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leonardo padron

La huella de la resurrección

Hago memoria de todos los artículos y crónicas que he publicado en los últimos años y allí está el país, Venezuela, arrumbado en un largo puñado de hojas, hojas que se parecen mucho entre sí, que acumulan una fatiga enorme, que destilan la extravagancia de estos tiempos donde la normalidad ha sido encerrada en un oscuro calabozo. Mis páginas se parecen a las de tantos otros escritores y articulistas que han sentido la necesidad de inventariar la tragedia venezolana. Allí se han convocado palabras que huelen a agobio, a quejumbre, a ruido de perdigones, protesta, represión, sangre y oscuridad. Son documentos sobre el hedor del autoritarismo convertido en costumbre. Lo que veo en el espejo retrovisor de mi escritura es la monotonía del desastre. La gramática de un país que solo ha sabido fracasar en estos últimos 17 años. Los ácaros transitan por una montaña de papel aburrida de sus propias quejas, agotada de hablar de abusos presidenciales, irresponsabilidad, negligencia, corrupción, violencia, intolerancia. Los sustantivos que definen al chavismo. Logro atisbar algunos textos que intentan subrayar el optimismo en mitad del tremedal. Veo el alfabeto y sé todo lo que va a surgir de ahí en las futuras páginas: más denuncias, más dolor, más adjetivos de alarma. Es como el expediente de una denuncia que nunca termina de escribirse.

Lo que hay en esos textos es el informe de una democracia que todos los días ha ido recibiendo disparos a quemarropa, cuchilladas en lo bajo, golpes y vejación extrema. Es el inventario de una masacre. Hoy esa democracia agoniza sobre el charco sangrante de su propia Constitución. Y solo hay dos opciones: 1) Colocarle la lápida, rezarle el rosario y entregarle el resto de nuestras vidas, sueños y proyectos a la mafia cívico-militar que hoy ostenta el poder o 2) Lanzarnos urgidos a la búsqueda de su resurrección.

Ya los exiguos velos del pudor han ido cayendo. De parte y parte. Ya Maduro es cada vez más Erdogan, más Castro, más Pinochet. Ya los analistas y voceros de la oposición han puesto sobre la mesa la palabra dictadura. Ya los ministros de la revolución amenazan, descaro mediante, con no entregarle a la gente las migajas de comida que trae el CLAP, ni más apartamentos, ni más dádivas populistas, si se atreven a firmar el Referendo Revocatorio. Tibisay Lucena se olvida olímpicamente del reglamento electoral y les regala seis meses más de sueldo y poder a los gobernadores chavistas, postergando –a la brava- las elecciones regionales. El TSJ coloca más peñascos en la ruta del referendo y anula todo lo que tenga el sello de la Asamblea Nacional, elegida con millones de votos de venezolanos. Si comprimes las siglas del SEBIN nos queda SN, dos letras que evocan a la tortuosa Seguridad Nacional, el organismo represor de la dictadura de Pérez Jiménez. Y así, desembozados, pletóricos de armas largas, salen, no a reprimir la oleada criminal que desangra al país, sino a llevar a prisión a activistas de la oposición, concejales, alcaldes, estudiantes y periodistas cuyo único pecado es trabajar por restituir la democracia.

Así de grave está todo. Un enjambre de corruptos y fracasados que luchan con rabia en las uñas por permanecer en el poder y un resto inmenso de venezolanos que desea cancelar la pesadilla. Aun nos queda un resquicio. La semana que viene este país tiene marcada en su agenda tres días que pueden servirnos perfectamente para reescribir la historia. Desde el miércoles 26 hasta el viernes 28 de octubre nuestro único compromiso es abarrotar las calles, colmar los centros electorales, proclamar con nuestras cuatro huellas el repudio a tanta humillación y mediocridad. Hay que demostrarle una vez más a Nicolás Maduro que su tiempo finalizó. No pudo con la responsabilidad. Eso pasa, camarada. La vida tiene sus derrotas. Ya es hora de que el chavismo se convierta en oposición. Eso quizás lo sabrán hacer mejor. Han demostrado que son eficientes en eso de llevarle la contraria al bienestar.

Insistimos. Para sacar a la normalidad del calabozo donde se encuentra encerrada, solo hay que apelar a una herramienta: nuestra huella dactilar. Cuatro veces nuestra huella dactilar. Para iniciar la urgente resurrección del país.


Este artículo fue publicado originalmente en la Caraota Digital

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