de la Associated Press; o el Guernica de Picasso, y su transmutación del horror de la Guerra civil española en formas desesperadas y simbólicas: o la imagen de Neil Armstrong en la Luna; o la Canica azul, la fotografía de la Tierra del 7 de diciembre de 1972 conseguida por la tripulación del Apolo 17 a casi treinta mil kilómetros de distancia de la superficie del planeta.

Pero en todos esos casos, y más allá de lo pictórico o lo fotográfico, se trata de imágenes de eventos emblemáticos, no de estructuras de pensamiento, de fuselajes del mundo, como lo que representa magistralmente Rafael.

Quizá, la imagen del mundo actual debería mostrar la humanidad enredada en sus conflictos, pandemias, y sus famosas redes digitales, atrapada dentro de una pequeña pantalla de espalda al planeta y su diversidad, y al universo insondable, el del espacio lejano que es el mismo espacio que modela nuestros cuerpos.

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